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Adelardo López de Ayala
Ante el retrato de una bella
De vista y muy de pasada
nos conocemos los dos,
y la tuya, vive Dios,
no es vista para olvidada.
Mas tú verás, si me escuchas
con la atención que te pido,
que el no habernos conocido
tiene ventajas, y muchas.
¡Cuánta alabanza podemos
decir recíprocamente
de los dos..., precisamente
porque no nos conocemos!
Tú dirás que la modestia
en mí acredita su nombre,
pues para ti no hay un hombre
que cause menos molestia.
Que, aunque me llamen adusto
los que... me conocen mal,
soy tan blando y tan leal,
que nunca te di un disgusto.
Yo diré que hasta el presente
no te oí murmurar nada,
ni de amiga mal tocada
ni de amiga impertinente;
que debes tener un arte
singular y un gran talento,
pues que ni un solo momento
me he cansado de escucharte;
que es tu tino tan perfecto,
tu prudencia tan cumplida,
que juro a Dios que en mi vida
te he conocido un defecto.
Y en un mes lo acabaría
si hubiera de referir
cuanto podemos decir
de tu alabanza y la mía.
Todo bueno, y, sin embargo,
todo verdad lisa y llana,
y todo, chica, dimana
de habernos visto de largo.
Que en este mundo fatal
tales engaños se ven,
que para alabarse bien
hay que conocerse mal.
Mas, si iguales han nacido
tu corazón y tu cara,
yo mucho más te alabara
si te hubiera conocido.