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    Garcilaso de la Vega

    Aquí, Boscán, donde del buen troyano

    Aquí, Boscán, donde del buen troyano
    Anquises con eterno nombre y vida
    conserva la ceniza el Mantüano,
    debajo de la seña esclarecida
    de César africano nos hallamos
    la vencedora gente recogida:
    diversos en estudio, que unos vamos
    muriendo por coger de la fatiga
    el fruto que con el sudor sembramos;
    otros (que hacen la virtud amiga
    y premio de sus obras y así quieren
    que la gente lo piense y que lo diga)
    destotros en lo público difieren,
    y en lo secreto sabe Dios en cuánto
    se contradicen en lo que profieren.
    Yo voy por medio, porque nunca tanto
    quise obligarme a procurar hacienda,
    que un poco más que aquellos me levanto.
    Ni voy tampoco por la estrecha senda
    de los que cierto sé que a la otra vía
    vuelven, de noche al caminar, la rienda.
    Mas ¿dónde me llevó la pluma mía?,
    que a sátira me voy mi paso a paso,
    y aquesta que os escribo es elegía.
    Yo enderezo, señor, en fin mi paso
    por donde vos sabéis que su proceso
    siempre ha llevado y lleva Garcilaso;
    y así, en mitad d’aqueste monte espeso,
    de las diversidades me sostengo,
    no sin dificultad, mas no por eso
    dejo las musas, antes torno y vengo
    dellas al negociar, y varïando,
    con ellas dulcemente me entretengo.
    Así se van las horas engañando;
    así del duro afán y grave pena
    estamos algún hora descansando.
    D’aquí iremos a ver de la Serena
    la patria, que bien muestra haber ya sido
    de ocio y d’amor antiguamente llena.
    Allí mi corazón tuvo su nido
    un tiempo ya, mas no sé, triste, agora
    o si estará ocupado o desparcido;
    daquesto un frío temor así a deshora
    por mis huesos discurre en tal manera
    que no puedo vivir con él un’hora.
    Si, triste, de mi bien yo estado hubiera
    un breve tiempo ausente, no lo niego
    que con mayor seguridad viviera:
    la breve ausencia hace el mismo juego
    en la fragua d’amor que en fragua ardiente
    el agua moderada hace al fuego,
    la cual verás que no tan solamente
    no le suele matar, mas le refuerza
    con ardor más intenso y eminente,
    porque un contrario, con la poca fuerza
    de su contrario, por vencer la lucha
    su brazo aviva y su valor esfuerza.
    Pero si el agua en abundancia mucha
    sobre’l fuego s’esparce y se derrama,
    el humo sube al cielo, el son s’escucha
    y, el claro resplandor de viva llama
    en polvo y en ceniza convertido,
    apenas queda d’él sino la fama:
    así el ausencia larga, que ha esparcido
    en abundancia su licor que amata
    el fuego qu’el amor tenía encendido,
    de tal suerte lo deja que lo trata
    la mano sin peligro en el momento
    que en aparencia y son se desbarata.
    Yo solo fuera voy d’aqueste cuento,
    porque’l amor m’aflige y m’atormenta
    y en el ausencia crece el mal que siento;
    y pienso yo que la razón consienta
    y permita la causa deste efeto,
    que a mí solo entre todos se presenta,
    porque como del cielo yo sujeto
    estaba eternamente y diputado
    al amoroso fuego en que me meto,
    así, para poder ser amatado,
    el ausencia sin término, infinita
    debe ser, y sin tiempo limitado;
    lo cual no habrá razón que lo permita,
    porque por más y más que ausencia dure,
    con la vida s’acaba, qu’es finita.
    Mas a mí ¿quién habrá que m’asegure
    que mi mala fortuna con mudanza
    y olvido contra mí no se conjure?
    Este temor persigue la esperanza
    y oprime y enflaquece el gran deseo
    con que mis ojos van de su holganza;
    con ellos solamente agora veo
    este dolor qu’el corazón me parte,
    y con él y comigo aquí peleo.
    ¡Oh crudo, oh riguroso, oh fiero Marte,
    de túnica cubierto de diamante
    y endurecido siempre en toda parte!,
    ¿qué tiene que hacer el tierno amante
    con tu dureza y áspero ejercicio,
    llevado siempre del furor delante?
    Ejercitando por mi mal tu oficio,
    soy reducido a términos que muerte
    será mi postrimero beneficio;
    y ésta no permitió mi dura suerte
    que me sobreviniese peleando,
    de hierro traspasado agudo y fuerte,
    porque me consumiese contemplando
    mi amado y dulce fruto en mano ajena,
    y el duro posesor de mí burlando.
    Mas ¿dónde me trasporta y enajena
    de mi propio sentido el triste miedo?
    A parte de vergüenza y dolor llena,
    donde, si el mal yo viese, ya no puedo,
    según con esperalle estoy perdido,
    acrecentar en la miseria un dedo.
    Así lo pienso agora, y si él venido
    fuese en su misma forma y su figura,
    ternia el presente por mejor partido,
    y agradeceria siempre a la ventura
    mostrarme de mi mal solo el retrato
    que pintan mi temor y mi tristura.
    Yo sé qué cosa es esperar un rato
    el bien del propio engaño y solamente
    tener con é1 inteligencia y trato,
    como acontece al mísero doliente
    que, del un cabo, el cierto amigo y sano
    le muestra el grave mal de su acidente,
    y le amonesta que del cuerpo humano
    comience a levantar a mejor parte
    el alma suelta con volar liviano;
    mas la tierna mujer, de la otra parte,
    no se puede entregar al desengaño
    y encúbrele del mal la mayor parte;
    él, abrazado con su dulce engaño,
    vuelve los ojos a la voz piadosa
    y alégrase muriendo con su daño:
    así los quito yo de toda cosa
    y póngolos en solo el pensamiento
    de la esperanza, cierta o mentirosa;
    en este dulce error muero contento,
    porque ver claro y conocer mi ’stado
    no puede ya curar el mal que siento,
    y acabo como aquel qu’en un templado
    baño metido, sin sentillo muere,
    las venas dulcemente desatado.
    Tú, que en la patria, entre quien bien te quiere,
    la deleitosa playa estás mirando
    y oyendo el son del mar que en ella hiere,
    y sin impedimiento contemplando
    la misma a quien tú vas eterna fama
    en tus vivos escritos procurando,
    alégrate, que más hermosa llama
    que aquella qu’el troyano encendimiento
    pudo causar el corazón t’inflama;
    no tienes que temer el movimiento
    de la fortuna con soplar contrario,
    que el puro resplandor serena el viento.
    Yo, como conducido mercenario,
    voy do fortuna a mi pesar m’envía,
    si no a morir, que aquéste’s voluntario;
    solo sostiene la esperanza mía
    un tan débil engaño que de nuevo
    es menester hacelle cada día,
    y si no le fabrico y le renuevo,
    da consigo en el suelo mi esperanza
    tanto qu’en vano a levantalla pruebo.
    Aqueste premio mi servir alcanza,
    que en sola la miseria de mi vida
    negó fortuna su común mudanza.
    ¿Dónde podré hüir que sacudida
    un rato sea de mí la grave carga
    que oprime mi cerviz enflaquecida?
    Mas ¡ay!, que la distancia no descarga
    el triste corazón, y el mal, doquiera
    que ’stoy, para alcanzarme el brazo alarga:
    si donde’l sol ardiente reverbera
    en la arenosa Libya, engendradora
    de toda cosa ponzoñosa y fiera,
    o adond’él es vencido a cualquier hora
    de la rígida nieve y viento frío,
    parte do no se vive ni se mora,
    si en ésta o en aquélla el desvarío
    o la fortuna me llevase un día
    y allí gastase todo el tiempo mío,
    el celoso temor con mano fría
    en medio del calor y ardiente arena
    el triste corazón m’apretaría;
    y en el rigor del hielo, en la serena
    noche, soplando el viento agudo y puro
    qu’el veloce correr del agua enfrena,
    d’aqueste vivo fuego, en que m’apuro
    y consumirme poco a poco espero,
    sé que aun allí no podré estar seguro,
    y así diverso entre contrarios muero.




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