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Arturo Reyes
No siempre es oro
El Perejiles se miró al espejo y quedó satisfechísimo de su persona; su estatura era mediana, era gallardo y fino de talle, amplio de pecho; sus manos y pies, de reducidas proporciones; su rostro, de ovalado perfil; sus cejas, negrísimas; su tez, oscura; sus ojos, garzos y acariciadores, y su boca, grande y casi siempre sonriente.
Quedó satisfecho el Perejiles de su persona -repetimos- y de su típica indumentaria; su sombrero sevillano caíale a maravilla, como igualmente el flamante y abotinado pantalón, la no muy corta americana, la blanca pechera de la camisa rizada a bullones, sobre la que relucían los indispensables broches de oro.
Salió el Perejiles de su casa, andando como cuando salía al redondel luciendo el terno de luces y graciosamente terciado al hombro el rico capote de paseo.
-¿Aónde va lo más salao de toíta España? -preguntóle al verlo el pasar el señor Casimiro el Palangana, que, cruzado de brazos en el umbral de su famosa cacharrería, tomaba del espléndido sol otoñal que inundaba la puerta de su establecimiento el calor que empezaba a faltarle a su escuálida y envejecida persona.
Detúvose Joseíto el Perejiles y repúsole al viejo, al par que se le acercaba, no sin echarse hacia atrás con graciosa desenvoltura el blanquísimo sevillano:
-Hola, tío Casimiro, aónde quiere usté que vaya si no...
En busca de mis sentíos,
que una gachí me ha quitao
con sus ojitos charranes
y su pelito anillao.
-Pero, hombre, ¡por los clavos e Cristo!, que entoavía no son las dies e la mañana y a esa hora no hay gachí que güela a claveles ni tenga limpio el cutis.
-La que yo voy a buscar es la que toas las mañanas dispierta a las alondras, y le dice que ya es hora de dirse al guarda calle.
-Entonces ésa debe ser el lucero de la mañana.
-Diga osté que sí, y al que diga que no, le doy un estoconazo que lo jago serrín, señó Casimiro.
-Güeno, pero no porque tú te tardes diez minutos te van a recibir con la bayoneta calá, y como yo tengo la mar de ganitas de ver si te sigue dando riparnancia el de Jubrique, ahora mesmito nos vamos a dir a desinfestarno la boca en ca del Carabinero.
Como Joseíto no había catado la gracia de Dios aquella mañana, no se hizo repetir la invitación, y momentos después, y no sin haberse previamente aseado la dentadura, mantenían el siguiente diálogo, sentados frente a frente en el hondilón del Carabinero el señor Casimiro el Palangana y Joseíto el Perejiles.
-Hombre, tengo yo la mar de curiosiá de saber cómo y por qué fue aquello de que tú de güenas a primeras y sin decirle ni a Dios esta boca es mía, sin haber tenío nunca afición a la torería, te largaras de Málaga como te largaste y te fueras por esos mundos e Dios a roar la pelota y no supiéramos palabras de ti jasta que nos enteramos de que estabas de banderillero en la cuadrilla del Talegas.
-¡Pos ahí verá usté lo que son las cosas der mundo, señó Casimiro!
-Pero es que yo no me explico eso de tu torería. Si tú le tenías más mieo a un toro que a un tiro; si no podías ver sin inmutarte ni a las vacas de leche tan siquiera, cuando salías por la mañana trempano.
-Esa es la fija, señor Casimiro.
-¿Y cómo se te quitó er mieo, chavó? ¿Aónde venden esa clase de medicina?
-Yo se lo digo a usté, si es que me jura usté guardarme er secreto.
-¡Hombre, pos ni que fuera uno de Estao!
-¿Usté me lo jura u no me lo jura?
-Pos ya lo creo que sí, que te lo juro, y te lo juro por la memoria de mi difunta, a la que Dios tenga en su santísima gloria.
Y el señor Casimiro pronunció el solemne juramento colocándose sobre el pecho la mano en actitud casi majestuosa.
-Pos bien, señor Casimiro: no le pueo a usté decir cuál fue la medecina que me quitó er mieo, porque sigo con la misma enfermeá: con más mieo, pero con muchísimo más mieo que vergüenza.
-Pero ¿es posible, chavó? ¿Es posible que tú, el Perejiles, er que dicen que es más valiente que el mismísimo Frascuelo...?
-Pos sí, señor. Yo, er Perejiles, yo, ca vez que me veo elante de un Surga o de un Morube o de un tiro que le den a to los que tiéen pitones, múo la piel der susto que me da y se me pone de punta jasta la coleta, ¿sabe usté, señor Casimiro?
-Pero ¿eso es quea u es verdá, Joseíto?
Y esto se lo preguntó el viejo mirándolo con aire incrédulo y un tantico amostazado.
-Que me jagan goma laca si es mentira. Ca toro me parece un tigre y una Jiena, y ca vez que meto los brazos pa adornarle el morro paso er tifus, pero que er tifus. ¿Usté se entera, señó Casimiro?
-Pero entonces, si eso es asín..., como tú dices..., ¿cómo me explicas tú...?
-To tiée su explicación en este mundo, señó Casimiro. De to esto tiée la curpa una gachí, la Olores, la hija del Ecijano, la que al morirse su padre arrecogió su tío el Nene de Estepona.
-Pero ¿es posible..., camará..., es posible eso?
-Vaya, ¡y tan posible! ¿Se acuerda usté de cuando yo estaba en la zapatería del Trebujena?
-Pos no me he de acordar, si eras tú el que me jacía siempre mis remontas; pos si tenías tú unas manos pa aquello que eran dos proijios.
-Pos bien: voy a contarle a usté cómo y por qué me tiré yo a la afición. ¿Se acuerda usté de lo renombrá y lo rebonita que era la Olores antes que le dieran las viruelas?
-Como que era más bonita que un cromo y tenía más fama que el atún en escabeche.
-Pos bien: yo no la conocía cuasi, cuando una tarde en que yo acababa de jacer una composturilla y estaba jechando un cigarro, se coló en er taller acompañá de su madre, la señá Candelaria, pa que le tomara medía pa jacerle vinos zapatos de los de tomate. Y, ¡camará!, señó Casimiro, yo no la había visto nunca de cerca y por poquito si me da una arferecía; chavó, como que me quedé pasmao, señó Casimiro, pero que pasmao, pero que pasmaíto der to.
-¡Como que era más bonita que una onza!
-Pos no le digo a usté na de lo que a mí me dio por el cuerpo cuando la gachí se sentó en la silla y se arrecogió la falda y asomó er pie y una chispitilla de lo que le sigue ar pie. ¡Como que na más que de recordar aquello se me va la vista!
¡Lo creo, hijo mío, esas cosas le quitan el hipo a cualesquiera!
-Pos bien, señó Casimiro, lo que pasa: yo, al ver lo poquitillo que vi, perdí el habla, y ella se comió la partía, y la verdá es que yo lo que jice no sé, pero lo cierto es que la gachí me sortó un guantazo que sonó como un barreno, y que yo, sin jacer caso del bofetón, empecé a darme besos y más besos en la parma de la mano.
-Lo mismito, lo mismito hubiera jecho yo, Perejiles.
-Pos bien -continuó éste-, lo que pasa... Yo, desde aquel punto y hora, perdí la chaveta y los papeles y empecé a tirarle er cerote a aquella maravilla, y ya te arruyo por aquí, ya te arruyo por allí, y como dice bien la copla «que una piedra se quebranta a juerza de darle golpes», lo que pasa, se ablandó una miajita y púe platicar una noche con ella, y platicando, platicando, me dijo que ella había ensoñao que había de casarse con un torero y no con uno de los de chaira; que yo le jacía una miajita de clase y que era un dolor que yo no fuese banderillero tan siquiera.
-¡Vamos, hombre, ya me explico la cosa! Por eso dejaste tú la zapatería y anocheciste y no amaneciste.
-Calle usté, señó Casimiro, que no se puée usté calcular lo que yo he pasao; como que yo no sé cómo no me he muerto ya catorce veces, como que er primer día que yo me vi elante de un toro en el reondel hubiera jurao que tenía el toro los cuernos más largos que desde Zamora a la luna.
-Entonces ya estará contenta la Olores.
-Y qué me importa a mí ya la Olores -exclamó, encogiéndose desdeñosamente de hombros, el Perejiles-. A poquito de que me nombrara el Talegas su primer banderillero conocí en Utrera a una chavalilla más bonita que la Virgen del Carmen, y como un clavo saca otro clavo, pos lo que pasa...: me orvié de la otra y me colé en mis nuevos quereles jasta los mismos gavilanes, y comprendí que a mí la Ecijana nunca me había querío, porque la mujer que quiere a un hombre no lo rempuja a un sitio aonde er día menos pensao lo jacen salchichón o chorizos de Candelaria... ¿No es asín, señó Casimiro?
-Tiées razón, lo mismo hubiera pensao yo en tu lugar... Y esa chavalilla, ¿qué?
-Esa chavalilla, como ya le he dicho, es una pintura de bonita, y además er padre tiée tres cortijos que cogen tres provincias, y además que me ha puesto por condición pa casarse conmigo una cosa pa mí superior, pero que mu superior... Supóngase que dice que no se casa conmigo tan y mientras no me corte la coleta.
-Ésa, ésa es la gachí que te quiere. Pero ¿por qué, entonces, me has encargao tanto er secreto?
-Hombre, le diré a usté: ella se cree, como to er mundo, que pa mí los toros son merengues de fresa y que le tengo más apego a los toros que a la que me jechó ar mundo y que cortarme la coleta es lo mas grande que pueo yo jacer por darle gusto... En fin, lo que yo quiero es que siempre se crea que siempre me debe vivir agradecía.
-Y si estás pa casarte, ¿cómo es que vas en busca de otra, sigún me acabas de dicir?
-Esa es otra de las jechuras de la Olores, y hay que aprovechar el poco tiempo que me quea de cimbelear con la coleta, señó Casimiro.
Y Joseíto el Perejiles, después de estrechar la mano de su viejo amigo, alejóse calle arriba andando como cuando penetraba en el redondel luciendo al sol su terno de luces y terciado al hombro el capote de paseo.