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    Antonio Machado

    Otras canciones a Guiomar

    A la manera de Abel Martín y de Juan de Mairena

    I

    ¡Sólo tu figura,
    como una centella blanca,
    en mi noche oscura!

    *

    ¡Y en la tersa arena,
    cerca de la mar,
    tu carne rosa y morena,
    súbitamente, Guiomar!

    *

    En el gris del muro,
    cárcel y aposento,
    y en un paisaje futuro
    con sólo tu voz y el viento;

    *

    en el nácar frío
    de tu zarcillo en mi boca,
    Guiomar, y en el calofrío
    de una amanecida loca;

    *

    asomada al malecón
    que bate la mar de un sueño,
    y bajo el arco del ceño
    de mi vigilia a traición,
    ¡siempre tú!
    Guiomar, Guiomar,
    mírame en ti castigado:
    reo de haberte creado,
    ya no te puedo olvidar

    II

    Todo amor es fantasía;
    él inventa el año, el día,
    la hora y su melodía;
    inventa el amante y, más,
    la amada. No prueba nada,
    contra el amor, que la amada
    no haya existido jamás.

    III

    Escribiré en tu abanico:
    te quiero para olvidarte,
    para quererte te olvido.

    IV

    Te abanicarás
    con un madrigal que diga:
    en amor el olvido pone la sal

    V

    Te pintaré solitaria
    en la urna imaginaria
    de un daguerrotipo viejo
    o en el fondo de un espejo,
    viva y quieta,
    olvidando a tu poeta

    VI

    Y te enviaré mi canción:
    “Se canta lo que se pierde”,
    con un papagayo verde
    que la diga en tu balcón

    VII

    Que apenas si de amor el ascua humea
    sabe el poeta que la voz engola
    y, barato cantor, se pavonea
    con su pesar o enluta su viola;
    y que si amor da su destello, sola
    la pura estrofa suena,
    fuente de monte, anónima y serena.
    Bajo el azul olvido, nada canta,
    ni tu nombre ni el mío, el agua santa.
    Sombra no tiene de su turbia escoria
    limpio metal; el verso del poeta
    lleva el ansia de amor que lo engendrara
    como lleva el diamante sin memoria
    -frío diamante- el fuego del planeta
    trocado en luz, en una joya clara...

    VIII

    Abre el rosal de la carroña horrible
    su olvido en flor, y extraña mariposa,
    jalde y carmín, de vuelo imprevisible,
    salir se ve del fondo de una fosa.
    Con el terror de víbora encelada,
    junto al lagarto frío
    con el absorto sapo en la azulada
    libélula que vuela sobre el río,
    con los montes de plomo y de ceniza,
    sobre los rubios agros
    que el sol de mayo hechiza.
    se ha abierto un abanico de milagros
    -el ángel del poema lo ha querido-
    en la mano creadora del olvido...




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