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    “Carbono azul” contra el cambio climático: entre certezas e interrogantes

    El “carbono azul”, aquel capturado y almacenado en los entornos marinos y costeros, es objeto de un interés creciente por su potencial para ralentizar el calentamiento global.



    La contribución real de la fauna marina al carbono azul aún es difícil de dilucidar. Crédito de la imagen: Kelvin Gorospe/NOAA’s National Ocean Service


    Si bien hay un consenso generalizado sobre los aportes en ese sentido de los ambientes vegetados costeros, la contribución de la fauna oceánica despierta más controversia.

    Mientras algunos expertos destacan la capacidad de almacenar carbono de grandes animales y grupos de peces, otros indican que en algunos casos su propio metabolismo puede ir en sentido contrario, además de remarcar la necesidad de considerar el contexto de sus ecosistemas y de la intervención humana.

    Sistemas como marismas, manglares y praderas marinas alojan el equivalente a la mitad del carbono de todo el sedimento oceánico. Sus suelos compactos evitan que la materia orgánica se degrade, pero al estar emplazados en áreas cercanas a las costas o atractivas para el turismo, corren riesgo de desaparecer.

    El planeta, de hecho, ya perdió la mitad de sus marismas, que en Latinoamérica predominan desde el sur de Brasil hasta el extremo austral del continente.

    Ante este panorama, en los últimos años viene aumentando el interés sobre el carbono azul alojado en los océanos.

    Un reporte reciente de la organización de información marítima Ocean Science & Technology destaca algunos ejemplos en esa línea: los predadores que mantienen bajo control a los herbívoros, permitiendo que prospere la vida vegetal; los peces que incorporan carbono durante su alimentación; y las ballenas que transportan nutrientes al viajar.

    El informe asegura que, al alimentarse en zonas profundas y defecar cerca de la superficie, los cachalotes almacenan dos millones de toneladas métricas de carbono por año, equivalentes a las emisiones de 600 vuelos ida y vuelta de París a Nueva York.

    Aunque los grandes animales contienen más carbono a nivel individual, el mayor aporte conjunto proviene de los peces mesopelágicos, que pasan el día en la zona de penumbra oceánica entre los 200 y mil metros de profundidad, y almacenan –según el reporte– más de 27 millones de toneladas, la misma cantidad que un bosque el doble del tamaño que el Reino Unido.

    Más cauta, la especialista en ecología marina Paulina Martinetto advierte que los aportes de la fauna marina a la captura de carbono “están muy en discusión”, ya que su metabolismo también puede conllevar procesos de emisión, como la liberación de dióxido de carbono (CO2) en la respiración.

    En forma complementaria, Paige Hellbaum Eikeland –investigadora del programa polar y climático de GRID-Arendal, centro de investigación asociado a la ONU– explica que el ciclo del carbono atraviesa varios pasos intermedios (tanto químicos como biológicos) antes de llegar al lecho marino, lo cual dificulta las posibilidades de dilucidar el aporte real del carbono azul.

    Con el antecedente de las críticas a los proyectos de mercados de carbono terrestre, “resulta crucial que la ciencia sobre el carbono azul dé cuenta de su valor en forma verificable”, coincide Steven Lutz, también líder de un proyecto sobre el tema en GRID-Arendal.

    Por otra parte, la bióloga marina Catalina Velasco advierte que lo que más comen las tortugas marinas es pasto marino, “con lo cual no son grandes aliadas del carbono azul, sino todo lo contrario”.

    Las cosas podrían resultar diferentes en el caso de las ballenas azules, que “tienen la capacidad de secuestrar hasta unas 30 toneladas de carbono a lo largo de su vida”, indica. Sus desechos también fertilizan el océano y proveen nutrientes para las microalgas.

    Por estos motivos, la investigadora chilena pondera iniciativas como el Santuario de Ballenas establecido en su país desde 2001, aunque aún en proceso de implementación para “consolidar una política nacional de conservación y uso no letal de cetáceos”.

    La bióloga también pondera la reciente aprobación de un área protegida en el Archipiélago de Humboldt, un área de alimentación de ballenas y pingüinos colindante a una zona donde se busca desarrollar un proyecto de minería de hierro y cobre que despierta la alarma ambientalista.

    “Tenemos gran parte de nuestro territorio protegido, pero si queremos cumplir con las metas internacionales, como proteger el 30 por ciento de nuestros océanos para el 2030, aún falta”, agrega Velasco. “El desafío es dejar las áreas marinas «de papel» y pasar a la conservación efectiva”.

    Para Hellbaum –que relativiza la posibilidad de que el aumento de ballenas incremente la captura de carbono de manera significativa– el mayor potencial de almacenamiento se da “a través de sus movimientos diarios y estacionales, proveyendo nutrientes para los organismos que hacen fotosíntesis”. (SciDev.Net)

    22 DE AGOSTO DE 2024



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