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Baltasar Gracián y Morales
Oráculo manual y arte de la prudencia (151-200)
151. Pensar anticipado: hoy para mañana, y aun para muchos días.
La mayor providencia es tener horas de ella; para prevenidos no hay acasos, ni para apercibidos aprietos. No se ha de aguardar el discurrir para el ahogo, y ha de ir de antemano; prevenga con la madurez del reconsejo el punto más crudo. Es la almohada Sibila muda, y el dormir sobre los puntos vale más que el desvelarse debajo de ellos. Algunos obran y después piensan: aquello más es buscar excusas que consecuencias. Otros, ni antes ni después. Toda la vida ha de ser pensar para acertar el rumbo: el reconsejo y providencia dan arbitrio de vivir anticipado.
152. Nunca acompañarse con quien le pueda deslucir, tanto por más cuanto por menos.
Lo que excede en perfección excede en estimación. Hará el otro el primer papel siempre, y él el segundo; y si le alcanzare algo de aprecio, serán las sobras de aquel. Campea la luna, mientras una, entre las estrellas; pero en saliendo el sol, o no parece o desaparece. Nunca se arrime a quien le eclipse, sino a quien le realce. De esta suerte pudo parecer hermosa la discreta Fabula de Marcial, y lució entre la fealdad o el desaliño de sus doncellas. Tampoco ha de peligrar de mal de lado, ni honrar a otros a costa de su crédito. Para hacerse, vaya con los eminentes; para hecho, entre los medianos.
153. Huya de entrar a llenar grandes vacíos. Y, si se empeña, sea con seguridad del exceso.
Es menester doblar el valor para igualar al del pasado. Así como es ardid, que el que se sigue sea tal que le haga deseado, así es sutileza que el que acabó no le eclipse. Es dificultoso llenar un gran vacío, porque siempre lo pasado pareció mejor; y aun la igualdad no bastará, porque está en posesión de primero. Es, pues, necesario añadir prendas para echar a otro de su posesión en el mayor concepto.
154. No ser fácil: ni en creer, ni en querer.
Conócese la madurez en la espera de la credulidad: es muy ordinario el mentir, sea extraordinario el creer. El que ligeramente se movió hállase después corrido; pero no se ha de dar a entender la duda de la fe ajena, que pasa de descortesía a agravio, porque se le trata al que contesta de engañador o engañado. Y aun no es ése el mayor inconveniente, cuanto que el no creer es indicio del mentir; porque el mentiroso tiene dos males, que ni cree ni es creído. La suspensión del juicio es cuerda en el que oye, y remítase de fe al autor aquel que dice: "También es especie de imprudencia la facilidad en el querer"; que, si se miente con la palabra, también con las cosas, y es más pernicioso este engaño por la obra.
155. Arte en el apasionarse.
Si es posible, prevenga la prudente reflexión la vulgaridad del ímpetu. No le será dificultoso al que fuere prudente. El primer paso del apasionarse es advertir que se apasiona, que es entrar con señorío del afecto, tanteando la necesidad hasta tal punto de enojo, y no más. Con esta superior refleja entre y salga en una ira. Sepa parar bien, y a su tiempo, que lo más dificultoso del correr está en el parar. Gran prueba de juicio conservarse cuerdo en los trances de locura. Todo exceso de pasión degenera de lo racional; pero con esta magistral atención nunca atropellará la razón, ni pisará los términos de la sindéresis. Para saber hacer mal a una pasión es menester ir siempre con la rienda en la atención, y será el primer cuerdo a caballo, si no el último.
156. Amigos de elección.
Que lo han de ser a examen de la discreción y a prueba de la fortuna, graduados no sólo de la voluntad, sino del entendimiento. Y con ser el más importante acierto del vivir, es el menos asistido del cuidado. Obra el entremetimiento en algunos, y el acaso en los más. Es definido uno por los amigos que tiene, que nunca el sabio concordó con ignorantes; pero el gustar de uno no arguye intimidad, que puede proceder más del buen rato de su graciosidad que de la confianza de su capacidad. Hay amistades legítimas y otras adulterinas: éstas para la delectación, aquéllas para la fecundidad de aciertos. Hállanse pocos de la persona, y muchos de la fortuna. Más aprovecha un buen entendimiento de un amigo que muchas buenas voluntades de otros. Haya, pues, elección, y no suerte. Un sabio sabe excusar pesares, y el necio amigo los acarrea. Ni desearles mucha fortuna, si no los quiere perder.
157. No engañarse en las personas, que es el peor y más fácil engaño.
Más vale ser engañado en el precio que en la mercadería; ni hay cosa que más necesite de mirarse por dentro. Hay diferencia entre el entender las cosas y conocer las personas; y es gran filosofía alcanzar los genios y distinguir los humores de los hombres. Tanto es menester tener estudiados los sujetos como los libros.
158. Saber usar de los amigos.
Hay en esto su arte de discreción; unos son buenos para de lejos, y otros para de cerca; y el que tal vez no fue bueno para la conversación lo es para la correspondencia. Purifica la distancia algunos defectos que eran intolerables a la presencia. No sólo se ha de procurar en ellos conseguir el gusto, sino la utilidad, que ha de tener las tres calidades del bien, otros dicen las del ente: uno, bueno y verdadero, porque el amigo es todas las cosas. Son pocos para buenos, y el no saberlos elegir los hace menos. Saberlos conservar es más que el hacerlos amigos. Búsquense tales que hayan de durar, y aunque al principio sean nuevos, baste para satisfacción que podrán hacerse viejos. Absolutamente los mejores los muy salados, aunque se gaste una fanega en la experiencia. No hay desierto como vivir sin amigos. La amistad multiplica los bienes y reparte los males, es único remedio contra la adversa fortuna y un desahogo del alma.
159. Saber sufrir necios.
Las sabios siempre fueron mal sufridos, que quien añade ciencia añade impaciencia. El mucho conocer es dificultoso de satisfacer. La mayor regla del vivir, según Epicteto, es el sufrir, y a esto redujo la mitad de la sabiduría. Si todas las necedades se han de tolerar, mucha paciencia será menester. A veces sufrimos más de quien más dependemos, que importa para el ejercicio del vencerse. Nace del sufrimiento la inestimable paz, que es la felicidad de la tierra. Y el que no se hallare con ánimo de sufrir apele al retiro de sí mismo, si es que aun a sí mismo se ha de poder tolerar.
160. Hablar de atento: con los émulos, por cautela; con los demás, por decencia.
Siempre hay tiempo para enviar la palabra, pero no para volverla. Hase de hablar como en testamento, que a menos palabras, menos pleitos. En lo que no importa se ha de ensayar uno para lo que importare. La arcanidad tiene visos de divinidad. El fácil a hablar cerca está de ser vencido y convencido.
161. Conocer los defectos dulces.
El hombre más perfecto no se escapa de algunos, y se casa o se amanceba con ellos. Haylos en el ingenio, y mayores en el mayor, o se advierten más. No porque no los conozca el mismo sujeto, sino porque los ama. Dos males juntos: apasionarse y por vicios. Son lunares de la perfección, ofenden tanto a los de afuera cuanto a los mismos les suenan bien. Aquí es el gallardo vencerse y dar esta felicidad a los demás realces; todos topan allí, y cuando avían de celebrar lo mucho bueno que admiran, se detienen donde reparan, afeando aquello por desdoro de las demás prendas.
162. Saber triunfar de la emulación y malevolencia.
Poco es ya el desprecio, aunque prudente; más es la galantería. No hay bastante aplauso a un decir bien del que dice mal. No hay venganza más heroica que con méritos y prendas, que vencen y atormentan a la envidia. Cada felicidad es un apretón de cordeles al mal afecto, y es un infierno del émulo la gloria del emulado. Este castigo se tiene por el mayor: haber veneno de la felicidad. No muere de una vez el envidioso, sino tantas cuantas vive a voces de aplausos el envidiado, compitiendo la perenidad de la fama del uno con la penalidad del otro. Es inmortal este para sus glorias y aquel para sus penas. El clarín de la fama, que toca a inmortalidad al uno, publica muerte para el otro, sentenciándole al suspendio de tan envidiosa suspensión.
163. Nunca por la compasión del infeliz se ha de incurrir en la desgracia del afortunado.
Es desventura para unos la que suele ser ventura para otros, que no fuera uno dichoso si no fueran muchos otros desdichados. Es propio de infelices conseguir la gracia de las gentes, que quiere recompensar ésta con su favor inútil los disfavores de la fortuna; y viose tal vez que el que en la prosperidad fue aborrecido de todos, en la adversidad compadecido de todos: trocóse la venganza de ensalzado en compasión de caído. Pero el sagaz atienda al barajar de la suerte. Hay algunos que nunca van sino con los desdichados, y ladean hoy por infeliz al que huyeron ayer por afortunado. Arguye tal vez nobleza del natural, pero no sagacidad.
164. Echar al aire algunas cosas.
Para examinar la aceptación, un ver cómo se reciben, y más las sospechosas de acierto y de agrado. Asegúrase el salir bien, y queda lugar o para el empeño o para el retiro. Tantéanse las voluntades de esta suerte, y sabe el atento dónde tiene los pies: prevención máxima del pedir, del querer y del gobernar.
165. Hacer buena guerra.
Puédenle obligar al cuerdo a hacerla, pero no mala. Cada uno ha de obrar como quien es, no como le obligan. Es plausible la galantería en la emulación. Hase de pelear no sólo para vencer en el poder, sino en el modo. Vencer a lo ruin no es victoria, sino rendimiento. Siempre fue superioridad la generosidad. El hombre de bien nunca se vale de armas vedadas, y sonlo las de la amistad acabada para el odio comenzado, que no se ha de valer de la confianza para la venganza; todo lo que huele a traición infecciona el buen nombre. En personajes obligados se extraña más cualquier átomo de bajeza; han de distar mucho la nobleza de la vileza. Préciese de que si la galantería, la generosidad y la fidelidad se perdiesen en el mundo se avían de buscar en su pecho.
166. Diferenciar el hombre de palabras del de obras.
Es única precisión, así como la del amigo, de la persona, o del empleo, que son muy diferentes. Malo es, no teniendo palabra buena, no tener obra mala; peor, no teniendo palabra mala, no tener obra buena. Ya no se come de palabras, que son viento, ni se vive de cortesías, que es un cortés engaño. Cazar las aves con luz es el verdadero encandilar. Los desvanecidos se pagan del viento; las palabras han de ser prendas de las obras, y así han de tener el valor. Los árboles que no dan fruto, sino hojas, no suelen tener corazón. Conviene conocerlos, unos para provecho, otros para sombra.
167. Saberse ayudar.
No hay mejor compañía en los grandes aprietos que un buen corazón; y, cuando flaqueare, se ha de suplir de las partes que le están cerca. Hácensele menores los afanes a quien se sabe valer. No se rinda a la fortuna, que se le acabará de hacer intolerable. Ayúdanse poco algunos en sus trabajos, y dóblanlos con no saberlos llevar. El que ya se conoce socorre con la consideración a su flaqueza, y el discreto de todo sale con victoria, hasta de las estrellas.
168. No dar en monstruo de la necedad.
Sonlo todos los desvanecidos, presuntuosos, porfiados, caprichosos, persuadidos, extravagantes, figureros, graciosos, noveleros, paradojos, sectarios y todo género de hombres destemplados; monstruos todos de la impertinencia. Toda monstruosidad del ánimo es más deforme que la del cuerpo, porque desdice de la belleza superior. Pero )quién corregirá tanto desconcierto común? Donde falta la sindéresis, no queda lugar para la dirección, y la que había de ser observación refleja de la irrisión, es una mal concebida presunción de aplauso imaginado.
169. Atención a no errar una, más que a acertar ciento.
Nadie mira al sol resplandeciente, y todos eclipsado. No le contará la nota vulgar las que acertare, sino las que errare. Más conocidos son los malos para murmurados que los buenos para aplaudidos. Ni fueron conocidos muchos hasta que delinquieron, ni bastan todos los aciertos juntos a desmentir un solo y mínimo desdoro. Y desengáñese todo hombre, que le serán notadas todas las malas, pero ninguna buena, de la malevolencia.
170. Usar del retén en todas las cosas.
Es asegurar la importancia. No todo el caudal se ha de emplear, ni se han de sacar todas las fuerzas cada vez; aun en el saber ha de haber resguardo, que es un doblar las perfecciones. Siempre ha de haber a que apelar en un aprieto de salir mal; más obra el socorro que el acometimiento, porque es de valor y de crédito. El proceder de la cordura siempre fue al seguro. Y aun en este sentido es verdadera aquella paradoja picante: más es la mitad que el todo.
171. No gastar el favor.
Los amigos grandes son para las grandes ocasiones. No se ha de emplear la confianza mucha en cosas pocas, que sería desperdicio de la gracia. La sagrada áncora se reserva siempre para el último riesgo. Si en lo poco se abusa de lo mucho, )qué quedará para después? No hay cosa que más valga que los valedores, ni más preciosa hoy que el favor: hace y deshace en el mundo hasta dar ingenio o quitarlo. A los sabios lo que les favorecieron naturaleza y fama les envidió la fortuna. Más es saber conservar las personas y tenerlas que los haberes.
172. No empeñarse con quien no tiene qué perder.
Es reñir con desigualdad. Entra el otro con desembarazo porque trae hasta la vergüenza perdida; remató con todo, no tiene más que perder, y así se arroja a toda impertinencia. Nunca se ha de exponer a tan cruel riesgo la inestimable reputación; costó muchos años de ganar, y viene a perderse en un punto de un puntillo: hiela un desaire mucho lucido sudor. Al hombre de obligaciones hácele reparar el tener mucho que perder. Mirando por su crédito, mira por el contrario, y como se empeña con atención, procede con tal detención, que da tiempo a la prudencia para retirarse con tiempo y poner en cobro el crédito. Ni con el vencimiento se llegará a ganar lo que se perdió ya con el exponerse a perder.
173. No ser de vidrio en el trato.
Y menos en la amistad. Quiebran algunos con gran facilidad, descubriendo la poca consistencia; llénanse a sí mismos de ofensión, a los demás de enfado. Muestran tener la condición más niña que las de los ojos, pues no permite ser tocada, ni de burlas ni de veras. Oféndenla las motas, que no son menester ya notas. Han de ir con grande tiento los que los tratan, atendiendo siempre a sus delicadezas; guárdanles los aires, porque el más leve desaire les desazona. Son estos ordinariamente muy suyos, esclavos de su gusto, que por él atropellarán con todo, idólatras de su honrilla. La condición del amante tiene la mitad de diamante en el durar y en el resistir.
174. No vivir a prisa.
El saber repartir las cosas es saberlas gozar. A muchos les sobra la vida y se les acaba la felicidad. Malogran los contentos, que no los gozan, y querrían después volver atrás, cuando se hallan tan adelante. Postillones del vivir, que a más del común correr del tiempo, añaden ellos su atropellamiento genial. Querrían devorar en un día lo que apenas podrán digerir en toda la vida. Viven adelantados en las felicidades, cómense los años por venir y, como van con tanta prisa, acaban presto con todo. Aun en el querer saber ha de haber modo para no saber las cosas mal sabidas. Son más los días que las dichas: en el gozar, a espacio; en el obrar, a prisa. Las hazañas bien están, hechas; los contentos, mal, acabados.
175. Hombre sustancial.
Y el que lo es no se paga de los que no lo son. Infeliz es la eminencia que no se funda en la sustancia. No todos los que lo parecen son hombres: haylos de embuste, que conciben de quimera y paren embelecos; y hay otros sus semejantes que los apoyan y gustan más de lo incierto que promete un embuste, por ser mucho, que de lo cierto que asegura una verdad, por ser poco. Al cabo, sus caprichos salen mal, porque no tienen fundamento de entereza. Sola la verdad puede dar reputación verdadera, y la sustancia entra en provecho. Un embeleco ha menester otros muchos, y así toda la fábrica es quimera, y como se funda en el aire es preciso venir a tierra: nunca llega a viejo un desconcierto; el ver lo mucho que promete basta hacerlo sospechoso, así como lo que prueba demasiado es imposible.
176. Saber, o escuchar a quien sabe.
Sin entendimiento no se puede vivir, o propio, o prestado; pero hay muchos que ignoran que no saben y otros que piensan que saben, no sabiendo. Achaques de necedad son irremediables, que como los ignorantes no se conocen, tampoco buscan lo que les falta. Serían sabios algunos si no creyesen que lo son. Con esto, aunque son raros los oráculos de cordura, viven ociosos, porque nadie los consulta. No disminuye la grandeza ni contradice a la capacidad el aconsejarse. Antes, el aconsejarse bien la acredita. Debata en la razón para que no le combata la desdicha.
177. Excusar llanezas en el trato.
Ni se han de usar, ni se han de permitir. El que se allana pierde luego la superioridad que le daba su entereza, y tras ella la estimación. Los astros, no rozándose con nosotros, se conservan en su esplendor. La divinidad solicita decoro; toda humanidad facilita el desprecio. Las cosas humanas, cuanto se tienen más, se tienen en menos, porque con la comunicación se comunican las imperfecciones que se encubrían con el recato. Con nadie es conveniente el allanarse: no con los mayores, por el peligro, ni con los inferiores, por la indecencia; menos con la villanía, que es atrevida por lo necio, y no reconociendo el favor que se le hace, presume obligación. La facilidad es ramo de vulgaridad.
178. Creer al corazón.
Y más cuando es de prueba. Nunca le desmienta, que suele ser pronóstico de lo que más importa: oráculo casero. Perecieron muchos de lo que se temían; mas ¿de qué sirvió el temerlo sin el remediarlo? Tienen algunos muy leal el corazón, ventaja del superior natural, que siempre los previene, y toca a infelicidad para el remedio. No es cordura salir a recibir los males, pero sí el salirles al encuentro para vencerlos.
179. La retentiva es el sello de la capacidad.
Pecho sin secreto es carta abierta. Donde hay fondo están los secretos profundos, que hay grandes espacios y ensenadas donde se hundenlas cosas de monta. Procede de un gran señorío de sí, y el vencerse en esto es el verdadero triunfar. A tantos pagan pecho a cuantos se descubre. En la templanza interior consiste la salud de la prudencia. Los riesgos de la retentiva son la ajena tentativa: el contradecir para torcer; el tirar varillas para hacer saltar aquí el atento más cerrado. Las cosas que se han de hacer no se han de decir, y las que se han de decir no se han de hacer.
180. Nunca regirse por lo que el enemigo había de hacer.
El necio nunca hará lo que el cuerdo juzga, porque no alcanza lo que conviene; si es discreto, tampoco, porque querrá desmentirle el intento penetrado, y aun prevenido. Hanse de discurrir las materias por entrambas partes, y revolverse por el uno y otro lado, disponiéndolas a dos vertientes. Son varios los dictámenes: esté atenta la indiferencia, no tanto para lo que será cuanto para lo que puede ser.
181. Sin mentir, no decir todas las verdades.
No hay cosa que requiera más tiento que la verdad, que es un sangrarse del corazón. Tanto es menester para saberla decir como para saberla callar. Piérdese con sola una mentira todo el crédito de la entereza. Es tenido el engañado por falto y el engañador por falso, que es peor. No todas las verdades se pueden decir: unas porque me importan a mí, otras porque al otro.
182. Un grano de audacia con todos es importante cordura.
Hase de moderar el concepto de los otros para no concebir tan altamente de ellos que les tema; nunca rinda la imaginación al corazón. Parecen mucho algunos hasta que se tratan, pero el comunicarlos más sirvió de desengaño que de estimación. Ninguno excede los cortos límites de hombre. Todos tienen su si no, unos en el ingenio, otros en el genio. La dignidad da autoridad aparente, pocas veces la acompaña la personal, que suele vengar la suerte la superioridad del cargo en la inferioridad de los méritos. La imaginación se adelanta siempre y pinta las cosas mucho más de lo que son. No sólo concibe lo que hay, sino lo que pudiera haber. Corríjala la razón, tan desengañada a experiencias. Pero ni la necedad ha de ser atrevida ni la virtud temerosa. Y si a la simplicidad le valió la confianza, ¡cuánto más al valer y al saber!
183. No aprender fuertemente.
Todo necio es persuadido, y todo persuadido necio; y cuanto más erróneo su dictamen, es mayor su tenacidad. Aun en caso de evidencia, es ingenuidad el ceder, que no se ignora la razón que tuvo y se conoce la galantería que tiene. Más se pierde con el arrimamiento que se puede ganar con el vencimiento; no es defender la verdad, sino la grosería. Hay cabezas de hierro dificultosas de convencer, con extremo irremediable; cuando se junta lo caprichoso con lo persuadido, cásanse indisolublemente con la necedad. El tesón ha de estar en la voluntad, no en el juicio. Aunque hay casos de excepción, para no dejarse perder y ser vencido dos veces: una en el dictamen, otra en la ejecución.
184. No ser ceremonial, que aun en un rey la afectación en esto fue solemnizada por singularidad.
Es enfadoso el puntoso, y hay naciones tocadas de esta delicadeza. El vestido de la necedad se cose de estos puntos, idólatras de su honra, y que muestran que se funda sobre poco, pues se temen que todo la pueda ofender. Bueno es mirar por el respeto, pero no sea tenido por gran maestro de cumplimientos. Bien es verdad que el hombre sin ceremonias necesita de excelentes virtudes. Ni se ha de afectar ni se ha de despreciar la cortesía. No muestra ser grande el que repara en puntillos.
185. Nunca exponer el crédito a prueba de sola una vez, que, si no sale bien aquella, es irreparable el daño.
Es muy contingente errar una, y más la primera. No siempre está uno de ocasión, que por eso se dijo "estar de día". Afiance, pues, la segunda a la primera, si se errare; y si se acertare, será la primera desempeño de la segunda. Siempre ha de haber recurso a la mejoría, y apelación a más. Dependen las cosas de contingencias, y de muchas, y así es rara la felicidad del salir bien.
186. Conocer los defectos, por más autorizados que estén.
No desconozca la entereza el vicio, aunque se revista de brocado; corónase tal vez de oro, pero no por eso puede disimular el yerro. No pierde la esclavitud de su vileza aunque se desmienta con la nobleza del sujeto; bien pueden estar los vicios realzados, pero no son realces. Ven algunos que aquel héroe tuvo aquel accidente, pero no ven que no fue héroe por aquello. Es tan retórico el ejemplo superior, que aun las fealdades persuade; hasta las del rostro afectó tal vez la lisonja, no advirtiendo que, si en la grandeza se disimulan, en la bajeza se abominan.
187. Todo lo favorable obrarlo por sí; todo lo odioso, por terceros.
Con lo uno se concilia la afición, con lo otro se declina la malevolencia. Mayor gusto es hacer bien que recibirlo para grandes hombres, que es felicidad de su generosidad. Pocas veces se da disgusto a otro sin tomarlo, o por compasión o por repasión. Las causas superiores no obran sin el premio o el apremio. Influya inmediatamente el bien y mediatamente el mal. Tenga donde den los golpes del descontento, que son el odio y la murmuración. Suele ser la rabia vulgar como la canina, que, desconociendo la causa de su daño, revuelve contra el instrumento, y aunque este no tenga la culpa principal, padece la pena de inmediato.
188. Traer que alabar.
Es crédito del gusto, que indica tenerlo hecho a lo muy bueno, y que se le debe la estimación de lo de acá. Quien supo conocer antes la perfección, sabrá estimarla después. Da materia a la conversación y a la imitación, adelantando las plausibles noticias. Es un político modo de vender la cortesía a las perfecciones presentes. Otros, al contrario, traen siempre que vituperar, haciendo lisonja a lo presente con el desprecio de lo ausente. Sáleles bien con los superficiales, que no advierten la treta del decir mucho mal de unos con otros. Hacen política algunos de estimar más las medianías de hoy que los extremos de ayer. Conozca el atento estas sutilezas del llegar, y no le cause desmayo la exageración del uno ni engreimiento la lisonja del otro; y entienda que del mismo modo proceden en las unas partes que en las otras: truecan los sentidos y ajustánse siempre al lugar en que se hallan.
189. Valerse de la privación ajena.
Que si llega a deseo, es el más eficaz torcedor. Dijeron ser nada los filósofos, y ser el todo los políticos: estos la conocieron mejor. Hacen grada unos, para alcanzar sus fines, del deseo de los otros. Válense de la ocasión, y con la dificultad de la consecución irrítanle el apetito. Prométense más del conato de la pasión que de la tibieza de la posesión; y al paso que crece la repugnancia, se apasiona más el deseo. Gran sutileza del conseguir el intento: conservar las dependencias.
190. Hallar el consuelo en todo.
Hasta de inútiles lo es el ser eternos. No hay afán sin conorte: los necios le tienen en ser venturosos, y también se dijo "Ventura de fea". Para vivir mucho es arbitrio valer poco; la vasija quebrantada es la que nunca se acaba de romper, que enfada con su durar. Parece que tiene envidia la fortuna a las personas más importantes, pues iguala la duración con la inutilidad de las unas y la importancia con la brevedad de las otras: faltarán cuantos importaren y permanecerá eterno el que es de ningún provecho, ya porque lo parece, ya porque realmente es así. Al desdichado parece que se conciertan en olvidarle la suerte y la muerte.
191. No pagarse de la mucha cortesía, que es especie de engaño.
No necesitan algunos para hechizar de las yerbas de Tesalia, que con sólo el buen aire de una gorra encantan necios, digo desvanecidos. Hacen precio de la honra y pagan con el viento de unas buenas palabras. Quien lo promete todo, promete nada, y el prometer es desliz para necios. La cortesía verdadera es deuda; la afectada, engaño, y más la desusada: no es decencia, sino dependencia. No hacen la reverencia a la persona, sino a la fortuna; y la lisonja, no a las prendas que reconoce, sino a las utilidades que espera.
192. Hombre de gran paz, hombre de mucha vida.
Para vivir, dejar vivir. No sólo viven los pacíficos, sino que reinan. Hase de oír y ver, pero callar. El día sin pleito hace la noche soñolienta. Vivir mucho y vivir con gusto es vivir por dos, y fruto de la paz. Todo lo tiene a quien no se le da nada de lo que no le importa. No hay mayor despropósito que tomarlo todo de propósito. Igual necedad que le pase el corazón a quien no le toca, y que no le entre de los dientes adentro a quien le importa.
193. Atención al que entra con la ajena por salir con la suya.
No hay reparo para la astucia como la advertencia. Al entendido, un buen entendedor. Hacen algunos ajeno el negocio propio, y sin la contracifra de intenciones se halla a cada paso empeñado uno en sacar del fuego el provecho ajeno con daño de su mano.
194. Concebir de sí y de sus cosas cuerdamente.
Y más al comenzar a vivir. Conciben todos altamente de sí, y más los que menos son. Suéñase cada uno su fortuna y se imagina un prodigio. Empéñase desatinadamente la esperanza, y después nada cumple la experiencia; sirve de tormento a su imaginación vana el desengaño de la realidad verdadera. Corrija la cordura semejantes desaciertos, y aunque puede desear lo mejor, siempre ha de esperar lo peor, para tomar con ecuanimidad lo que viniere. Es destreza asestar algo más alto para ajustar el tiro, pero no tanto que sea desatino. Al comenzar los empleos, es precisa esta reformación de concepto, que suele desatinar la presunción sin la experiencia. No hay medicina más universal para todas necedades que el seso. Conozca cada uno la esfera de su actividad y estado, y podrá regular con la realidad el concepto.
195. Saber estimar.
Ninguno hay que no pueda ser maestro de otro en algo, ni hay quien no exceda al que excede. Saber disfrutar a cada uno es útil saber. El sabio estima a todos porque reconoce lo bueno en cada uno y sabe lo que cuestan las cosas de hacerse bien. El necio desprecia a todos por ignorancia de lo bueno y por elección de lo peor.
196. Conocer su estrella.
Ninguno tan desvalido que no la tenga, y si es desdichado, es por no conocerla. Tienen unos cabida con príncipes y poderosos sin saber cómo ni por qué, sino que su misma suerte les facilitó el favor; sólo queda para la industria el ayudarla. Otros se hallan con la gracia de los sabios. Fue alguno más acepto en una nación que en otra, y más bien visto en esta ciudad que en aquella. Experiméntase también más dicha en un empleo y estado que en los otros, y todo esto en igualdad, y aun identidad, de méritos. Baraja como y cuando quiere la suerte. Conozca la suya cada uno, así como su Minerva, que va el perderse o el ganarse. Sépala seguir y ayudar; no las trueque, que sería errar el norte a que le llama la vecina bocina.
197. Nunca embarazarse con necios.
Eslo el que no los conoce, y más el que, conocidos, no los descarta. Son peligrosos para el trato superficial y perniciosos para la confidencia; y aunque algún tiempo los contenga su recelo propio y el cuidado ajeno, al cabo hacen la necedad o la dicen; y si tardaron, fue para hacerla más solemne. Mal puede ayudar al crédito ajeno quien no le tiene propio. Son infelicísimos, que es el sobrehueso de la necedad, y se pegan una y otra. Sola una cosa tienen menos mala, y es que ya que a ellos los cuerdos no les son de algún provecho, ellos sí de mucho a los sabios, o por noticia o por escarmiento.
198. Saberse trasplantar.
Hay naciones que para valer se han de remudar, y más en puestos grandes. Son las patrias madrastras de las mismas eminencias: reina en ellas la envidia como en tierra connatural, y más se acuerdan de las imperfecciones con que uno comenzó que de la grandeza a que ha llegado. Un alfiler pudo conseguir estimación, pasando de un mundo a otro, y un vidrio puso en desprecio al diamante porque se trasladó. Todo lo extraño es estimado, ya porque vino de lejos, ya porque se logra hecho y en su perfección. Sujetos vimos que ya fueron el desprecio de su rincón, y hoy son la honra del mundo, siendo estimados de los propios y extraños: de los unos porque los miran de lejos, de los otros porque lejos. Nunca bien venerará la estatua en el ara el que la conoció tronco en el huerto.
199. Saberse hacer lugar a lo cuerdo, no a lo entremetido.
El verdadero camino para la estimación es el de los méritos, y si la industria se funda en el valor, es atajo para el alcanzar. Sola la entereza, no basta; sola la solicitud, es indigna, que llegan tan enlodadas las cosas, que son asco de la reputación. Consiste en un medio de merecer y de saberse introducir.
200. Tener que desear, para no ser felizmente desdichado.
Respira el cuerpo y anhela el espíritu. Si todo fuere posesión, todo será desengaño y descontento. Aun en el entendimiento siempre ha de quedar qué saber, en que se cebe la curiosidad. La esperanza alienta: los hartazgos de felicidad son mortales. En el premiar es destreza nunca satisfacer. Si nada hay que desear, todo es de temer; dicha desdichada; donde acaba el deseo, comienza el temor.