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Amalia Domingo Soler
Sombras de ayer
Entre los muchos seres que habitan en el mundo,
la mayor parte viven la vida sensual;
les es desconocido ese placer profundo
que goza en su delirio el ser inmaterial.
Su vida se reduce á hacer lo que otros hacen,
pues ellos no conocen la propia inspiración;
ni saben porqué mueren, ni saben porqué nacen
y viven convencidos sin darse una razón.
De especie tan extraña ningún naturalista
su raza y procedencia la pudo definir;
escuchan y no oyen, y son ante su vista
iguales el pasado, presente y porvenir.
Tristísima influencia ejerce la ignorancia,
fatales desaciertos su huella deja en pos;
¿porqué misterio extraño tomó preponderancia
sobre lo que hay perfecto, sobre la ley de Dios?
¿Porqué los siglos pasan y el fanatismo vive?
¿porqué del Evangelo no irradia clara luz?
y el hombre, porqué tiembla y la inquietud concibe?
Porqué aun no ha comprendido la historia de la cruz!
Y aceptan, ¡pobres locos! mentira tras mentira,
y absurdo sobre absurdo con ciega convicción;
y creen que del Eterno se calmará la ira
con su martirio lento: ¡qué necia aberración!
Y duermen sobre el suelo, y aún niegan á sus labios
el don de la palabra, ¡oh cuánta ceguedad!
creyendo que un Dios justo perdona sus agravios,
á aquel que se convierte en torpe nulidad.
Si Dios no quiere al hombre parásito en la tierra,
si El dijo á los mortales: multiplicaos, creced...
si en el celibatismo, la hipocresía se encierra,
porque nuestra materia nos dice: obedeced.
Hace ya muchos años que con profunda pena,
miré á una hermosa joven que el claustro prefirió
á una familia humilde que cariñosa y buena
la senda de su vida de flores alfombró.
Su padre (que era anciano) con voz desgarradora
decia mirando al cielo con indecible afán:
«Señor, eres injusto: en mi postrera hora
¿qué manos compasivas mis ojos cerrarán?»
Aquel dolor inmenso, aquel profundo duelo...
dudar me hizo un instante del Rey de la creación,
¡imbéciles mortales; rasgad el negro velo
que puso en vuestra mente fatal saperstición!
Dios quiere de familia el lazo sacrosanto,
dos almas que comprendan que amarse es un deber,
no reclusión estéril ni el infecundo llanto,
sino la unión bendita del hombre y la mujer.
Si la moral cristiana nunca exigió cilicios,
ni bárbaros azotes, ni ayuno y soledad,
si sólo pide al hombre, se aleje de los vicios
y sea un tipo perfecto de amor y de humildad.
¿De qué sirve que al cuerpo lo cubra la estameña
si guarda el pensamiento un mundo de ambición?
De monjes y de frailes, la historia nos enseña
que límites no tuvo su gran dominación.
¿Qué dijo S. Ignacio cuando dejó este mundo?
os lego él universo, seguid y adelantad.
¡Político gigante, cuyo saber profundo
esclavizó á su antojo la humana sociedad!
Lo que instituye el hombre, el tiempo lo desquicia,
porque su falsa base le obliga á sucumbir;
en cambio siempre vive la celestial justicia,
para ella no hay presente, ni ayer, ni porvenir.
Asi, pobres mortales, dejad el loco empeño
de votos y promesas, cilicio y soledad,
del torpe fanatismo, dejad el triste sueño,
y las divinas leyes humildes practicad.
Cumplamos lo que dicen los santos mandamientos;
amemos al Eterno con todo el corazón,
sin ídolos, ni altares, ni vanos monumentos,
sino con fé profunda, basada en la razón.
Y si á nosotros llega la queja dolorida
de alguno que sucumbe al peso de su cruz...
debemos conducirle al puerto de esa vida
que inunda el Evangelio de inextinguible luz.
La vida de ultratumba, la vida del mañana,
eterna en su adelanto, gigante en su poder,
la que demuestra al hombre la ciencia soberana
la causa que dá efecto formando nuestro ser!!
1874.