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Felipe Jacinto Sala
El príncipe y el magnate
Oculto bajo el traje de humildes
peregrinos,
El gran califa Alchisis y su visir Giafar,
Su estado recorrían, tras sí dejando el sello
De sus sabios consejos, de su celo eficaz.
Un día al ver que inicuos, los siervos de un
magnate,
Echaban de su alcázar, con bárbara impiedad,
A un desvalido anciano, Alchisis dijo al dueño:
«¿Qué os hizo el desdichado que le tratáis tan mal?
¿Cómo negáis asilo al infeliz viajero
Que invoca el dulce nombre de la hospitalidad?
¿Os devastó los campos? ¿Os destruyó el palacio?»
Confuso el potentado, le contestó: -«No tal;
Mas es un extranjero, maldito del Profeta;
Un pérfido cristiano, contrario del Corán.»
El príncipe repuso: -«El pobre es nuestro hermano;
Deber es de los ricos partir con él su pan;
Os contaré un apólogo, y, acaso, en lo futuro,
Seáis más tolerante; seáis más liberal:
-Airada la serpiente, decía al bello oasis:
¿Por qué a todos los seres prodigas a la par
La sombra de tus bosques, el agua de tus fuentes
Los frutos deleitosos de tu suelo feraz?
¿Por qué acoges al bueno lo mismo que al perverso?
¿Por qué das al impío lo que al creyente das?»
Y contestó el oasis: -«La caridad es ciega;
En medio esos desiertos de horrible inmensidad,
Mi seno es un refugio contra la sed y el hambre;
En mí todos los hombres tienen derecho igual;
Yo cumplo mi destino brindándoles mis dones;
Si bien o mal obraron, Alá los juzgará.
Su intento vio cumplido el príncipe discreto,
Con esa fabulilla de tan pura moral;
El rico, conmovido, llevó el pobre a su alcázar;
Le dio asiento en su mesa; le calentó en su hogar;
Y, desde aquel momento, rindió perpetuo culto
A los deberes santos de la hospitalidad.