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    Federico García Lorca

    Manantial

    (Fragmento)

    La sombra se ha dormido en la pradera.
    Los manantiales cantan.

    Frente al ancho crepúsculo de invierno
    mi corazón soñaba.
    ¿Quién pudiera entender los manantiales,
    el secreto del agua
    recién nacida, ese cantar oculto
    a todas las miradas
    del espíritu, dulce melodía
    más allá de las almas?...

    Luchando bajo el peso de la sombra,
    un manantial cantaba.
    Yo me acerqué para escuchar su canto
    pero mi corazón no entiende nada.

    Era un brotar de estrellas invisibles
    sobre la hierba casta,
    nacimiento del Verbo de la tierra
    por un sexo sin mancha.

    Mi chopo centenario de la vega
    sus hojas meneaba
    y eran hojas trémulas de ocaso
    como estrellas de plata.
    El resumen de un cielo de verano
    era el gran chopo.
    Mansas
    y turbias de penumbra yo sentía
    las canciones del agua.

    ¿Qué alfabeto de auroras ha compuesto
    sus oscuras palabras?
    ¿Qué labios las pronuncian? ¿Y qué dicen
    a la estrella lejana?
    ¡Mi corazón es malo, Señor! Siento en mi carne
    la implacable brasa
    del pecado. Mis mares interiores
    se quedaron sin playas.
    Tu faro se apagó. ¡Ya los alumbra
    mi corazón de llamas!
    Pero el negro secreto de la noche
    y el secreto del agua
    ¿son misterios tan sólo para el ojo
    de la conciencia humana?
    ¿La niebla del misterio no estremece
    a1 árbol, el insecto y la montaña?
    ¿El terror de las sombras no lo sienten
    las piedras y las plantas?
    ¿Es sonido tan sólo esta voz mía?
    ¿Y el casto manantial no dice nada?

    Mas yo siento en el agua
    algo que me estremece... como un aire
    que agita los ramajes de mi alma.

    ¡Sé árbol!
    (dijo una voz en la distancia.)
    Y hubo un torrente de luceros
    sobre el cielo sin mancha.

    Yo me incrusté en el chopo centenario
    con tristeza y con ansia,
    cual Dafne varonil que huye miedosa
    de un Apolo de sombra y de nostalgia.
    Mi espíritu fundióse con las hojas
    y fue mi sangre savia.
    En untuosa resina convirtióse
    la fuente de mis lágrimas
    El corazón se fue con las raíces,
    y mi pasión humana,
    haciendo heridas en la ruda carne,
    fugaz me abandonaba.

    Frente al ancho crepúsculo de invierno
    yo torcía las ramas
    gozando de los ritmos ignorados
    entre la brisa helada.
    Sentí sobre mis brazos dulces nidos,
    acariciar de alas,
    y sentí mil abejas campesinas
    que en mis dedos zumbaban.
    ¡Tenía una colmena de oro vivo
    en las viejas entrañas!
    El paisaje y la tierra se perdieron,
    sólo el cielo quedaba,
    y escuché el débil ruido de los astros
    y el respirar de las montañas.

    ¿No podrán comprender mis dulces hojas
    el secreto del agua?
    ¿Llegarán mis raíces a los reinos
    donde nace y se cuaja?
    Incliné mis ramajes hacia el cielo
    que las ondas copiaban,
    mojé las hojas en el cristalino
    diamante azul que canta,
    y sentí borbotar los manantiales
    como de humano yo los escuchara
    Era el mismo fluir lleno de música
    y de ciencia ignorada.

    Al levantar mis brazos gigantescos
    frente al azul, estaba
    lleno de niebla espesa, de rocío
    y de luz marchitada.

    Tuve la gran tristeza vegetal,
    el amor a las alas.
    Para poder lanzarse con los vientos
    a las estrellas blancas.
    Pero mi corazón en las raíces
    triste me murmuraba:
    "Si no comprendes a los manantiales,
    ¡muere y troncha tus ramas"!

    ¡Señor, arráncame del suelo! ¡Dame oídos
    que entiendan a las aguas!
    Dame una voz que por amor arranque
    su secreto a las ondas encantadas;
    para encender su faro sólo pido
    aceite de palabras.

    "Sé ruiseñor!", dice una voz perdida
    en la muerta distancia.
    Y un torrente de cálidos luceros
    brotó del seno que la noche guarda.
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    1919




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