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    Antonio Machado

    Fue una clara tarde, triste y soñolienta

    Fue una clara tarde, triste y soñolienta
    tarde de verano. La hiedra asomaba
    al muro del parque, negra y polvorienta...
    La fuente sonaba.
    Rechinó en la vieja cancela mi llave;
    con agrio ruido abrióse la puerta
    de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
    golpeó el silencio de la tarde muerta.
    En el solitario parque, la sonora
    copla borbollante del agua cantora
    me guió a la fuente. La fuente vertía
    sobre el blanco mármol su monotonía.
    La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,
    un sueño lejano mi canto presente?
    Fue una tarde lenta del lento verano.
    Respondí a la fuente:
    No recuerdo, hermana,
    mas sé que tu copla presente es lejana.
    Fue esta misma tarde: mi cristal vertía
    como hoy sobre el mármol su monotonía.
    ¿Recuerdas, hermano?... Los mirtos talares,
    que ves, sombreaban los claros cantares
    que escuchas. Del rubio color de la llama,
    el fruto maduro pendía en la rama,
    lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?...
    Fue esta misma lenta tarde de verano.
    —No sé qué me dice tu copla riente
    de ensueños lejanos, hermana la fuente.
    Yo sé que tu claro cristal de alegría
    ya supo del árbol la fruta bermeja;
    yo sé que es lejana la amargura mía
    que sueña en la tarde de verano vieja.
    Yo sé que tus bellos espejos cantores
    copiaron antiguos delirios de amores:
    mas cuéntame, fuente de lengua encantada,
    cuéntame mi alegre leyenda olvidada.
    —Yo no sé leyendas de antigua alegría,
    sino historias viejas de melancolía.
    Fue una clara tarde del lento verano...
    Tú venías solo con tu pena, hermano;
    tus labios besaron mi linfa serena,
    y en la clara tarde dijeron tu pena.
    Dijeron tu pena tus labios que ardían;
    la sed que ahora tienen, entonces tenían.
    —Adiós para siempre la fuente sonora,
    del parque dormido eterna cantora.
    Adiós para siempre; tu monotonía,
    fuente, es más amarga que la pena mía.
    Rechinó en la vieja cancela mi llave;
    con agrio ruïdo abrióse la puerta
    de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
    sonó en el silencio de la tarde muerta.




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