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    Gabriel García Tassara

    A Dante

    Invocacion de un poema.

    Lasciate ogni speranza.

    Sagrado Homero de la antigua Europa
    Que apuraste en tu ardor hasta las heces
    De la suprema inspiración la copa;

    Dante inmortal que con los siglos creces
    Y al rudo son de tu salvaje canto
    A las generaciones estremeces;

    Tú, que en las alas de tu genio santo
    El Cielo recorriste y el Infierno,
    Mansiones de la luz y del espanto;

    ¿Por qué la voz del hombre es ese interno
    Lamento de dolor, hondo, infinito,
    Inenarrable, inacabable, eterno?

    ¿Por qué la voz del genio es ese grito
    Que resuena del mundo en la memoria
    Como el ¡ay! de Luzbel al ser maldito?

    Canta Moises, y la tremenda historia
    Canta del Cielo y del Eden vedado,
    y al hombre despojado de su gloria.

    Canta de los Profetas el sagrado
    Coro, y sus misteriosas armonías
    La historia son del primordial pecado.

    Llora con llanto eterno Jeremías,
    David vé á Dios ceñudo é iracundo,
    Tiembla Jerusalen ante Isaías.

    Y Job, envuelto el rostro en polvo inmundo,
    Á decir su dolor no encuentra nombres,
    Y lanza un ¡ay! que aun estremece al mundo.

    Canta Homero, profeta de los hombres.
    Si los otros de Dios, el que esa lira
    Te dio, ¡gran Dante! con que al mundo asombres.

    Canta, y canta de Ilion la inmensa pira,
    Y del Aquivo el funeral trofeo,
    Y de los Dioses la tremenda ira.

    Canta Esquilo, y nos canta á Prometeo,
    La roca insuperable del destino,
    Y el eterno buitre del deseo.

    Prosigue el hombre su fatal camino,
    Y cuando el mundo con su peso oprime
    El Capitolio del poder latino,

    Canta Virgilio, y si su voz sublime
    Canta de nuevos siglos nueva aurora,
    Roma asombrada con su canto gime.

    Mas ¡ay! ya viene el que en los Cielos mora,
    El que el Oriente y Occidente espera,
    El que la triste humanidad implora.

    ¿Dolor?... ¿Siempre dolor? En su carrera
    El Hombre-Dios exhalará un gemido
    Que oirán todos los vivos cuando él muera;

    Y será tu Evangelio prometido
    La historia ¡oh Dios! de la miseria humana,
    Escrita con la sangre de tu Ungido;

    Y en visión iracunda y soberana
    Verá San Juan ante sus turbios ojos,
    Del cáos humano y de la muerte hermana,

    En la hora de los últimos despojos
    La Bestia Apocalíptica triunfante
    Del mundo apacentarse en los despojos.

    Sucumbe Roma, la nación gigante,
    Y corre desde el mudo Capitolio
    Al Gólgota inmortal la Europa infante.

    Cesa el canto oriental y el ritmo eölio.
    No hay Moises, no hay Homero. Dante sube
    De la suprema inteligencia al sólio.

    Su canto oid. Arrebolada nube
    De robusta y magnífica armonía
    Le circunda la sien como á un querube.

    Acaso ya tras la hecatombe impía
    El hombre va á escuchar por vez primera
    Un himno de esperanza y de alegría.

    Ya alza los ojos á la ardiente esfera,
    Ya resuena en su voz y en su alma late
    La voz y el alma de la Europa entera.

    Ya va á cantar el inspirado vate,
    Ya retiembla la lira entre sus manos...
    ¡Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate!

    ¡Oh de la vida y de la muerte arcanos!
    ¡Oh terrífico adios á la esperanza!
    ¡Oh sentencia fatal de los humanos!

    ¡Oh venganza de Dios! ¡Oh gran venganza
    Cuyo eterno cuchillo de diamante
    Ninguna mano á desclavar alcanza!

    Tu Infierno es este mundo, ¡oh padre Dante!
    Encima del dintel de nuestra vida
    La tremenda inscripción ya está delante.

    El mal hizo en la tierra su guarida,
    El bien no es más que idealidad suprema,
    Entre oscuros crepúsculos perdida.

    Víctima de un recóndito anatema,
    Huérfana de su Dios abandonada
    Como las sombras de tu gran Poema;

    De caminar y caminar cansada,
    Un círculo de círculos corriendo
    Como esos que corrió tu planta osada;

    El eterno Cocito circuyendo
    Por ver si un soplo de aquilon divino
    Mueve la onda letal del lago horrendo;

    Preguntando á la sombra su destino
    Sin más luz que la sombra que le espera
    Como al principio al fin de su camino;

    La humanidad ¡oh Dante! desespera,
    La humanidad, la humanidad y el hombre.
    Que el hombre es ¡ay! la humanidad entera.

    Edipo no halla de su enigma el nombre,
    Por los infiernos de su infierno gira,
    y no hay visión allí que no le asombre.

    Por eso ¡oh Dios! la humanidad suspira,
    Y el genio, que es su voz, cuando la canta
    Ayes arranca á su funesta lira.

    Por eso hasta esa Musa sacrosanta
    Del bien supremo donde está el arcano
    Que en sus alas divinas se levanta.

    Esa Musa de acento soberano.
    La excelsa y refulgente Teología,
    También es Musa del dolor humano.

    ¡Oh vírgen celestial de la Poesía!
    También ella es dolor... Mira á la ciencia,
    La ántes pura y genial Filosofía,

    Mírala revolcarse en su impotencia;
    Carnal matrona de infecundo seno,
    Jamas pudo engendrar una crëencia.

    De ella está el mundo con sus siglos lleno;
    Lo sabe todo, pero al hombre ignora,
    y á remediar su mal le da veneno;

    Y cuando suena la tremenda hora
    De esas tormentas cuya voz retumba
    Sobre esta Europa que en tinieblas llora,

    Cual vil sepulturera, abrir la tumba
    Del pueblo que murió dado le es sólo
    Y llorar en la inmensa catacumba.

    La Europa va á morir. Tú, sacro Apolo
    Del Parnaso de Cristo, díme un canto
    Que resuene en su vasto mauseolo.

    Tú la cantaste ya cuando áureo manto,
    Malla feudal, sacerdotal tiara
    Ostentaba en el trono sacrosanto.

    Yo idolatrando la veré en el ara
    El espectro del oro y la fortuna,
    De inspiración y de entusiasmo avara.

    Entónces como ahora, allá en su cuna
    Y en el lecho fatal de su agonía,
    El fantasma tremendo la importuna.

    Cantemos de la Historia la elegía:
    Sol de la humanidad, de sus regiones
    La idealidad se aleja cada dia.

    En vano entre magníficos blasones
    Renacerá, renacerá en su hoguera
    El fénix inmortal de las naciones.

    El hombre, ¡padre Dante! desespera,
    Dobla la sien en la doliente mano,
    Y abandona el timón á la onda fiera.

    No inquiere ya el arcano. No hay arcano.
    No ansía ya la venganza. No hay venganza.
    No hay más que el himno del dolor humano,
    Y el sempiterno adiós á la esperanza.


    Julio de 1852.




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