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    Garcilaso de la Vega

    Aunque este grave caso haya tocado

    Dedicada al Duque de Toledo, por la muerte de su hermano


    Aunque este grave caso haya tocado
    con tanto sentimiento el alma mía
    que de consuelo estoy necesitado,
    con que de su dolor mi fantasía
    se descargase un poco y s’acabase
    de mi continuo llanto la porfía,
    quise, pero, probar si me bastase
    el ingenio a escribirte algún consuelo,
    estando cual estoy, que aprovechase
    para que tu reciente desconsuelo
    la furia mitigase, si las musas
    pueden un corazón alzar del suelo
    y poner fin a las querellas que usas,
    con que de Pindo ya las moradoras
    se muestran lastimadas y confusas;
    que según he sabido, ni a las horas
    que’l sol se muestra ni en el mar s’asconde,
    de tu lloroso estado no mejoras,
    antes, en él permaneciendo donde-
    quiera que estás, tus ojos siempre bañas,
    y el llanto a tu dolor así responde
    que temo ver deshechas tus entrañas
    en lágrimas, como al lluvioso viento
    se derrite la nieve en las montañas.
    Si acaso el trabajado pensamiento
    en el común reposo s’adormece,
    por tornar al dolor con nuevo aliento,
    en aquel breve sueño t’aparece
    la imagen amarilla del hermano
    que de la dulce vida desfallece,
    y tú tendiendo la piadosa mano,
    probando a levantar el cuerpo amado,
    levantas solamente el aire vano,
    y del dolor el sueño desterrado,
    con ansia vas buscando el que partido
    era ya con el sueño y alongado.
    Así desfalleciendo en tu sentido,
    como fuera de ti, por la ribera
    de Trápana con llanto y con gemido
    el caro hermano buscas, que solo era
    la mitad de tu alma, el cual muriendo,
    quedará ya sin una parte entera;
    y no de otra manera repitiendo
    vas el amado nombre, en desusada
    figura a todas partes revolviendo,
    que cerca del Erídano aquejada
    lloró y llamó Lampecia el nombre en vano,
    con la fraterna muerte lastimada:
    "¡Ondas, tornáme ya mi dulce hermano
    Faetón; si no, aquí veréis mi muerte,
    regando con mis ojos este llano!"
    ¡Oh cuántas veces, con el dolor fuerte
    avivadas las fuerzas, renovaba
    las quejas de su cruda y dura suerte;
    y cuántas otras, cuando s’acababa
    aquel furor, en la ribera umbrosa,
    muerta, cansada, el cuerpo reclinaba!
    Bien te confieso que s’alguna cosa
    entre la humana puede y mortal gente
    entristecer un alma generosa,
    con gran razón podrá ser la presente,
    pues te ha privado d’un tan dulce amigo,
    no solamente hermano, un acidente;
    el cual no sólo siempre fue testigo
    de tus consejos y íntimos secretos,
    mas de cuanto lo fuiste tú contigo:
    en él se reclinaban tus discretos
    y honestos pareceres y hacían
    conformes al asiento sus efetos;
    en él ya se mostraban y leían
    tus gracias y virtudes una a una
    y con hermosa luz resplandecían,
    como en luciente de cristal coluna
    que no encubre, de cuanto s’avecina
    a su viva pureza, cosa alguna.
    ¡Oh miserables hados, oh mezquina
    suerte, la del estado humano, y dura,
    do por tantos trabajos se camina,
    y agora muy mayor la desventura
    d’aquesta nuestra edad cuyo progreso
    muda d’un mal en otro su figura!
    ¿A quién ya de nosotros el eceso
    de guerras, de peligros y destierro
    no toca y no ha cansado el gran proceso?
    ¿Quién no vio desparcir su sangre al hierro
    del enemigo? ¿Quién no vio su vida
    perder mil veces y escapar por yerro?
    ¡De cuántos queda y quedará perdida
    la casa, la mujer y la memoria,
    y d’otros la hacienda despendida!
    ¿Qué se saca d’aquesto? ¿Alguna gloria?
    ¿Algunos premios o agradecimiento?
    Sabrálo quien leyere nuestra historia:
    veráse allí que como polvo al viento,
    así se deshará nuestra fatiga
    ante quien s’endereza nuestro intento.
    No contenta con esto, la enemiga
    del humano linaje, que envidiosa
    coge sin tiempo el grano de la espiga,
    nos ha querido ser tan rigurosa
    que ni a tu juventud, don Bernaldino,
    ni ha sido a nuestra pérdida piadosa.
    ¿Quién pudiera de tal ser adevino?
    ¿A quién no le engañara la esperanza,
    viéndote caminar por tal camino?
    ¿Quién no se prometiera en abastanza
    seguridad entera de tus años,
    sin temer de natura tal mudanza?
    Nunca los tuyos, mas los propios daños
    dolernos deben, que la muerte amarga
    nos muestra claros ya mil desengaños:
    hános mostrado ya que en vida larga,
    apenas de tormentos y d’enojos
    llevar podemos la pesada carga
    hános mostrado en ti que claros ojos
    y juventud y gracia y hermosura
    son también, cuando quiere, sus despojos.
    Mas no puede hacer que tu figura,
    después de ser de vida ya privada,
    no muestre el arteficio de natura:
    bien es verdad que no está acompañada
    de la color de rosa que solía
    con la blanca azucena ser mezclada,
    porque’l calor templado que encendía
    la blanca nieve de tu rostro puro,
    robado ya la muerte te lo había;
    en todo lo demás, como en seguro
    y reposado sueño descansabas,
    indicio dando del vivir futuro.
    Mas ¿qué hará la madre que tú amabas,
    de quien perdidamente eras amado,
    a quien la vida con la tuya dabas?
    Aquí se me figura que ha llegado
    de su lamento el son, que con su fuerza
    rompe el aire vecino y apartado,
    tras el cual a venir también se ’sfuerza
    el de las cuatro hermanas, que teniendo
    va con el de la madre a viva fuerza;
    a todas las contemplo desparciendo
    de su cabello luengo el fino oro,
    al cual ultraje y daño están haciendo.
    El viejo Tormes, con el blanco coro
    de sus hermosas ninfas, seca el río
    y humedece la tierra con su lloro,
    no recostado en urna al dulce frío
    de su caverna umbrosa, mas tendido
    por el arena en el ardiente estío;
    con ronco son de llanto y de gemido,
    los cabellos y barbas mal paradas
    se despedaza y el sotil vestido;
    en torno dél sus ninfas desmayadas
    llorando en tierra están, sin ornamento,
    con las cabezas d’oro despeinadas.
    Cese ya del dolor el sentimiento,
    hermosas moradoras del undoso
    Tormes; tened más provechoso intento:
    consolad a la madre, que el piadoso
    dolor la tiene puesta en tal estado
    que es menester socorro presuroso.
    Presto será que’l cuerpo, sepultado
    en un perpetuo mármol, de las ondas
    podrá de vuestro Tormes ser bañado;
    y tú, hermoso coro, allá en las hondas
    aguas metido, podrá ser que al llanto
    de mi dolor te muevas y respondas.
    Vos, altos promontorios, entretanto,
    con toda la Trinacria entristecida,
    buscad alivio en desconsuelo tanto.
    Sátiros, faunos, ninfas, cuya vida
    sin enojo se pasa, moradores
    de la parte repuesta y escondida,
    con luenga esperiencia sabidores,
    buscad para consuelo de Fernando
    hierbas de propriedad oculta y flores:
    así en el ascondido bosque, cuando
    ardiendo en vivo y agradable fuego
    las fugitivas ninfas vais buscando,
    ellas se inclinen al piadoso ruego
    y en recíproco lazo estén ligadas,
    sin esquivar el amoroso juego.
    Tú, gran Fernando, que entre tus pasadas
    y tus presentes obras resplandeces,
    y a mayor fama están por ti obligadas,
    contempla dónde estás, que si falleces
    al nombre que has ganado entre la gente,
    de tu virtud en algo t’enflaqueces,
    porque al fuerte varón no se consiente
    no resistir los casos de Fortuna
    con firme rostro y corazón valiente;
    y no tan solamente esta importuna,
    con proceso crüel y riguroso,
    con revolver de sol, de cielo y luna,
    mover no debe un pecho generoso
    ni entristecello con funesto vuelo,
    turbando con molestia su reposo,
    mas si toda la máquina del cielo
    con espantable son y con rüido,
    hecha pedazos, se viniere al suelo,
    debe ser aterrado y oprimido
    del grave peso y de la gran rüina
    primero que espantado y comovido.
    Por estas asperezas se camina
    de la inmortalidad al alto asiento,
    do nunca arriba quien d’aquí declina.
    Y en fin, señor, tornando al movimiento
    de la humana natura, bien permito
    a nuestra flaca parte un sentimiento,
    mas el eceso en esto vedo y quito,
    si alguna cosa puedo, que parece
    que quiere proceder en infinito.
    A lo menos el tiempo, que descrece
    y muda de las cosas el estado,
    debe bastar, si la razón fallece:
    no fue el troyano príncipe llorado
    siempre del viejo padre dolorido,
    ni siempre de la madre lamentado;
    antes, después del cuerpo redemido
    con lágrimas humildes y con oro,
    que fue del fiero Aquiles concedido,
    y reprimiendo el lamentable coro
    del frigio llanto, dieron fin al vano
    y sin provecho sentimiento y lloro.
    El tierno pecho, en esta parte humano,
    de Venus, ¿qué sintió, su Adonis viendo
    de su sangre regar el verde llano?
    Mas desque vido bien que, corrompiendo
    con lágrimas sus ojos, no hacía
    sino en su llanto estarse deshaciendo,
    y que tornar llorando no podía
    su caro y dulce amigo de la escura
    y tenebrosa noche al claro día,
    los ojos enjugó y la frente pura
    mostró con algo más contentamiento,
    dejando con el muerto la tristura.
    Y luego con gracioso movimiento
    se fue su paso por el verde suelo,
    con su guirlanda usada y su ornamento;
    desordenaba con lascivo vuelo
    el viento sus cabellos; con su vista
    s’alegraba la tierra, el mar y el cielo.
    Con discurso y razón, que’s tan prevista,
    con fortaleza y ser, que en ti contemplo,
    a la flaca tristeza se resista.
    Tu ardiente gana de subir al templo
    donde la muerte pierde su derecho
    te basta, sin mostrarte yo otro enjemplo;
    allí verás cuán poco mal ha hecho
    la muerte en la memoria y clara fama
    de los famosos hombres que ha deshecho.
    Vuelve los ojos donde al fin te llama
    la suprema esperanza, do perfeta
    sube y purgada el alma en pura llama;
    ¿piensas que es otro el fuego que en Oeta
    d’Alcides consumió la mortal parte
    cuando voló el espirtu a la alta meta?
    Desta manera aquél, por quien reparte
    tu corazón sospiros mil al día
    y resuena tu llanto en cada parte,
    subió por la difícil y alta vía,
    de la carne mortal purgado y puro,
    en la dulce región del alegría,
    do con discurso libre ya y seguro
    mira la vanidad de los mortales,
    ciegos, errados en el aire ’scuro,
    y viendo y contemplando nuestros males,
    alégrase d’haber alzado el vuelo
    y gozar de las horas immortales.
    Pisa el immenso y cristalino cielo,
    teniendo puestos d’una y d’otra mano
    el claro padre y el sublime agüelo:
    el uno ve de su proceso humano
    sus virtudes estar allí presentes,
    que’l áspero camino hacen llano;
    el otro, que acá hizo entre las gentes
    en la vida mortal menor tardanza,
    sus llagas muestra allá resplandecientes.
    (Dellas aqueste premio allá s’alcanza,
    porque del enemigo no conviene
    procurar en el cielo otra venganza).
    Mira la tierra, el mar que la contiene,
    todo lo cual por un pequeño punto
    a respeto del cielo juzga y tiene;
    puesta la vista en aquel gran trasunto
    y espejo do se muestra lo pasado
    con lo futuro y lo presente junto,
    el tiempo que a tu vida limitado
    d,a1lá arriba t’está, Fernando, mira,
    y allí ve tu lugar ya deputado.
    ¡Oh bienaventurado, que sin ira,
    sin odio, en paz estás, sin amor ciego,
    con quien acá se muere y se sospira,
    y en eterna holganza y en sosiego
    vives y vivirás cuanto encendiere
    las almas del divino amor el fuego!
    Y si el cielo piadoso y largo diere
    luenga vida a la voz deste mi llanto,
    lo cual tú sabes que pretiende y quiere,
    yo te prometo, amigo, que entretanto
    que el sol al mundo alumbre y que la escura
    noche cubra la tierra con su manto,
    y en tanto que los peces la hondura
    húmida habitarán del mar profundo
    y las fieras del monte la espesura,
    se cantará de ti por todo el mundo,
    que en cuanto se discurre, nunca visto
    de tus años jamás otro segundo
    será, desde el Antártico a Calisto.




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