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    Garcilaso de la Vega

    Aquella voluntad honesta y pura

    Aquella voluntad honesta y pura,
    ilustre y hermosísima María,
    que en mí de celebrar tu hermosura,
    tu ingenio y tu valor estar solía,
    a despecho y pesar de la ventura
    que por otro camino me desvía,
    está y estará en mí tanto clavada,
    cuanto del cuerpo el alma acompañada.

    Y aún no se me figura que me toca
    aqueste oficio solamente en vida;
    mas con la lengua muerta y fría en la boca
    pienso mover la voz a ti debida.
    Libre mi alma de su estrecha roca
    por el Estigio lago conducida,
    celebrándose irá, y aquel sonido
    hará parar las aguas del olvido.

    Mas la fortuna, de mi mal no harta,
    me aflige, y de un trabajo en otro lleva;
    ya de la patria, ya del bien me aparta;
    ya mi paciencia en mil maneras prueba;
    y lo que siento más es que la carta
    donde mi pluma en tu alabanza mueva,
    poniendo en su lugar cuidados vanos,
    me quita y me arrebata de las manos.

    Pero por más que en mí su fuerza pruebe
    no tomará mi corazón mudable;
    nunca dirán jamás que me remueve
    fortuna de un estudio tan loable.
    Apolo y las hermanas todas nueve,
    me darán ocio y lengua con que hable
    lo menos de lo que en tu ser cupiere;
    que esto será lo más que yo pudiere.

    En tanto no te ofenda ni te harte
    tratar del campo y soledad que amaste,
    ni desdeñes aquesta inculta parte
    de mi estilo, que en algo ya estimaste.
    Entre las armas del sangriento Marte,
    do apenas hay quien su furor contraste,
    hurté de tiempo aquesta breve suma,
    tomando, ora la espada, ora la pluma.

    Aplica, pues, un rato los sentidos
    al bajo son de mi zampoña ruda,
    indigna de llegar a tus oídos,
    pues de ornamento y gracia va desnuda;
    mas a las veces son mejor oídos
    el puro ingenio y lengua casi muda,
    testigos limpios de ánimo inocente,
    que la curiosidad del elocuente.

    Por aquesta razón de ti escuchado,
    aunque me falten otras, ser merezco.
    Lo que puedo te doy, y lo que he dado,
    con recibillo tú yo me enriquezco.
    De cuatro ninfas que del Tajo amado
    salieron juntas a cantar me ofrezco:
    Filódoce, Dinámene y Climene,
    Nise, que en hermosura par no tiene.

    Cerca del Tajo en soledad amena
    de verdes sauces hay una espesura,
    toda de yedra revestida y llena,
    que por el tronco va hasta la altura,
    y así la teje arriba y encadena,
    que el sol no halla paso a la verdura;
    el agua baña el prado con sonido
    alegrando la vista y el oído.

    Con tanta mansedumbre el cristalino
    Tajo en aquella parte caminaba,
    que pudieran los ojos el camino
    determinar apenas que llevaba.
    Peinando sus cabellos de oro fino,
    una ninfa del agua do moraba
    la cabeza sacó, y el prado ameno
    vido de flores y de sombra lleno.

    Movióla el sitio umbroso, el manso viento,
    el suave olor de aquel florido suelo.
    Las aves en el fresco apartamiento
    vio descansar del trabajoso vuelo.
    Secaba entonces el terreno aliento
    el sol subido en la mitad del cielo.
    En el silencio sólo se escuchaba
    un susurro de abejas que sonaba.

    Habiendo contemplado una gran pieza
    atentamente aquel lugar sombrío,
    somorgujó de nuevo su cabeza,
    y al fondo se dejó calar del río.
    A sus hermanas a contar empieza
    del verde sitio el agradable frío,
    y que vayan las ruega y amonesta
    allí con su labor a estar la siesta.

    No perdió en esto mucho tiempo el ruego,
    que las tres de ellas su labor tomaron
    y en mirando de fuera, vieron luego
    el prado, hacia el cual enderezaron.
    El agua clara con lascivo juego
    nadando dividieron y cortaron,
    hasta que el blanco pie tocó mojado,
    saliendo de la arena el verde prado.

    Poniendo ya en lo enjuto las pisadas,
    escurrieron del agua sus cabellos,
    los cuales esparciendo, cobijadas
    las hermosas espaldas fueron de ellos.
    Luego sacando telas delicadas,
    que en delgadeza competían con ellos,
    en lo más escondido se metieron,
    y a su labor atentas se pusieron.

    Las telas eran hechas y tejidas
    del oro que el felice Tajo envía,
    apurado después de bien cernidas
    las menudas arenas do se cría:
    y de las verdes hojas reducidas
    en estambre sutil, cual convenía
    para seguir el delicado estilo
    del oro ya tirado en rico hilo.

    La delicada estambre era distinta
    de los colores que antes le habían dado
    con la fineza de la varia tinta
    que se halla en las conchas del pescado.
    Tanto artificio muestra en lo que pinta
    y teje cada Ninfa en su labrado,
    cuanto mostraron en sus tablas antes
    el celebrado Apeles y Timantes.

    Filódoce, que así de aquellas era
    llamada la mayor, con diestra mano
    tenía figurada la ribera
    de Estrimón, de una parte el verde llano.
    y de otra el monte de aspereza fiera,
    pisado tarde o nunca de pie humano,
    donde el amor movió con tanta gracia
    la dolorosa lengua del de Tracia.

    Estaba figurada la hermosa
    Eurídice, en el blanco pie mordida
    en la pequeña sierpe ponzoñosa
    entre la hierba y flores escondida;
    descolorida estaba como rosa
    que ha sido fuera de sazón cogida,
    y el ánima los ojos ya volviendo,
    de su hermosa carne despidiendo.

    Figurado se vía extensamente
    el osado marido que bajaba
    al triste reino de la oscura gente,
    y la mujer perdida recobraba;
    y cómo después de esto él, impaciente
    por miralla de nuevo, la tornaba
    a perder otra vez, y del tirano
    se queja al monte solitario en vano.

    Dinámene no menos artificio
    mostraba en la labor que había tejido,
    pintando a Apolo en el robusto oficio
    de la silvestre caza embebecido.
    Mudar luego le hace el ejercicio
    la vengativa mano de Cupido.
    que hizo a Apolo consumirse en lloro
    después que le enclavó con punta de oro.

    Dafne con el cabello suelto al viento,
    sin perdonar al blanco pie corria
    por áspero camino, tan sin tiento
    que Apolo en la pintura parecía que,
    porque ella templase el movimiento,
    con menos ligereza la seguía.
    El va siguiendo, y ella huye como
    quien siente al pecho el odïoso plomo.

    Mas a la fin los brazos le crecían,
    y en sendos ramos vueltos se mostraban.
    Y los cabellos. que vencer solían
    al oro fino, en hojas se tornaban;
    en torcidas raíces se extendían
    los blancos pies, y en tierra se hincaban;
    llora el amante, y busca el ser primero,
    besando y abrazando aquel madero.

    Climene, llena de destreza y maña,
    el oro y las colores matizando
    iba, de hayas una gran montaña,
    de robles y de peñas variando;
    un puerco entre ellas de braveza extraña,
    estaba los colmillos aguzando
    contra un mozo; no menos animoso,
    con su venablo en mano, que hermoso.

    Tras esto el puerco allí se vía herido
    de aquel mancebo por su mal valiente,
    y el mozo en tierra estaba ya tendido,
    abierto el pecho del rabioso diente;
    con el cabello de oro desparcido
    barriendo el suelo miserablemente,
    las rosas blancas por alí sembradas
    tornaba con su sangre coloradas.

    Adonis este se mostraba que era,
    según se muestra Venus dolorida,
    que viendo la herida abierta y fiera,
    estaba sobre él casi amortecida.
    Boca con boca coge la postrera
    parte del aire que solía dar vida
    al cuerpo, por quien ella en este suelo
    aborrecido tuvo al alto cielo.

    La blanca Nise no tomó a destajo
    de los pasados casos la memoria
    y en la labor de su sutil trabajo
    no quiso entretejer antigua historia;
    antes mostrando de su claro Tajo
    en su labor la celebrada gloria,
    lo figuró en la parte donde él baña
    la más felice tierra de la España.

    Pintado el caudaloso río se vía,
    que en áspera estrecheza reducido,
    un monte casi alrededor ceñía
    con ímpetu corriendo y con ruido;
    querer cercallo todo parecía
    en su volver, mas era afán perdido;
    dejábase correr en fin derecho,
    contento de lo mucho que había hecho.

    Estaba puesta en la sublime cumbre
    del monte, y desde allí por él sembrada
    aquella ilustre y clara pesadumbre
    de antiguos edificios adornada.
    De allí con agradable mansedumbre
    el Tajo va siguiendo su jornada,
    y regando los campos y arboledas
    con artificio de las altas ruedas.

    En la hermosa tela se veían
    entretejidas las silvestres diosas
    salir de la espesura, y que venían
    todas a la ribera presurosas,
    en el semblante tristes, y traían
    cestillos blancos de purpúreas rosas,
    las cuales esparciendo derramaban
    sobre una ninfa muerta, que lloraban,

    Todas con el cabello desparcido
    lloraban una ninfa delicada,
    cuya vida mostraba que había sido
    antes de tiempo y casi en flor cortada.
    Cerca del agua en el lugar florido,
    estaba entre las hierbas degollada,
    cual queda el blanco cisne cuando pierde
    la dulce vida entre la hierba verde.

    Una de aquellas diosas, que en belleza,
    al parecer, a todas excedía,
    mostrando en el semblante la tristeza
    que del funesto y triste caso había
    apartado algún tanto, en la corteza
    de un álamo estas letras escribía
    como epitafio de la ninfa bella,
    que hablaban así por parte de ella.

    "Elisa soy, en cuyo nombre suena
    y se lamenta el monte cavernoso,
    testigo del dolor y grave pena
    en que por mí se aflige Nemoroso,
    y llama ¡Elisa!... ¡Elisa! a boca llena
    responde el Tajo, y lleva presuroso
    al mar de Lusitania el nombre mío,
    donde será escuchado, yo lo fío."

    En fin en esta tela artificiosa
    toda la historia estaba figurada,
    que en aquella ribera deleitosa
    de Nemoroso fue tan celebrada;
    porque de todo aquesto y cada cosa
    estaba Nise ya tan lnformada,
    que llorando el pastor, mil veces ella
    se enterneció escuchando su querella.

    Y porque aqueste lamentable cuento
    no sólo entre las selvas se contase,
    mas dentro de las ondas sentimiento
    con la noticia desto se mostrase,
    quiso que de su tela el argumento
    la bella ninfa muerta señalase
    y así se publicase de uno en uno
    por el húmedo reino de Neptuno.

    Destas historias tales variadas
    eran las telas de las cuatro hermanas,
    las cuales con colores matizadas
    claras y luces de las sombras vanas,
    mostraban a los ojos relevadas
    las cosas y figuras que eran llanas,
    tanto, que al parecer el cuerpo vano
    pudiera ser tomado con la mano.

    Los rayos ya del sol se trastornaban,
    escondiendo su luz al mundo cara
    tras altos montes, y a la luna daban
    lugar para mostrar su blanca cara;
    los peces a menudo ya saltaban,
    con la cola azotando el agua clara,
    cuando las Ninfas, la labor dejando,
    hacia el agua se fueron paseando.

    En las templadas ondas ya metidos
    tenían los pies, y reclinar querían
    los blancos cuerpos, cuando sus oídos
    fueron de dos zampoñas que tañían
    suave y dulcemente, detenidos;
    tanto, que sin mudarse las oían,
    y al son de las zampoñas escuchaban
    dos pastores a veces que cantaban.

    Más claro cada vez el son se oía,
    de los pastores, que venían cantando
    tras el ganado, que también venía
    por aquel verde soto caminando;
    y a la majada, ya pasado el día,
    recogido le llevan, alegrando
    las verdes selvas con el son suave
    haciendo su trabajo menos grave.

    Tirreno de estos dos el uno era,
    Alcino el otro, entrambos estimados,
    y sobre cuantos pacen la ribera
    del Tajo con sus vacas enseñados;
    mancebos de una edad, de una manera
    a cantar juntamente aparejados
    y a responder, aquesto van diciendo,
    cantando el uno, el otro respondiendo.

    Tirreno

    Flérida, para mi dulce y sabrosa
    más que la fruta del cercado ajeno,
    más blanca que la leche, y más hermosa
    que el prado por abril de flores lleno:
    si tú respondes pura y amorosa
    al verdadero amor de tu Tirreno,
    a mi majada arribarás primero
    que el cielo nos muestre su lucero.

    Alcino

    Hermosa Filis, siempre yo te sea
    amargo al gusto más que la retama,
    y de ti despojado yo me vea,
    cual queda el tronco de su verde rama,
    si más que yo el murciélago desea
    la oscuridad, ni más la luz desama,
    por ver ya el fin de un término tamaño
    de este día; para mí mayor que un año.

    Tirreno

    Cual suele acompañada de su bando
    aparecer la dulce primavera,
    cuando Favonio y Céfiro soplando
    al campo toman su beldad primera,
    y van artificiosos esmaltando
    de rojo, azul y blanco la ribera,
    en tal manera a mi Flérida mía
    viniendo, reverdece mi alegría.

    Alcino

    ¿Ves el furor del animoso viento
    embravecido en la fragosa sierra
    que los antiguos robles ciento a ciento,
    y los pinos altísimos atierra,
    y de tanto destrozo aún no contento,
    al espantoso mar mueve la guerra?
    Pequeña es esta furia, comparada
    a la de Filis, con Alcino airada.

    Tirreno

    El blanco trigo multiplica y crece
    produce el campo en abundancia y tierno
    pasto al ganado; el verde monte ofrece
    a las fieras salvajes su gobierno-,
    a do quiera me miro, me parece
    que derrama la copia todo el cuerno;
    mas todo se convertirá en abrojos,
    si de ello aparta Flérida sus ojos.

    Alcino

    De la esterilidad es oprimido
    el monte, el campo, el soto y el ganado;
    la malicia del aire corrompido
    hace morir la yerba mal su grado;
    las aves ven su descubierto nido,
    que ya de verdes hojas fue cercado;
    pero si Fllis por aqui tornare,
    hará reverdecer cuanto mirare.

    Tirreno

    El álamo de Alcides escogido
    fue siempre, y el laurel del rojo Apolo;
    de la hermosa Venus fue tenido
    en precio y en estima el mirto solo;
    el verde sauce de Flérida es querido,
    y por suyo entre todos escogiólo:
    doquiera que de hoy más sauces se hallen,
    el álamo, el laurel y el mirto callen.

    Alcino

    El fresno por la selva en hermosura
    sabemos ya que sobre todos vaya,
    y en aspereza y monte de espesura
    se aventaja la verde y alta haya;
    mas el que la beldad de tu figura,
    donde quiera mirando, Filis, haya,
    al fresno y a la haya en su aspereza
    confesará que vence tu belleza.
    Esto cantó Tirreno, y esto Alcino
    le respondió; y habiendo ya acabado
    el dulce son, siguieron su camino
    con paso un poco más apresurado.
    Siendo a las ninfas ya el rumor vecino,
    juntas se arrojan por el agua a nado;
    y de la blanca espuma que movieron,
    las cristalinas ondas se cubrieron.




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