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Gabriel García Tassara
A Quintana
Cuando al rayar el dia,
Allá de mi lejana adolescencia,
El dios de la armonía,
Que es el dios de la humana inteligencia,
Su inspiración ardiente
Vertió en mi corazón, vertió en mi frente;
Sonó, sonó en mi oido
De patria y libertad un eco santo
De insólito sonido;
La voz del vate, del profeta el canto,
Que al ruido de tus olas
¡Patrio Guadalquivir! canté á mis solas.
No era, no, ya la Musa
Que triscando por riscos y por faldas
Tonos femíneos usa,
Y del dios del placer entre guirnaldas
Frívola adoradora,
Dios, hombre, mundo, humanidad ignora.
Era la gran Poesía;
La que del mundo en las remotas partes,
Como en la Grecia un dia,
Fué madre de las ciencias y las artes,
Voz del cielo en la tierra,
El himno de la paz y de la guerra.
Era la voz de un siglo
Que al nacer y al morir luchó iracundo
Con el feroz vestiglo
De la que fué superstición del mundo,
Y en generosa saña
«Sé España ¡España!» le gritaba á España.
Era tu grande acento,
¡Quintana! era tu voz que, en la sombría
Cárcel del pensamiento
Sonando y resonando, removia
Con versos como espadas
De España las entrañas ulceradas.
Pelayo, ardiente rayo
Contra el Islam y el oriental Califa,
El Cid, nuevo Pelayo,
Guzman, Bruto de España allá en Tarifa,
Padilla en sangre tinto,
A tu gloria fatal, ¡oh Cárlos Quinto!
Las del panteón hispano
Del austríaco Escorial turbadas sombras
Que á España dan en vano
Las banderas del mundo por alfombras,
Si tu ígnea fantasía
En ellas sólo ve la tiranía;
Aquellas sombras tristes
Del grande Emperador del Rey prudente,
Que al tribunal trajistes
De una infeliz generación que aun siente
Rodar por el vacío
La España, su esplendor, su poderío;
El infecundo nieto
De ellos en pos que la corona ingente,
No Rey, sino esqueleto,
Deja caer de la caduca frente,
Y á los Borbones fia,
Esqueleto como él, su Monarquía;
El pensamiento humano
Que arrebatado de ambición inmensa,
Arcano tras arcano
A los cielos robándoles, condensa
La palabra del hombre
El monumento que á la edad asombre;
España, en fin, España
Sacudiendo dos siglos de desmayo,
Y con la antigua saña
Blandiendo en las Termopilas de Mayo
La espada de Pavía
Que la herrumbre del ocio carcomia;
Tal fué tu gran poema
¡Himno de las batallas! ¡Armonía
De muerte y de anatema
Que de Bailen á Waterloo seguía
Con eco sobrehumano
De la Europa vengada al gran tirano!
¡Himno de las batallas!
De aquellas ¡ay! donde la fuerza blande
Sus bronces y sus mallas,
Y de aquellas también do en lid mas grande
Despliega su violencia
El guerrero sin paz, la inteligencia.
En la memoria mía,
Nunca olvidados, no, mas confundidos
En la honda lejanía
De los años en pos desvanecidos,
Tus cantos hoy se elevan,
Y el entusiasmo juvenil renuevan.
Mas ¡ay! ¿qué dejo amargo
Posa en mis labios el licor ardiente?
¿Por qué de su letargo
Quiere en vano salir mi torva mente,
Y enluta el alma mia
Nube de funeral melancolía?
Triunfó la independencia,
y la Europa triunfó; pero á la España
Se le arrancó la herencia
De la que fué su inmarcesible hazaña,
Y envuelta en sus pendones
La postrera quedó de las naciones.
Triunfó también un dia
La libertad; pero la Europa entera,
Cual vasta alcahicería,
Como inmenso taller do el oro impera,
Fabrica ciudadanos
Que están pidiendo y que tendrán tiranos.
¡Oh! si la musa heroica
Que cantó con trasportes sacrosantos
La libertad estoica
De Grecia y Roma en inmortales cantos
Volviese á la armonía,
Con su lira de bronce ¿qué diria?
¿Acaso contemplados
A la tétrica luz de lo presente,
Los siglos ya pasados,
Aquella España en cuya altiva frente
Tu rayo se blandía,
La misma maldición te arrancarla?
El fanatismo odiaste.
¡Pluguiese á Dios que aun fanatismo hubiera!
El himno que entonaste
Un fanatismo fué que en su carrera
Abrió cielos y abismos.
¿Qué es ¡ay! la humanidad sin fanatismos?
Ninguno ya, ninguno
Existe ya; ni el que ensalzó al Monarca,
Ni el que inflamó al tribuno:
Un Dios brutal el universo abarca
Desde el altar deshecho,
El Dios de la materia, el Dios del hecho:
Y en vez de aquella santa
Familia de los pueblos soberanos
Que libre la garganta
De los yugos de todos los tiranos
Imaginó el deseo,
El Bajo Imperio de la Europa veo.
Asi en la acobardada
Roma Horacio cantó mientras la lengua
De Cicerón clavada
En los rostros guardados á tal mengua.
Tu última arenga hacia
¡Romana libertad! en tu agonia.
¡Oh ilusión venturosa
De una generación que se derrumba!
Nosotros, su ingloriosa
Posteridad, junto á su ilustre tumba
Pasamos sonriendo,
Su generoso error escarneciendo.
Nosotros, los espúreos
Hijos del desengaño que trocamos
Por mantos epicúreos
La toga consular que despreciamos,
Y á toda patria ajenos
Sabemos más pero valemos menos.
Y qué , ¿será mentira
Cuanto el hombre esperó? ¿será delirio
El genio que le inspira,
La virtud y el valor vano martirio,
Y el Dios que al hombre cria
El Dios de una perpetua tiranía?
¡Oh! no: vendrá la historia,
Y al legar á los siglos sus anales,
Dirá al fin tu victoria
¡Oh raza de tribunos inmortales!
Pueblos, guardad su herencia:
La fe en la humanidad fué su creencia.
Y tú que el vate fuiste
De esa tribu inmortal ¡noble poeta!
Y tú que enmudeciste,
Vencido no, mas desdeñoso atleta,
Y en sombra refulgente
Velas hoy con rubor tu anciana frente;
Si aún vive aquella musa
Que tú alentaste al despuntar su dia,
Cuando con voz confusa,
Vagando en el pensil de Andalucía,
Cantaba la infelice
Trajedia de Pausanias y Cleonice;
No temas que abandone
Las santas cumbres donde á ver se alcanza
El sol que no se pone;
Sol de la humanidad y la esperanza;
El sol que el hombre implora,
El sol del porvenir que está en su aurora.
Julio de 1851.