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    Francisco de Quevedo y Villegas

    A un ramo que desgajó con el peso de su fruta

    De tu peso vencido,

    verde honor del verano,

    yaces en este llano

    del tronco antiguo y noble desasido.

    Dando venganza estás de ti a los vientos,
    cuyas líquidas iras despreciabas,

    cuando de ellos con ellas murmurabas,
    
imitando a mis quejas los acentos.

    Humilde agora entre las yerbas suenas,

    cosa que de tu altura

    nunca temer pudieron las arenas;

    y ofendida del tiempo tu hermosura,

    ocupa en la ribera

    el lugar que ocupó tu propia sombra.

    Menos gastos tendrá la primavera

    en vestir este valle
de
    spués que faltas a su verde alfombra.

    ¿Qué hará el jilguero dulce cuando halle

    su patria con tus hojas en el suelo?

    ¿Y la parlera fuente,

    que aun ignorante de prisión de yelo,

    exenta de la sed del sol corría?

    Sin duda llorará con su corriente
    
la licencia que has dado en ella al día.

    Tendrá un retrato menos

    Pisuerga que mostrar al caminante

    en sus cristales puros.

    Cualquier pájaro amante
    
desiertos dejará tus brazos duros,

    y vengo a poner duda

    si, para que te habite en llanto tierno,

    a la tórtola basta el ser vïuda.

    Y porque tengo miedo que el invierno

    pondrá necesidad a algún villano,

    tal, que se atreva con ingrata mano

    a encomendarte al fuego,

    yo te quiero llevar a mi cabaña,

    por lo que mi cansancio, estando ciego,
    
a tu sombra le debe.

    Descansarás el báculo de caña
    
con que mi vida tristes años mueve;
    
y ojalá que yo fuera

    rey, como soy pastor de la ribera,

    que, cetro antes que báculo cansado,

    no canas sustentaras, sino estado.




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