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Félix María Samaniego
El leopardo y las monas
No a pares, a docenas encontraba
las Monas en Tetuán, cuando cazaba,
un Leopardo. Apenas lo veían,
a los árboles todas se subían,
quedando del contrario tan seguras,
que pudieran decir: "No están maduras!"
El cazador astuto se hace el muerto
tan vivamente, que parece cierto.
Hasta las viejas Monas,
alegres con el caso y juguetonas,
empiezan a saltar: la más osada
baja, arrímase al muerto de callada;
mira, huele y aun tienta,
y grita muy contenta:
"¡Llegad, que muerto está de todo punto;
tanto, que empieza a oler el tan difunto!"
Bajan todas con bulla y algazara;
ya le tocan la cara,
ya le saltan encima;
aquélla se le arrima,
y haciendo mimos, a su mano queda;
otra se finge muerta y lo remeda.
Mas luego que las siente fatigadas
de correr, de saltar y hacer monadas,
levántase ligero
y, más que nunca fiero,
pilla, mata y devora: de manera
que parecía la sangrienta fiera,
cubriendo con los muertos la campaña,
al Cid matando moros en España.
Es el peor enemigo el que aparenta
no poder causar daño, porque intenta,
inspirando confianza,
asegurar su golpe de venganza.