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    Federico García Lorca

    Los encuentros de un caracol aventurero

    Diciembre de 1918
    (Granada)
    A Ramón P. Roda


    Hay dulzura infantil
    En la mañana quieta.
    Los árboles extienden
    Sus brazos a la tierra.
    Un vaho tembloroso
    Cubre las sementeras,
    Y las arañas tienden
    Sus caminos de seda
    -Rayas al cristal limpio
    Del aire-.
    En la alameda
    Un manantial recita
    Su canto entre las hierbas.
    Y el caracol, pacífico
    Burgués de la vereda,
    Ignorado y humilde,
    El paisaje contempla.
    La divina quietud
    De la Naturaleza
    Le dio valor y fe,
    Y olvidando las penas
    De su hogar, deseó
    Ver el fin de la senda.

    Echó a andar e internose
    En un bosque de yedras
    Y de ortigas. En medio
    Había dos ranas viejas
    Que tomaban el sol,
    Aburridas y enfermas.

    Esos cantos modernos
    Murmuraba una de ellas,
    Son inútiles. Todos,
    Amiga, le contesta
    La otra rana, que estaba
    Herida y casi ciega.
    Cuando joven creía
    Que si al fin Dios oyera
    Nuestro canto, tendría
    Compasión. Y mi ciencia,
    Pues ya he vivido mucho,
    Hace que no lo crea.
    Yo ya no canto más...

    Las dos ranas se quejan
    Pidiendo una limosna
    A una ranita nueva
    Que pasa presumida
    Apartando las hierbas.

    Ante el bosque sombrío
    El caracol se aterra.
    Quiere gritar. No puede.
    Las ranas se le acercan.

    ¿Es una mariposa?,
    Dice la casi ciega.
    Tiene dos cuernecitos
    La otra rana contesta.
    Es el caracol. ¿Vienes,
    Caracol, de otras tierras?

    Vengo de mi casa y quiero
    Volverme muy pronto a ella.
    Es un bicho muy cobarde
    Exclama la rana ciega.
    ¿No cantas nunca? No canto,
    Dice el caracol. ¿Ni rezas?
    Tampoco: nunca aprendí.
    ¿Ni crees en la vida eterna?
    ¿Qué es eso?
    Pues vivir siempre
    En el agua más serena,
    Junto a una tierra florida
    Que a un rico manjar sustenta.

    Cuando niño a mí me dijo
    Un día mi pobre abuela
    Que al morirme yo me iría
    Sobre las hojas más tiernas
    De los árboles más altos.

    Una hereje era tu abuela.
    La verdad te la decimos
    Nosotras. Creerás en ella,
    Dicen las ranas furiosas.

    ¿Por qué quise ver la senda?
    Gime el caracol. Sí creo
    Por siempre en la vida eterna
    Que predicáis...
    Las ranas,
    Muy pensativas, se alejan.
    Y el caracol, asustado,
    Se va perdiendo en la selva.

    Las dos ranas mendigas
    Como esfinges se quedan.
    Una de ellas pregunta:
    ¿Crees tú en la vida eterna?
    Yo no, dice muy triste
    La rana herida y ciega.
    ¿Por qué hemos dicho entonces
    Al caracol que crea?
    ¿Por qué...? No sé por qué
    dice la rana ciega.
    Me lleno de emoción
    Al sentir la firmeza
    Con que llaman mis hijos
    A Dios desde la acequia...

    El pobre caracol
    Vuelve atrás. Ya en la senda
    Un silencio ondulado
    Mana de la alameda.
    Con un grupo de hormigas
    Encarnadas se encuentra.
    Van muy alborotadas,
    Arrastrando tras ellas
    A otra hormiga que tiene
    Tronchadas las antenas.
    El caracol exclama:
    Hormiguitas, paciencia.
    ¿Por qué así maltratáis
    A vuestra compañera?
    Contadme lo que ha hecho.
    Yo juzgaré en conciencia.
    Cuéntalo tú, hormiguita.

    La hormiga, medio muerta,
    Dice muy tristemente:
    Yo he visto las estrellas.
    ¿Qué son las estrellas? -dicen
    Las hormigas inquietas.
    Y el caracol pregunta
    Pensativo: ¿Estrellas?
    Sí, repite la hormiga,
    He visto las estrellas,
    Subí al árbol más alto
    Que tiene la alameda
    Y vi miles de ojos
    Dentro de mis tinieblas.
    El caracol pregunta:
    ¿Pero qué son las estrellas?
    Son luces que llevamos
    Sobre nuestra cabeza.
    Nosotras no las vemos,
    Las hormigas comentan.
    Y el caracol: Mi vista
    Sólo alcanza a las hierbas.

    Las hormigas exclaman
    Moviendo sus antenas:
    Te mataremos; eres
    Perezosa y perversa.
    El trabajo es tu ley.

    Yo he visto a las estrellas,
    Dice la hormiga herida.
    Y el caracol sentencia:
    Dejadla que se vaya.
    Seguid vuestras faenas.
    Es fácil que muy pronto
    Ya rendida se muera.

    Por el aire dulzón
    Ha cruzado una abeja.
    La hormiga, agonizando,
    Huele la tarde inmensa,
    Y dice: Es la que viene
    A llevarme a una estrella.

    Las demás hormiguitas
    Huyen al verla muerta.

    El caracol suspira
    Y aturdido se aleja
    Lleno de confusión
    Por lo eterno. La senda
    No tiene fin, exclama.
    Acaso a las estrellas
    Se llegue por aquí.
    Pero mi gran torpeza
    Me impedirá llegar.
    No hay que pensar en ellas.

    Todo estaba brumoso
    De sol débil y niebla.
    Campanarios lejanos
    Llaman gente a la iglesia,
    Y el caracol, pacífico
    Burgués de la vereda,
    Aturdido e inquieto,
    El paisaje contempla.




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