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    ¿En coma o despierto?: medir la consciencia no es fácil

    Tras un accidente de coche, María entró en coma. Durante meses no se despertó y, pasado un tiempo, solo era capaz de abrir y cerrar los ojos. Sus familiares le hablaban y la acariciaban sin saber si “ella realmente estaba ahí”. Ignoraban si María percibía algo de lo que ocurría en el exterior.



    ¿En coma o despierto? Foto: UGR


    El personal sanitario les decía que María no sentía dolor. Pero ¿cómo podían saber lo que ocurría en su cerebro sin que ella se pudiera comunicar? ¿Puede la medicina actual predecir si alguien es capaz de salir del coma?

    Los humanos –y todos los animales– pasamos por, al menos, dos estados de consciencia de manera cíclica: estamos alternativamente dormidos y despiertos. La consciencia puede entenderse como un continuo que incluye el estar despierto, pero también las diferentes fases del sueño, los estados inducidos por la anestesia y el coma.

    Cuando los animales estamos despiertos no solo estamos vigilantes, sino que nuestra consciencia se llena de contenido. Este contenido se refiere a nuestra experiencia subjetiva, que engloba tanto la percepción externa (percibir las diferentes tonalidades de color de un atardecer) como interna (la propia experiencia del dolor).

    Aunque parte de esa percepción es consciente, otra gran parte ocurre de manera inconsciente y no la podemos reportar.

    Diversos daños cerebrales pueden producir una grave alteración en la consciencia conocida como el estado de coma, que se caracteriza porque las personas no responden a la estimulación exterior.

    Tras un tiempo, los pacientes pueden recuperar los ritmos de sueño-vigilia (lo cual podemos determinar gracias al registro encefalográfico) e incluso abrir y cerrar los ojos, aunque continúan sin responder a la estimulación sensorial exterior. Este estado de inconsciencia prolongado se conoce como el síndrome de vigilia sin respuesta.

    En ocasiones, el cuadro de estos pacientes mejora y evoluciona a lo que se conoce como estado de mínima consciencia. Éste se diagnostica cuando los pacientes pueden responder a órdenes simples, proporcionando incluso respuestas de sí o no, presentan un habla ininteligible o realizan movimientos voluntarios con propósito. Pero son respuestas variables y no siempre reproducibles.

    Clínicamente, es importante detectar el estado de mínima consciencia cuanto antes, dado que estos pacientes tienen más posibilidades de recuperar la consciencia.

    La resonancia magnética puede ayudar a detectar el estado de mínima consciencia, como demostró un estudio de 2006. Los autores sabían que la actividad cerebral de las personas sanas difiere si se les pide que imaginen que están jugando al tenis (en cuyo caso se activan áreas motoras y premotoras del cerebro) o moviéndose por su casa (en cuyo caso se activan regiones cerebrales relacionadas con la navegación espacial). Cuando introdujeron a una persona con síndrome de vigilia sin respuesta en el escáner descubrieron que activaba exactamente esas mismas áreas cerebrales. Es decir, a pesar de su estado de inconsciencia, podía comprender las instrucciones de la tarea y seguirlas para producir una respuesta cerebral compleja.

    Desde entonces, son numerosos los estudios experimentales que se afanan en detectar respuestas cerebrales en personas en síndrome de vigilia sin respuesta. Y gracias a las recientes aportaciones de la inteligencia artificial aplicadas a la neurociencia, se ha conseguido predecir con un nivel de precisión por encima del 77 % si una persona recuperará la consciencia o no.

    Otro reto clínico esencial es identificar a pacientes con un síndrome conocido como el síndrome del cautiverio o enclaustramiento. Los afectados pueden fácilmente confundirse con pacientes con síndrome de vigilia sin respuesta o con pacientes en estado de mínima consciencia. Se encuentran paralizados a nivel motor, pudiendo solamente pestañear y mover los ojos verticalmente. Sin embargo, son plenamente conscientes de todo lo que ocurre a su alrededor y de sus propias sensaciones corporales.

    Si la detección del estado de consciencia de una persona es una tarea compleja, más aún lo es determinar qué percibe exactamente, y cuál es su experiencia consciente. En el caso de los humanos, el uso del lenguaje nos ayuda a entender parte de su experiencia consciente. Pero en los estudios con humanos no verbales (bebés o personas con alteraciones del lenguaje) y animales no humanos debemos ser capaces de medir la experiencia consciente sin necesidad de respuestas verbales.

    En el momento actual podemos determinar si se percibió algo o no, cómo de similares son las representaciones cerebrales que se crean al percibir dos objetos, o cómo de seguros estamos los humanos o algunas especies animales de nuestra percepción (lo que se conoce como metacognición).

    Para demostrar la existencia de estos procesos metacognitivos en otras especies animales, en el laboratorio se ha entrenado a un grupo de abejas a responder a estímulos fáciles y complejos de percibir. Si las abejas respondían correctamente se les reforzaba con un apetitoso jugo (sacarosa); si no, se las castigaba con una sustancia aversiva para ellas (quinina). También tenían la opción de salir de la sala y no responder.

    Curiosamente, se observó que las abejas optaban más a menudo por salir cuando los estímulos eran difíciles de percibir. Estos datos indican que las abejas pueden evaluar el resultado de sus acciones, una habilidad metacognitiva que hasta hace unos años se atribuía sólo a los humanos (y a otras especies que nosotros hemos considerado “superiores” tales como los primates). Sin embargo, aún estamos lejos de poder comprender qué se siente siendo una abeja o un ratón. (Ana B. Chica, María I. Cobos/Universidad de Granada)




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