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    Federico Balart

    Primer lamento

    ¡No puedo más! El llanto reprimido
    ya hirviendo me sofoca:
    cuatro meses la queja he contenido,
    con el puño en la boca.
    ¡No puedo más! Perdona, Dios clemente,
    perdona si te agravio
    rompiendo al fin los diques al torrente
    que rebosa en mi labio.
    Gimiendo me sorprende la mañana;
    gimiendo paso el día:
    en sólo un pensamiento ¡oh Dios! se afana
    tenaz el alma mía.
    Entre oscuros cipreses ven las aves
    una tumba ignorada:
    para dos fue labrada -¡tú lo sabes!-
    ¡Para dos fue labrada!
    Aún la mitad, Señor, está vacía,
    y un cadáver me espera:
    ¡logre, logre su ansiada compañía
    mi pobre compañera!
    Cuando en la triste noche el viento azota
    los árboles desnudos,
    y la lluvia desciende gota a gota
    sobre los campos mudos,
    allá vuela mi mente enamorada,
    allá vuela afanosa,
    buscando a la que sola y olvidada
    bajo el mármol reposa.
    Desde que ella partió, sordo mi oído,
    ciegos están mis ojos,
    y mi lecho, que ayer de amor fue nido,
    ya es tálamo de abrojos.
    ¡No puedo más, Señor! Niebla sombría
    me impide verla y verte.
    Manda un rayo de luz a mi agonía,
    ¡y venga en él la muerte!
    La muerte, sí, la muerte es mi esperanza,
    la muerte redentora
    que esta tormenta tornará en bonanza
    y esta noche en aurora.
    ¡Misericordia, oh Dios! ¡Cese esta guerra,
    cese este ardiente anhelo;
    que me aguarda un cadáver en la tierra
    y un ánima en el cielo!




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