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Baltasar Gracián y Morales
Oráculo manual y arte de la prudencia (101-150)
101. La mitad del mundo se está riendo de la otra mitad, con necedad de todos.
O todo es bueno, o todo es malo, según votos. Lo que éste sigue, el otro persigue. Insufrible necio el que quiere regular todo objeto por su concepto. No dependen las perfecciones de un solo agrado: tantos son los gustos como los rostros, y tan varios. No hay defecto sin afecto, ni se ha de desconfiar porque no agraden las cosas a algunos, que no faltarán otros que las aprecien; ni aun el aplauso de estos le sea materia al desvanecimiento, que otros lo condenarán. La norma de la verdadera satisfacción es la aprobación de los varones de reputación, y que tienen voto en aquel orden de cosas. No se vive de un voto solo, ni de un uso, ni de un siglo.
102. Estómago para grandes bocados de la fortuna.
En el cuerpo de la prudencia no es la parte menos importante un gran buche, que de grandes partes se compone una gran capacidad. No se embaraza con las buenas dichas quien merece otras mayores; lo que es ahíto en unos es hambre en otros. Hay muchos que se les gasta cualquier muy importante manjar por la cortedad de su natural, no acostumbrado ni nacido para tan sublimes empleos; acedáseles el trato, y con los humos que se levantan de la postiza honra viene a desvanecérseles la cabeza. Corren gran peligro en los lugares altos, y no caben en sí porque no cabe en ellos la suerte. Muestre, pues, el varón grande que aún le quedan ensanches para cosas mayores, y huya con especial cuidado de todo lo que puede dar indicio de angosto corazón.
103. Cada uno la majestad en su modo.
Sean todas las acciones, si no de un rey, dignas de tal, según su esfera; el proceder real, dentro de los límites de su cuerda suerte: sublimidad de acciones, remonte de pensamientos. Y en todas sus cosas represente un rey por méritos, cuando no por realidad, que la verdadera soberanía consiste en la entereza de costumbres; ni tendrá que envidiar a la grandeza quien pueda ser norma de ella. Especialmente a los allegados al trono pégueseles algo de la verdadera superioridad, participen antes de las prendas de la majestad que de las ceremonias de la vanidad, sin afectar lo imperfecto de la hinchazón, sino lo realzado de la sustancia.
104. Tener tomado el pulso a los empleos.
Hay su variedad en ellos: magistral conocimiento, y que necesita de advertencia; piden unos valor y otros sutileza. Son más fáciles de manejar los que dependen de la rectitud, y más difíciles los que del artificio. Con un buen natural no es menester más para aquellos; para estos no basta toda la atención y desvelo. Trabajosa ocupación gobernar hombres, y más, locos o necios: doblado seso es menester para con quien no le tiene. Empleo intolerable el que pide todo un hombre, de horas contadas y la materia cierta; mejores son los libres de fastidio juntando la variedad con la gravedad, porque la alternación refresca el gusto. Los más autorizados son los que tienen menos, o más distante, la dependencia; y aquel es el peor que al fin hace sudar en la residencia humana y más en la divina.
105. No cansar.
Suele ser pesado el hombre de un negocio, y el de un verbo. La brevedad es lisonjera, y más negociante; gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo. Más obran quintas esencias que fárragos; y es verdad común que hombre largo raras veces entendido, no tanto en lo material de la disposición cuanto en lo formal del discurso. Hay hombres que sirven más de embarazo que de adorno del universo, alhajas perdidas que todos las desvían. Excuse el discreto el embarazar, y mucho menos a grandes personajes, que viven muy ocupados, y sería peor desazonar uno de ellos que todo lo restante del mundo. Lo bien dicho se dice presto.
106. No afectar la fortuna.
Más ofende el ostentar la dignidad que la persona. Hacer del hombre es odioso, bastábale ser invidiado. La estimación se consigue menos cuanto se busca más; depende del respeto ajeno; y así no se la puede tomar uno, sino merecer la de los otros y aguardarla. Los empleos grandes piden autoridad ajustada a su ejercicio, sin la cual no pueden ejercerse dignamente. Conserve la que merece para cumplir con lo sustancial de sus obligaciones: no estrujarla, ayudarla sí, y todos los que hacen del hacendado en el empleo dan indicio de que no lo merecían, y que viene sobrepuesta la dignidad. Si se hubiere de valer, sea antes de lo eminente de sus prendas que de lo adventicio; que hasta un rey se ha de venerar más por la personal que por la extrínseca soberanía.
107. No mostrar satisfacción de sí.
Viva ni descontento, que es poquedad, ni satisfecho, que es necedad. Nace la satisfacción en los más de ignorancia, y para en una felicidad necia, que, aunque entretiene el gusto, no mantiene el crédito. Como no alcanza las superlativas perfecciones en los otros, págase de cualquiera vulgar medianía en sí. Siempre fue útil, a más de cuerdo, el recelo, o para prevención de que salgan bien las cosas, o para consuelo cuando salieren mal; que no se le hace de nuevo el desaire de su suerte al que ya se lo temía. El mismo Homero dormita tal vez, y cae Alejandro de su estado y de su engaño. Dependen las cosas de muchas circunstancias; y la que triunfó en un puesto, y en tal ocasión, en otra se malogra; pero la incorregibilidad de lo neco está en que se convirtió en flor la más vana satisfacción, y va brotando siempre su semilla.
108. Atajo para ser persona: saberse ladear.
Es muy eficaz el trato. Comunícanse las costumbres y los gustos. Pégase el genio, y aun el ingenio, sin sentir. Procure, pues, el pronto juntarse con el reportado; y así en los demás genios, con este conseguirá la templanza sin violencia: es gran destreza saberse atemperar. La alternación de contrariedades hermosea el universo y le sustenta, y si causa armonía en lo natural, mayor en lo moral. Válgase de esta política advertencia en la elección de familiares y de famulares, que con la comunicación de los extremos se ajustará un medio muy discreto.
109. No ser acriminador.
Hay hombres de genio fiero, todo lo hacen delito, y no por pasión, sino por naturaleza. A todos condenan, a unos porque hicieron, a otros porque harán. Indica ánimo peor que cruel, que es vil, y acriminan con tal exageración, que de los átomos hacen vigas para sacar los ojos: cómitres en cada puesto, que hacen galera de lo que fuera Elisio; pero si media la pasión, de todo hacen extremos. Al contrario, la ingenuidad para todo halla salida, si no de intención, de inadvertencia.
110. No aguardar a ser sol que se pone.
Máxima es de cuerdos dejar las cosas antes que los dejen. Sepa uno hacer triunfo del mismo fenecer; que tal vez el mismo sol, a buen lucir, suele retirarse a una nube porque no le vean caer, y deja en suspensión de si se puso o no se puso. Hurte el cuerpo a los ocasos para no reventar de desaires; no aguarde a que le vuelvan las espaldas, que le sepultarán vivo para el sentimiento, y muerto para la estimación. Jubila con tiempo el advertido al corredor caballo, y no aguarda a que, cayendo, levante la risa en medio la carrera. Rompa el espejo con tiempo y con astucia la belleza, y no con impaciencia después al ver su desengaño.
111. Tener amigos.
Es el segundo ser. Todo amigo es bueno, y sabio para el amigo. Entre ellos todo sale bien. Tanto valdrá uno cuanto quisieren los demás; y para que quieran, se les ha de ganar la boca por el corazón. No hay hechizo como el buen servicio, y para ganar amistades, el mejor medio es hacerlas. Depende lo más y lo mejor que tenemos de los otros. Hase de vivir, o con amigos o con enemigos. Cada día se ha de diligenciar uno, aunque no para íntimo, para aficionado, que algunos se quedan después para confidentes, pasando por el acierto del delecto.
112. Ganar la pía afición, que aun la primera y suma causa en sus mayores asuntos la previene y la dispone.
Éntrase por el afecto al concepto. Algunos se fían tanto del valor, que desestiman la diligencia; pero la atención sabe bien que es grande el rodeo de solos los méritos, si no se ayudan del favor. Todo lo facilita y suple la benevolencia; no siempre supone las prendas, sino que las pone, como el valor, la entereza, la sabiduría, hasta la discreción. Nunca ve las fealdades, porque no las querría ver. Nace de ordinario de la correspondencia material en genio, nación, parentesco, patria y empleo. La formal es más sublime en prendas, obligaciones, reputación, méritos. Toda la dificultad es ganarla, que con facilidad se conserva. Puédese diligenciar, y saberse valer de ella.
113. Prevenirse en la fortuna próspera para la adversa.
Arbitrio es hacer en el estío la provisión para el invierno, y con más comodidad. Van baratos entonces los favores, hay abundancia de amistades. Bueno es conservar para el mal tiempo, que es la adversidad cara, y falta de todo. Haya retén de amigos y de agradecidos, que algún día hará aprecio de lo que ahora no hace caso. La villanía nunca tiene amigos: en la prosperidad porque los desconoce, en la adversidad la desconocen a ella.
114. Nunca competir.
Toda pretensión con oposición daña el crédito. La competencia tira luego a desdorar, por deslucir. Son pocos los que hacen buena guerra, descubre la emulación los defectos que olvidó la cortesía. Vivieron muchos acreditados mientras no tuvieron émulos. El calor de la contrariedad aviva o resucita las infamias muertas, desentierra hediondeces pasadas y antepasadas. Comiénzase la competencia con manifiesto de desdoros, ayudándose de cuanto puede y no debe; y aunque a veces, y las más, no sean armas de provecho las ofensas, hace de ellas vil satisfacción a su venganza, y sacude esta con tal aire, que hace saltar a los desaires el polvo del olvido. Siempre fue pacífica la benevolencia y benévola la reputación.
115. Hacerse a las malas condiciones de los familiares; así como a los malos rostros: es conveniencia donde tercia dependencia.
Hay fieros genios que no se puede vivir con ellos, ni sin ellos. Es, pues, destreza irse acostumbrando, como a la fealdad, para que no se hagan de nuevo en la terribilidad de la ocasión. La primera vez espantan, pero poco a poco se les viene a perder aquel primer horror, y la refleja previene los disgustos, o los tolera.
116. Tratar siempre con gente de obligaciones.
Puede empeñarse con ellos, y empeñarlos. Su misma obligación es la mayor fianza de su trato, aun para barajar, que obran como quien son, y vale más pelear con gente de bien que triunfar de gente de mal. No hay buen trato con la ruindad, porque no se halla obligada a la entereza; por eso entre ruines nunca hay verdadera amistad, ni es de buena ley la fineza, aunque lo parezca, porque no es en fe de la honra. Reniegue siempre de hombre sin ella, que quien no la estima, no estima la virtud; y es la honra el trono de la entereza.
117. Nunca hablar de sí.
O se ha de alabar, que es desvanecimiento, o se ha de vituperar, que es poquedad; y, siendo culpa de cordura en el que dice, es pena de los que oyen. Si esto se ha de evitar en la familiaridad, mucho más en puestos sublimes, donde se habla en común, y pasa ya por necedad cualquier apariencia de ella. El mismo inconveniente de cordura tiene el hablar de los presentes por el peligro de dar en uno de dos escollos: de lisonja, o vituperio.
118. Cobrar fama de cortés, que basta a hacerle plausible.
Es la cortesía la principal parte de la cultura, especie de hechizo, y así concilia la gracia de todos, así como la descortesía el desprecio y enfado universal. Si ésta nace de soberbia, es aborrecible; si de grosería, despreciable. La cortesía siempre ha de ser más que menos, pero no igual, que degeneraría en injusticia. Tiénese por deuda entre enemigos para que se vea su valor. Cuesta poco y vale mucho: todo honrador es honrado. La galantería y la honra tienen esta ventaja, que se quedan: aquélla en quien la usa, ésta en quien la hace.
119. No hacerse de mal querer.
No se ha de provocar la aversión, que aun sin quererlo, ella se adelanta. Muchos hay que aborrecen de balde, sin saber el cómo ni por qué. Previene la malevolencia a la obligación. Es más eficaz y pronta para el daño la irascible que la concupiscible para el provecho. Afectan algunos ponerse mal con todos, por enfadoso o por enfadado genio; y si una vez se apodera el odio, es, como el mal concepto, dificultoso de borrar. A los hombres juiciosos los temen, a los maldicientes aborrecen, a los presumidos asquean, a los fisgones abominan, a los singulares los dejan. Muestre, pues, estimar para ser estimado, y el que quiere hacer casa hace caso.
120. Vivir a lo práctico.
Hasta el saber ha de ser al uso, y donde no se usa, es preciso saber hacer del ignorante. Múdanse a tiempos el discurrir y el gustar: no se ha de discurrir a lo viejo, y se ha de gustar a lo moderno. El gusto de las cabezas hace voto en cada orden de cosas. Ése se ha de seguir por entonces, y adelantar a eminencia. Acomódese el cuerdo a lo presente, aunque le parezca mejor lo pasado, así en los arreos del alma como del cuerpo. Sólo en la bondad no vale esta regla de vivir, que siempre se ha de practicar la virtud. Desconócese ya, y parece cosa de otros tiempos el decir verdad, el guardar palabra; y los varones buenos parecen hechos al buen tiempo, pero siempre amados; de suerte que, si algunos hay, no se usan ni se imitan. ¡Oh, grande infelicidad del siglo nuestro, que se tenga la virtud por extraña y la malicia por corriente! Viva el discreto como puede, si no como querría. Tenga por mejor lo que le concedió la suerte que lo que le ha negado.
121. No hacer negocio del no negocio.
Así como algunos todo lo hacen cuento, así otros todo negocio: siempre hablan de importancia, todo lo toman de veras, reduciéndolo a pendencia y a misterio. Pocas cosas de enfado se han de tomar de propósito, que sería empeñarse sin él. Es trocar los puntos tomar a pechos lo que se ha de echar a las espaldas. Muchas cosas que eran algo, dejándolas, fueron nada; y otras que eran nada, por haber hecho caso de ellas, fueron mucho. Al principio es fácil dar fin a todo, que después no. Muchas veces hace la enfermedad el mismo remedio, ni es la peor regla del vivir el dejar estar.
122. Señorío en el decir y en el hacer.
Hácese mucho lugar en todas partes, y gana de antemano el respeto. En todo influye, en el conversar, en el orar, hasta en el caminar; y aun el mirar en el querer. Es gran victoria coger los corazones. No nace de una necia intrepidez, ni del enfadoso entretenimiento, sí en una decente autoridad nacida del genio superior y ayudada de los méritos.
123. Hombre desafectado.
A más prendas, menos afectación, que suele ser vulgar desdoro de todas. Es tan enfadosa a los demás cuan penosa al que la sustenta, porque vive mártir del cuidado, y se atormenta con la puntualidad. Pierden su mérito las mismas eminencias con ella, porque se juzgan nacidas antes de la artificiosa violencia que de la libre naturaleza, y todo lo natural fue siempre más grato que lo artificial. Los afectados son tenidos por extranjeros en lo que afectan; cuanto mejor se hace una cosa se ha de desmentir la industria, porque se vea que se cae de su natural la perfección. Ni por huir la afectación se ha de dar en ella afectando el no afectar. Nunca el discreto se ha de dar por entendido de sus méritos, que el mismo descuido despierta en los otros la atención. Dos veces es eminente el que encierra todas las perfecciones en sí, y ninguna en su estimación; y por encontrada senda llega al término de la plausibilidad.
124. Llegar a ser deseado.
Pocos llegaron a tanta gracia de las gentes, y si de los cuerdos, felicidad. Es ordinaria la tibieza con los que acaban. Hay modos para merecer este premio de afición: la eminencia en el empleo y en las prendas es segura; el agrado, eficaz. Hácese dependencia de la eminencia, de modo que se note que el cargo le hubo menester a él, y no él al cargo; honran unos los puestos, a otros honran. No es ventaja que le haga bueno el que sucedió malo, porque eso no es ser deseado absolutamente, sino ser el otro aborrecido.
125. No ser libro verde.
Señal de tener gastada la fama propia es cuidar de la infamia ajena. Querrían algunos con las manchas de los otros disimular, si no lavar, las suyas; o se consuelan, que es el consuelo de los necios. Huéleles mal la boca a estos, que son los albañares de las inmundicias civiles. En estas materias, el que más escarba, más se enloda. Pocos se escapan de algún achaque original, o al derecho, o al través. No son conocidas las faltas en los poco conocidos. Huya el atento de ser registro de infamias, que es ser un aborrecido padrón y, aunque vivo, desalmado.
126. No es necio el que hace la necedad, sino el que, hecha, no la sabe encubrir.
Hanse de sellar los afectos, ¡cuánto más los defectos! Todos los hombres yerran, pero con esta diferencia, que los sagaces desmienten las hechas, y los necios mienten las por hacer. Consiste el crédito en el recato, más que en el hecho, que si no es uno casto, sea cauto. Los descuidos de los grandes hombres se observan más, como eclipses de las lumbreras mayores. Sea excepción de la amistad el no confiarla los defectos; ni aun, si ser pudiese, a su misma identidad. Pero puédese valer aquí de aquella otra regla del vivir, que es saber olvidar.
127. El despejo en todo.
Es vida de las prendas, aliento del decir, alma del hacer, realce de los mismos realces. Las demás perfecciones son ornato de la naturaleza, pero el despejo lo es de las mismas perfecciones: hasta en el discurrir se celebra. Tiene de privilegio lo más, debe al estudio lo menos, que aun a la disciplina es superior; pasa de facilidad, y adelántase a bizarría; supone desembarazo, y añade perfección. Sin él toda belleza es muerta, y toda gracia, desgracia. Es trascendental al valor, a la discreción, a la prudencia, a la misma majestad. Es político atajo en el despacho, y un culto salir de todo empeño.
128. Alteza de ánimo.
Es de los principales requisitos para héroe, porque inflama a todo género de grandeza. Realza el gusto, engrandece el corazón, remonta el pensamiento, ennoblece la condición y dispone la majestad. Dondequiera que se halla, se descuella, y aun tal vez, desmentida de la envidia de la suerte, revienta por campear. Ensánchase en la voluntad, ya que en la posibilidad se violente. Reconócela por fuente la magnanimidad, la generosidad y toda heroica prenda.
129. Nunca quejarse.
La queja siempre trae descrédito. Más sirve de ejemplar de atrevimiento a la pasión que de consuelo a la compasión. Abre el paso a quien la oye para lo mismo, y es la noticia del agravio del primero disculpa del segundo. Dan pie algunos con sus quejas de las ofensiones pasadas a las venideras, y pretendiendo remedio o consuelo, solicitan la complacencia, y aun el desprecio. Mejor política es celebrar obligaciones de unos para que sean empeños de otros, y el repetir favores de los ausentes es solicitar los de los presentes, es vender crédito de unos a otros. Y el varón atento nunca publique ni desaires ni defectos, sí estimaciones, que sirven para tener amigos y de contener enemigos.
130. Hacer, y hacer parecer.
Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. Valer y saberlo mostrar es valer dos veces. Lo que no se ve es como si no fuese. No tiene su veneración la razón misma donde no tiene cara de tal. Son muchos más los engañados que los advertidos: prevalece el engaño y júzganse las cosas por fuera. Hay cosas que son muy otras de lo que parecen. La buena exterioridad es la mejor recomendación de la perfección interior.
131. Galantería de condición.
Tienen su bizarría las almas, gallardía del espíritu, con cuyos galantes actos queda muy airoso un corazón. No cabe en todos, porque supone magnanimidad. Primero asunto suyo es hablar bien del enemigo, y obrar mejor. Su mayor lucimiento libra en los lances de la venganza: no se los quita, sino que se los mejora, convirtiéndola, cuando más vencedora, en una impensada generosidad. Es política también, y aun la gala de la razón de estado. Nunca afecta vencimientos, porque nada afecta, y cuando los alcanza el merecimiento, los disimula la ingenuidad.
132. Usar del reconsejo.
Apelar a la revista es seguridad, y más donde no es evidente la satisfacción; tomar tiempo, o para conceder, o para mejorarse: ofrécense nuevas razones para confirmar y corroborar el dictamen. Si es en materia de dar, se estima más el don en fe de la cordura que en el gusto de la presteza; siempre fue más estimado lo deseado. Si se ha de negar, queda lugar al modo, y para madurar el No, que sea más sazonado; y las más veces, pasado aquel primer calor del deseo, no se siente después a sangre fría el desaire del negar. A quien pide aprisa, conceder tarde, que es treta para desmentir la atención.
133. Antes loco con todos que cuerdo a solas, dicen políticos.
Que si todos lo son, con ninguno perderá; y si es sola la cordura, será tenida por locura: tanto importará seguir la corriente. Es el mayor saber a veces no saber, o afectar no saber. Hase de vivir con otros, y los ignorantes son los más. Para vivir a solas ha de tener o mucho de Dios o todo de bestia. Mas yo moderaría el aforismo, diciendo: antes cuerdo con los más que loco a solas. Algunos quieren ser singulares en las quimeras.
134. Doblar los requisitos de la vida.
Es doblar el vivir. No ha de ser única la dependencia, ni se ha de estrechar a una cosa sola, aunque singular. Todo ha de ser doblado, y más las causas del provecho, del favor, del gusto. Es trascendente la mutabilidad de la luna, término de la permanencia, y más las cosas que dependen de humana voluntad, que es quebradiza. Valga contra la fragilidad el retén, y sea gran regla del arte del vivir doblar las circunstancias del bien y de la comodidad: así como dobló la naturaleza los miembros más importantes y más arriesgados, así el arte los de la dependencia.
135. No tenga espíritu de contradicción, que es cargarse de necedad y de enfado.
Conjurarse ha contra él la cordura. Bien puede ser ingenioso el dificultar en todo, pero no se escapa de necio lo porfiado. Hacen estos guerrilla de la dulce conversación, y así son enemigos más de los familiares que de los que no les tratan. En el más sabroso bocado se siente más la espina que se atraviesa, y eslo la contradicción de los buenos ratos; son necios perniciosos, que añaden lo fiera a lo bestia.
136. Ponerse bien en las materias, tomar el pulso luego a los negocios.
Vanse muchos o por las ramas de un inútil discurrir, o por las hojas de una cansada verbosidad, sin topar con la sustancia del caso. Dan cien vueltas rodeando un punto, cansándose y cansando, y nunca llegan al centro de la importancia. Procede de entendimientos confusos, que no se saben desembarazar. Gastan el tiempo y la paciencia en lo que habían de dejar, y después no la hay para lo que dejaron.
137. Bástese a sí mismo el sabio.
Él se era todas sus cosas, y llevándose a sí lo llevaba todo. Si un amigo universal basta hacer Roma y todo lo restante del universo, séase uno ese amigo de sí propio, y podrá vivirse a solas. )Quién le podrá hacer falta si no hay ni mayor concepto ni mayor gusto que el suyo? Dependerá de sí solo, que es felicidad suma semejar a la entidad suma. El que puede pasar así a solas, nada tendrá de bruto, sino mucho de sabio y todo de Dios.
138. Arte de dejar estar.
Y más cuando más revuelta la común mar, o la familiar. Hay torbellinos en el humano trato, tempestades de voluntad; entonces es cordura retirarse al seguro puerto del dar vado. Muchas veces empeoran los males con los remedios. Dejar hacer a la naturaleza allí, y aquí a la moralidad. Tanto ha de saber el sabio médico para recetar como para no recetar, y a veces consiste el arte más en el no aplicar remedios. Sea modo de sosegar vulgares torbellinos el alzar mano y dejar sosegar; ceder al tiempo ahora será vencer después. Una fuente con poca inquietud se enturbia, ni se volverá a serenar procurándolo, sino dejándola. No hay mejor remedio de los desconciertos que dejarlos correr, que así caen de sí propios.
139. Conocer el día aciago, que los hay: nada saldrá bien; y, aunque se varíe el juego, pero no la mala suerte.
A dos lances convendrá conocerla y retirarse, advirtiendo si está de día o no lo está. Hasta en el entendimiento hay vez, que ninguno supo a todas horas. Es ventura acertar a discurrir, como el escribir bien una carta. Todas las perfecciones dependen de sazón, ni siempre la belleza está de vez; desmiéntese la discreción a sí misma, ya cediendo, ya excediéndose; y todo para salir bien ha de estar de día. Así como en unos todo sale mal, en otros todo bien y con menos diligencias. Todo se lo halla uno hecho: el ingenio está de vez, el genio de temple, y todo de estrella. Entonces conviene lograrla y no desperdiciar la menor partícula. Pero el varón juicioso no por un azar que vio sentencie definitivamente de malo, ni al contrario, de bueno, que pudo ser aquello desazón y esto ventura.
140. Topar luego con lo bueno en cada cosa.
Es dicha del buen gusto. Va luego la abeja a la dulzura para el panal, y la víbora a la amargura para el veneno. Así los gustos, unos a lo mejor y otros a lo peor. No hay cosa que no tenga algo bueno, y más si es libro, por lo pensado. Es, pues, tan desgraciado el genio de algunos, que entre mil perfecciones toparán con solo un defecto que hubiere, y ese lo censuran y lo celebran: recogedores de las inmundicias de voluntades y de entendimientos, cargando de notas, de defectos, que es más castigo de su mal delecto que empleo de su sutileza. Pasan mala vida, pues siempre se ceban de amarguras y hacen pasto de imperfecciones. Más feliz es el gusto de otros que, entre mil defectos, toparán luego con una sola perfección que se le cayó a la ventura.
141. No escucharse.
Poco aprovecha agradarse a sí, si no contenta a los demás, y de ordinario castiga el desprecio común la satisfacción particular. Débese a todos el que se paga de sí mismo. Querer hablar y oírse no sale bien; y si hablarse a solas es locura, escucharse delante de otros será doblada. Achaque de señores es hablar con el bordón, del ")digo algo?" y aquel ")eh?" que aporrea a los que escuchan. A cada razón orejean la aprobación o la lisonja, apurando la cordura. También los hinchados hablan con eco, y como su conversación va en chapines de entono, a cada palabra solicita el enfadoso socorro del necio "¡bien dicho!"
142. Nunca por tema seguir el peor partido, porque el contrario se adelantó y escogió el mejor.
Ya comienza vencido, y así será preciso ceder desairado. Nunca se vengará bien con el mal. Fue astucia del contrario anticiparse a lo mejor, y necedad suya oponérsele tarde con lo peor. Son estos porfiados de obra más empeñados que los de palabra, cuanto va más riesgo del hacer al decir. Vulgaridad de temáticos, no reparar en la verdad, por contradecir, ni en la utilidad, por litigar. El atento siempre está de parte de la razón, no de la pasión, o anticipándose antes o mejorándose después; que si es necio el contrario, por el mismo caso mudará de rumbo, pasándose a la contraria parte, con que empeorará de partido. Para echarle de lo mejor es único remedio abrazarlo propio, que su necedad le hará dejarlo y su tema le será despeño.
143. No dar en paradojo por huir de vulgar, los dos extremos son del descrédito.
Todo asunto que desdice de la gravedad es ramo de necedad. Lo paradojo es un cierto engaño plausible a los principios, que admira por lo nuevo y por lo picante; pero después con el desengaño del salir tan mal queda muy desairado. Es especie de embeleco, y en materias políticas, ruina de los estados. Los que no pueden llegar o no se atreven a lo heroico por el camino de la virtud, echan por lo paradojo, admirando necios y sacando verdaderos a muchos cuerdos. Arguye destemplanza en el dictamen, y por eso tan opuesto a la prudencia; y si tal vez no se funda en lo falso, por lo menos en lo incierto, con gran riesgo de la importancia.
144. Entrar con la ajena para salir con la suya.
Es estratagema del conseguir. Aun en las materias del cielo encargan esta santa astucia los cristianos maestros. Es un importante disimulo, porque sirve de cebo la concebida utilidad para coger una voluntad: parécele que va delante la suya, y no es más de para abrir camino a la pretensión ajena. Nunca se ha de entrar a lo desatinado, y más donde hay fondo de peligro. También con personas cuya primera palabra suele ser el No conviene desmentir el tiro, porque no se advierta la dificultad del conceder, mucho más cuando se presiente la aversión. Pertenece este aviso a los de segunda intención, que todos son de la quinta sutileza.
145. No descubrir el dedo malo, que todo topará allí.
No quejarse de él, que siempre sacude la malicia adonde le duele a la flaqueza. No servirá el picarse uno sino de picar el gusto al entretenimiento. Va buscando la mala intención el achaque de hacer saltar: arroja varillas para hallarle el sentimiento, hará la prueba de mil modos hasta llegar al vivo. Nunca el atento se dé por entendido, ni descubra su mal, o personal o heredado, que hasta la fortuna se deleita a veces de lastimar donde más ha de doler. Siempre mortifica en lo vivo; por esto no se ha de descubrir, ni lo que mortifica, ni lo que vivifica: uno para que se acabe, otro para que dure.
146. Mirar por dentro.
Hállanse de ordinario ser muy otras las cosas de lo que parecían; y la ignorancia que no pasó de la corteza se convierte en desengaño cuando se penetra al interior. La mentira es siempre la primera en todo, arrastra necios por vulgaridad continuada. La verdad siempre llega la última, y tarde, cojeando con el tiempo; resérvanle los cuerdos la otra mitad de la potencia que sabiamente duplicó la común madre. Es el engaño muy superficial, y topan luego con él los que lo son. El acierto vive retirado a su interior para ser más estimado de sus sabios y discretos.
147. No ser inaccesible.
Ninguno hay tan perfecto, que alguna vez no necesite de advertencia. Es irremediable de necio el que no escucha; el más exento ha de dar lugar al amigable aviso, ni la soberanía ha de excluir la docilidad. Hay hombres irremediables por inaccesibles, que se despeñan porque nadie osa llegar a detenerlos. El más entero ha de tener una puerta abierta a la amistad, y será la del socorro; ha de tener lugar un amigo para poder con desembarazo avisarle, y aun castigarle. La satisfacción le ha de poner en esta autoridad, y el gran concepto de su fidelidad y prudencia. No a todos se les ha de facilitar el respeto, ni aun el crédito; pero tenga en el retrete de su recato un fiel espejo de un confidente a quien deba y estime la corrección en el desengaño.
148. Tener el arte de conversar, en que se hace muestra de ser persona.
En ningún ejercicio humano se requiere más la atención, por ser el más ordinario del vivir. Aquí es el perderse o el ganarse; que si es necesaria la advertencia para escribir una carta, con ser conversación de pensado, y por escrito, ¡cuánto más en la ordinaria, donde se hace examen pronto de la discreción! Toman los peritos el pulso al ánimo en la lengua, y en fe de ella dijo el Sabio: "Habla, si quieres que te conozca". Tienen algunos por arte en la conversación el ir sin ella, que ha de ser holgada, como el vestir, entiéndese entre muy amigos; que cuando es de respeto ha de ser más sustancial, y que indique la mucha sustancia de la persona. Para acertarse se ha de ajustar al genio y al ingenio de los que tercian. No ha de afectar el ser censor de las palabras, que será tenido por gramático, ni menos fiscal de las razones, que le hurtarán todos el trato y le vedarán la comunicación. La discreción en el hablar importa más que la elocuencia.
149. Saber declinar a otro los males.
Tener escudos contra la malevolencia, gran treta de los que gobiernan. No nace de incapacidad, como la malicia piensa, sí de industria superior, tener en quien recaiga la censura de los desaciertos, y el castigo común de la murmuración. No todo puede salir bien, ni a todos se puede contentar. Haya, pues, un testa de yerros, terrero de infelicidades, a costa de su misma ambición.
150. Saber vender sus cosas.
No basta la intrínseca bondad de ellas, que no todos muerden la sustancia, ni miran por dentro. Acuden los más adonde hay concurso, van porque ven ir a otros. Es gran parte del artificio saber acreditar: unas veces celebrando, que la alabanza es solicitadora del deseo; otras, dando buen nombre, que es un gran modo de sublimar, desmintiendo siempre la afectación. El destinar para solos los entendidos es picón general, porque todos se lo piensan, y cuando no, la privación espoleará el deseo. Nunca se han de acreditar de fáciles, ni de comunes, los asuntos, que más es vulgarizarlos que facilitarlos; todos pican en lo singular por más apetecible, tanto al gusto como al ingenio.