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Antonio Trueba
Castigo de Dios
I
Asomada a la ventana
la pobre María está;
tiene el rostro... como el rostro
del que llevan a enterrar;
mira con ansia a la calle
y solo ve oscuridad,
y aplica el oído y oye
cómo silba el huracán.
«Está loca rematada!»
dicen en la vecindad,
y no mienten. Pobre chica,
loca rematada está!
Si queréis saber la historia
de su locura, escuchad.
Era una chica de quince,
llena de gracia y de sal,
con unos ojos de cielo
que decían soledad.
Fue a la Florida una tarde
contenta, alegre, locuaz,
como una rosa recién
cortadita del rosal,
y a la orillita del río
viendo a la Inés y a la Paz
alegremente bailando
con su novio cada cual,
que ella no tenía novio,
se puso a considerar.
Se le saltaron las lágrimas,
pero, consolada ya,
las enjugó con el cabo
de su airoso delantal
y se puso a coger flores,
florecitas de san Juan,
y tomillo y siemprevivas
y qué sé yo cuantas más.
Así que hizo un ramillete
con él bajo el delantal
en dos saltos a la ermita
de san Antonio se va
y dice al Santo bendito,
engalanando su altar:
–«Santo bendito y hermoso!
si es verdad
que a las muchachas honradas
novios das,
dame uno, santo bendito,
¡que tengo quince años ya!»
Por la cuesta de la Vega
se la vio a poco tornar
muy metidita en harina
con un joven muy galán;
y cuentan que detuvieron
ambos el paso al llegar
al pie de aquel santo muro
donde la Virgen está
y allí se dieron palabra
de no olvidarse jamás.
II
María y Juan se adoraban...
¿Se adoraban? Dije mal;
Juan engañaba a María,
María adoraba a Juan,
y vino a resultar de esto...
lo que suele resultar
cuando la novia es muy boba
y el novio es muy truchimán.
El mundo a la pobre chica
escarneció sin piedad
y celebró con chacota
las gracias del perillán.
Bien pudo la pobre chica
acudir a un tribunal,
pero ¿qué hubiera sacado?
Dar un escándalo más,
que el delito semejante
al cometido por Juan,
se comete sin testigos
y... váyale usté a probar,
y el que no quiere por bien
¿cómo ha de querer por mal?
La desventurada chica
se contentó con llorar
y tanto lloró la pobre
y su tristeza fue tal
que al cabo se volvió loca,
pero qué, loca de atar!
Maldito sea el amante
que tal premio al amor da
y si no le dan garrote,
maldita la sociedad!
Al pie de aquella ventana
donde su víctima está
a las doce de la noche
iba muy rendido Juan
y hasta la ventana a veces
solía el bribón trepar...
¡Pobre loca! allí la tiene
una esperanza quizá,
la esperanza de que torne
el amante desleal;
pero el amante no torna
y la pobre chica va
perdiendo aquella esperanza
y comienza a desvariar.
¿Oís esa carcajada?
Atención que va a cantar.
–Una palabra me diste
y la has olvidado ya,
pero yo cumplo la mía
de no olvidarte jamás.
III
¡Santa Bárbara bendita!
Comienza a relampaguear
y los truenos menudean
y cada vez suenan más.
Retírate, pobre loca,
de esa ventana fatal;
los relámpagos que alumbran
tu descolorida faz
despiertan en ti recuerdos
que no debes evocar,
son la imagen verdadera
de tu ventura fugaz.
Pero ¿qué ruido, qué canto
blasfemo, torpe, brutal,
hasta tu ventana llega
en alas del huracán?
Acércase una cuadrilla
de jóvenes cuya faz
ha descompuesto el desorden
de asquerosa bacanal.
Cantan, se atropellan, ríen
y blasfeman al compás
del estallido del trueno
que retumba sin cesar.
¡Pobre María! sus ojos,
amortiguados poco ha,
se van animando... brillan
con un brillo sin igual,
que siente la pobre loca
su corazón palpitar,
que oye la voz del ingrato,
de su verdugo, de Juan!
Su vergüenza, sus dolores,
su prolongado esperar,
todo, en fin, la pobre loca,
todo lo ha olvidado ya,
pues piensa que, pesaroso
de su olvido, torna Juan,
como otro tiempo, a embriagarla
de amor y felicidad,
y llora la pobre chica
de gozo, no de pesar,
y abre sus brazos con ansia,
con delirio, con afán
de oprimir contra su pecho
a aquel por quien loca está.
–«Ven, amor mío, le dice;
amor mío, ven acá,
ven, ven, que sin ti me muero,
que no puedo esperar más!»
Y dando una carcajada
vuelve otra vez a cantar:
«Una palabra me diste
y la has olvidado ya;
pero yo cumplo la mía
de no olvidarte jamás.»
IV
A la ventana se acerca
el amante desleal
a impulso de la costumbre
o a impulso de la crueldad,
que alma de tigre es preciso
tener para atormentar
a la mujer que honra y vida sin pedir recibo da.
–Hola, murmura, ¿qué es eso?
¿conjuras la tempestad
o estás de espera? Qué diablo...
¿cuántos han caído ya?
Responde... no tengas miedo...
Yo no me he de incomodar.
Del árbol que yo he podado
hagan leña los demás.
–¡Teme a Dios!...
–Soy muy valiente.
–¡Compadéceme!
–¡Bah! ¡bah!
¿Te tratan mal tus amantes?
............................................
–¡Calla! ¡Se ha quedado atrás!
¿Juanito, qué haces ahí, hombre?
¿Qué, no vienes?
–¡Ja, ja, ja,
está pelando la pava!
–No hay duda.
– Cierto.
–Cabal.
–Veamos la ventanera.
–Será linda.
–Lo será.
–Juan no se va a las peores.
–Díganlo Juana, Pilar,
Petra...
–¡Qué chicas!
–¡Divinas!
–¿Encantadoras!
–Bien mal
se portó con todas ellas!
–Las echó a la eternidad.
–Y dicen que amor no mata!
–Sí mata.
–¡Qué ha de matar!
–Es lo cierto que esas chicas
se murieron y tres más.
–¿Pero de amor?
–Por supuesto.
–¡Ay qué horror!
–¡Qué atrocidad!
–Y no quiero enamorarme.
–Ni yo tampoco.
–Jamás
he de querer a ninguna.
–Muchachos, nada de amar:
a divertirse con todas,
y... viva la libertad!
–¡Magnífico!
–¡Qué talento!
–¡Sublime!
–¡Piramidal!
........................................
–¡Adiós, mi linda olvidada!
–¡Por Dios, ten de mí piedad!
Con que me olvidas, ingrato!
–Tengo otras en que pensar.
–¡No me olvides, no me olvides,
que Dios te castigará!
– Bien predicas, pero yo
soy pecador contumaz.
Me importan el cielo tres pitos,
y en teniendo a mi mandar
vino y muchachas, desprecio
la cólera celestial.–
No bien tan torpe blasfemia
hubo proferido Juan,
el fuego del cielo, un rayo
le hirió con golpe mortal;
mas la loca no oyó el grito
que dio al tiempo de expirar,
pues expiraba también
y era su canto final:
–Una palabra me diste
y la has olvidado ya,
pero yo cumplo la mía
de no olvidarte jamás.