Un mundo de conocimiento
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    Francisco Martínez de la Rosa

    El huérfano

    Mientras el crudo diciembre
    Arroja nieve y granizo,
    Y de palacio las puertas
    Conmueve el ábrego impío,
    A su amparo en noche oscura
    Se acoge a un mísero niño,
    Que abandonaron sus padres
    Y no hallan en el mundo asilo:
    Ambas manos junto al pecho,
    Tiembla de susto y de frío;
    Y hasta el aliento le falta
    Para demandar auxilio...
    ¡Jamás tuvo el inocente
    Quien oyera sus suspiros,
    Quien le llamara su hijo!
    En el hueco de unas rocas
    Le hallaron recién nacido,
    Sin más protector que el cielo,
    Ni más padre que Dios mismo;
    Sólo Dios, que abre su mano
    Para el tierno pajarillo,
    Y hasta en el aura derrama
    Las semillas y el rocío.

    Huérfano desventurado,
    No llores tan afligido;
    Y llama a la misma puerta,
    Que hora te sirve de arrimo:
    Llama otra vez, que su dueño
    En blando lecho a dormido,
    En sueños ve los tesoros
    Que conducen sus navíos;
    Y no ha de ser tan cruel,
    Que al escuchar tus gemidos,
    Te niegue un pobre sustento,
    Te niegue un mísero abrigo.

    “¡Amparad piadoso
    A un niño infeliz;
    Y Dios os lo premie
    Mil veces y mil!
    Solo y desvalido
    ¡Ay triste! nací;
    Que mi propia madre
    Me alejó de sí...
    Si madre tuvisteis,
    A Dios bendecir;
    ¡Y en memoria suya
    Doleos de mi!
    Nunca una palabra
    Cariñosa oí;
    Llanto de mis ojos
    Por leche bebí...

    Por Dios y su Madre
    Piadosos abrid;
    Si no, a vuestra puerta,
    Me veréis morir

    Apenas estas palabras
    Sollozaba el huerfanito,
    Cuando dentro del palacio
    Sonó de un can el ladrido;
    Cien esclavos acudieron;
    Y amenazaron al niño,
    Si en mal hora el dueño adusto
    Despertaba a sus gemidos.




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