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Francisco Martínez de la Rosa
El recuerdo de la patria
Vi en el Támesis umbrío
Cien y cien naves cargadas
De riqueza;
Vi su inmenso poderío,
Sus artes tan celebradas,
Su grandeza;
Mas el ánima afligida
Mil suspiros exhalaba
Y ayes mil;
Y ver la orilla florida
Del manso Dauro anhelaba
Y del Genil.
Vi de la soberbia corte
Las damas engalanadas,
Muy vistosas;
Vi las bellezas del norte,
De blanca nieve formadas
Y de rosas:
Sus ojos de azul del cielo;
De oro puro parecía
Su cabello;
Bajo transparente velo
Turgente el seno se vía,
Blanco y bello.
¿Mas qué valen los brocados,
Las sedas y pedrería
De la ciudad?
¿Qué los rostros sonrosados,
La blancura y gallardía,
Ni la beldad?
Con mostrarse mi zagala,
De blanco lino vestida,
Fresca y pura,
Condena la inútil gala,
Y se esconde confundida
La hermosura.
¿Dó hallar en climas helados
Sus negros ojos graciosos,
Que son fuego,
Ora me miren airados,
Ora roben cariñosos
Mi sosiego.
¿Dó la negra cabellera
Que al ébano se aventaja?
¿Y el pie leve,
Que al triscar por la pradera,
Ni las tiernas flores aja,
Ni aun las mueve?...
Doncellas las del Genil,
Vuestra tez escurecida
No trocara
Por los rostros de marfil
Que Albïon envanecida
Me mostrara.
Padre Dauro, manso río
De las arenas doradas,
Dígnate oír
Los votos del pecho mío;
Y en tus márgenes sagradas
Logre morir.