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Emilia Pardo Bazán
Diálogo secular
El XIX.- Escarmienta en mí, hijo mío; cumple lo que ofrezcas, que prometer y no dar hace a los tontos alegrar.
El XX.- No seré yo quien falte a mis compromisos. Pienso ofrecer poco, que más vale un toma que dos te daré.
El XIX.- Cuando te apunte el bigote, mocoso, verás que del dicho al hecho hay un gran trecho.
El XX.- Amanecerá Dios y medraremos.
El XIX.- Más sabe el diablo por viejo que por diablo.
El XX.- A vejez llegada, cabeza cansada.
El XIX.- De los viejos, los consejos.
El XX.- El vino añejo y la sangre moza.
El XIX.- (Aburrido.) ¿Quieres hacerme el favor de no hablar como si fueses el XVII? En mí, pase; pero en ti, chiquillo, me apestan las sentencias, las máximas y toda esa balumba que huele a polilla y a humedad. Pensé que trajeses en la mollera sal fresquita y estilo nuevos. Para eso, no vale la pena de estrenar siglo.
El XX.- Hablo así porque estoy en España, donde el vino añejo y la misma sangre hirviente de la mocedad se echa en odres vetustos, de formas arcaicas que hemos respetado y canonizado los señores siglos. Sácame de aquí; llévame entre tus alas, rotas y fatigadas, más allá del Pirineo; arrójame sobre el puente de algún buque que cruce el Atlántico, y verás cómo suelto las ligaduras de la momia y hablo a la ultramoderna, de blanduras liliales, inquietantes morbideces, amperios, voltios, superhombres y progenerados.
El XIX.- Ni tanto acá ni tanto allá. Toda afectación es mala. Habla lo mejor que sepas, claro, fuerte, llano y liso, y di lo que traes en ese zurrón a la espalda. Diviso por su boca entreabierta objetos y figuras que provocan mi curiosidad. ¿Esas balanzas de papel dorado...?
El XX.- Son el arbitraje. Lástima que se rompan al menor peso.
El XIX.- ¿Y esa faja de blanco tul ilusión?
El XX.- La paz universal. No la toques.
El XIX.- ¿Y ese tubo negro, tan recio?
El XX.- El cañón automático, invento prodigioso. La artillería sin artilleros; la muerte mecánicamente distribuida.
El XIX.- (Alegrándose entre dos boqueadas.) ¿Y esa figura femenina que asoma ahí? ¡Es muy simpática! ¡Me la comería!
El XX.- Es la Eva nueva, mi mujer, la mujer del siglo XX.
El XIX.- ¡Y yo que la suponía un marimacho!
El XX.- Preocupaciones de señores mayores. Cambie cuanto quiera la condición de la mujer, siempre será marihembra.
El XX.- ¿Y por qué no me enseñas lo que especialmente traes para España? Me gustaría saber...
El XX.- (Después de revolver mucho en el fondo del zurrón, saca un muñeco de casaca roja, patillas rubias y dientes largos, muy roto, perniquebrado y triste.) Ahí tienes; esto traigo.
El XIX.- ¡Un inglés! A bien que, según está, no me parece temible...
El XX.- (Precipitándose a guardar el muñeco y revolviendo otra vez en el zurrón.) ¡Qué cabeza la mía! Aguarda... ¡Si ese inglés es el del Transvaal! (Presenta otro muñeco de chistera gris con franja de estrellas, también paticojo). A ver... ¡No, éste es el yanqui de los filipinos!... Ahora sí... (Enseña un hijo de Albión, rozagante y flamante.) Ya apareció el de España...
El XIX.- (Cerrando los ojos en la agonía.) Último refrancito... Detrás vendrá quien bueno me hará.