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    Adelardo López de Ayala

    Epístola al Sr. Mariano Zabalburu

    Hoy recibo tu carta y la contesto:
    hoy, veintidós de junio, fecha impía,
    de recuerdo amarguísimo y funesto,
    que hiere mi azorada fantasía
    cual siniestra visión, y reverdece
    todo el horror de tan infausto día.
    Y que siento agitarse, me parece,
    la chusma que, doquiera voluntaria,
    a la cita del mal pronta se ofrece;
    y que grita, y se extiende, y, torpe y varia,
    sus pupilas revuelve enrojecidas,
    y antes de combatir, ya es sanguinaria.
    ¡Siento chocar las piedras removidas,
    y del odio las torvas construcciones,
    cerrando el paso, vomitar erguidas
    tiros, blasfemias, risas, maldiciones!
    Vertido, en fin, en medio de la plaza,
    el interior de infectos corazones,
    escucho la colérica amenaza
    de turba clamorosa (que ahora lleva,
    sumisa como el perro, su mordaza);
    y que mengua el furor y se renueva;
    y el grito, siempre infame y repulsivo,
    de soldadesca vil que se subleva;
    y enronquecer bramando el odio vivo,
    y dominar el alto clamoreo
    la indignación del bronce represivo.

    Mas sólo, aunque la busco y la deseo,
    razón que la contienda justifique,
    ni entonces la encontré, ni ahora la veo.
    ¡No, no era aquel un pueblo, que en despique
    de su opresión, en súbito trastorno
    pone la sociedad, rompiendo el dique!
    Así no vimos inflamarse el horno
    al rebosar la copa de la ira,
    sino al cerrar sus tratos el soborno.
    Hija fue del despecho y la mentira
    aquella lid; su sangre no se enjuga,
    y renueva el dolor que nos inspira.
    ¡Nos trajo la opresión que nos subyuga!
    ¡Comenzó por el vil asesinato,
    y terminó por la cobarde fuga!
    Mañana, el impostor y el insensato
    pintarán como hazaña meritoria
    la explosión de la intriga y el contrato;
    mas nunca la conciencia ni la historia
    consentirán que tan estéril luto
    ocupe sin horror nuestra memoria.

    Acaso pensarás, no lo disputo,
    que es una fecha causa muy liviana
    para romper en trágico exabruto...
    Aunque tengas razón, guardo mi plana,
    pues juzgo que escribimos a un amigo
    para decir lo que nos da la gana.

    Siento de corazón, siento contigo
    el fiero malestar que te lastima,
    implacable y doméstico enemigo.
    Yo también, Mariano, llevo encima
    mis achaques, y a veces me provocan
    a tener el vivir en poca estima;
    mas no busco las aguas que te embocan;
    pues sólo quiero ya las de aquel río
    que convierten en piedra lo que tocan.
    De todas las demás poco me fío,
    y en su gran eficacia ya no creo,
    aconsejado de tu mal y el mío.
    Ni tengo que buscar las del Leteo;
    porque en este genial que Dios me ha dado,
    abundantes y claras las poseo.
    Las aguas del Jordán, santificado
    con los pies del Señor, son medicina
    para curar las llagas del pecado...
    Mas la termal, sulfúrea y alcalina,
    me recuerdan aquellas misteriosas
    aguas de la probática piscina:
    llegaban, como sabes, las leprosas
    turbas, con ansiedad descomedida,
    de mudarse el pellejo codiciosas.
    Era el agua de un ángel removida;
    mas sólo el que lograba entrar primero
    cobraba la salud apetecida.
    Pongo en lugar del ángel, el bañero,
    y los mismos, idénticos encantos,
    en las casas de baños considero...
    ¡Acuden a las aguas no sé cuántos
    y, de cada diez mil, uno se cura,
    no por curarse, por burlar a tantos!

    Me llaman a almorzar con gran premura...
    Perdona... Me levanto, el paso tuerzo,
    y al comedor me voy en derechura.
    Volveré cuando torne algún refuerzo.
    ¡Ojalá que lo mismo que en Lisboa
    me vinieras a ver mientras almuerzo!

    Este papel, como serpiente boa,
    me solicita, y con afecto nuevo
    a ti dirijo la olvidada proa.
    Muchos tercetos engarzados llevo...
    Dirás que he sido tardo, mas no corto;
    pues te pago más versos que te debo.

    Saliste de Lisboa para Oporto:
    apunto allí, para tirarte al vuelo,
    cuando en Alhama te contemplo absorto...
    ¡Suelta, pájaro errante, en algún suelo
    las alas de tus pies, que esa vagancia
    engendra desamor y desconsuelo!
    Con incansable aliento e inconstancia
    menudamente tu vivir repartes,
    burlando la frontera y la distancia.
    De pronto llegas y deprisa partes,
    y vives en el coche y en la fonda,
    natural y extranjero en todas partes.
    ¿No te cansan la bulla y trapisonda
    del hotel y la enorme comitiva
    de mesa larga, que llamáis redonda?
    ¿Estarás ya en Alhama? Esta misiva
    te suelto a la ventura, cual se suelta
    el galgo tras la liebre fugitiva...
    Ya la miro partir, correr, dar vuelta
    por el mundo, y, tu huella olfateando,
    pararse un rato y proseguir resuelta.

    Si, aunque falta de aliento y jadeando,
    te consigue agarrar por el pescuezo
    (nadie puede saber dónde ni cuándo),
    estas coplas leerás que te enderezo,
    no como tú, forzado del hastío...
    (Renglón que hace el efecto de un bostezo)
    sino por renovar al pecho mío
    el placer que en amarte experimenta;
    pues yo te quiero bien, aunque eres frío.

    Dios te guarde, y ajústame la cuenta;
    versos me debes, y la vuelta aguardo...
    Para; cuídate; sana, y siempre cuenta
    con el firme cariño de

    ADELARDO




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