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Hacia un arroz latinoamericano más sostenible
Nuevos métodos de manejo de los sistemas arroceros latinoamericanos están demostrando su eficacia para reducir el uso de agua y las emisiones de metano a la atmósfera, dos de las principales “acusaciones” de los detractores de su cultivo.
Uno de esos métodos ha sido evaluado de manera experimental por la alianza Bioversity International & Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) en el municipio de Saldaña, departamento de Tolima, en el centro oeste de Colombia, donde el caudal hídrico ha decrecido en los últimos años.
El método tiene el potencial de replicarse en otros países latinoamericanos. Consiste en convertir un sistema completamente inundado en uno de riego alternado capaz de reducir la demanda de agua y las emisiones de efecto invernadero. Todo ello sin sacrificar el rendimiento.
Con casi la mitad de la población mundial consumiéndolo diariamente, el papel del arroz como sostén de la vida humana es indiscutible: 117 países y territorios lo cultivan, de los cuales 25 son parte de América Latina y el Caribe.
Los orígenes del cereal, cuyo nombre científico es Oryza sativa, se pierden en la noche del tiempo y han dado lugar a relatos milenarios como una antigua leyenda China según la cual en el inicio de la civilización los ancestros del pueblo Miao no disponían de las simientes necesarias para cultivar los campos. Por eso liberaron a un pájaro verde, que voló hasta el granero del dios de los cielos y de regreso llevó consigo preciadas semillas de arroz.
Su domesticación también genera un acalorado debate académico. Algunos estudios sostienen que ocurrió muy temprano en el valle del río Ganges (en lo que hoy es India), alrededor del año 6500 a.C. Otros señalan un origen más tardío en el bajo Yangtsé (actual provincia china de Zhejiang), hace no más de 6900 años.
Lo evidente es que hoy el cultivo “es uno de los más atacados por su consumo de agua y por el metano que emite”, afirma Jorge Ayala Filigrana, ingeniero agrónomo y ex productor de arroz orgánico en Palizada, en el estado de Campeche, al sureste de México.
“Pero cuando usas el sistema correcto de producción tal paradigma puede cambiar”, añade.
La agricultura consume 70 por ciento del suministro global de agua dulce y el sector arrocero acapara, por sí solo, hasta un 43 por ciento de ese porcentaje.
El cultivo también contribuye con 12 por ciento de las emisiones globales de metano, que tiene un efecto invernadero más de 80 veces mayor que el del dióxido de carbono y es responsable de más de una cuarta parte del calentamiento actual de la Tierra.
Eduardo Graterol Matute, director ejecutivo del Fondo Latinoamericano para Arroz de Riego (FLAR), precisa que “puesto que América Latina aporta menos del cinco por ciento del arroz mundial y Asia produce prácticamente el 90 por ciento, el tema de las emisiones de metano está mucho más cargado hacia oriente”.
Los arroceros en Asia inundan sus campos y cultivan todo el año bajo el sistema de fangueo, impidiendo que el suelo se airee y favoreciendo la liberación de metano.
Además, al tener que aplicar los fertilizantes en el agua, parte del nitrógeno que contienen se transforma en óxido nitroso. Este gas tiene un potencial de calentamiento de la atmósfera 300 veces mayor al del dióxido de carbono y se asocia con la destrucción de la capa de ozono.
En cambio, el arroz latinoamericano suele producirse con el método de mínima labranza de la tierra, recurre al riego intermitente y a menudo está integrado a sistemas rotativos, aunque hay algunos países que todavía usan la inundación.
Jesús Solís, agricultor que cosecha con la misma técnica artesanal de la hoz y el saco de henequén que instauraron los primeros arroceros de la zona en 1836, explica la manera en la que cultiva sus parcelas en el sur del estado de Morelos, México: tres años siembra arroz, tres años siembra caña, y así sucesivamente.
“Antes aplicábamos herbicidas, pero ahora los rastrojos de caña nos ayudan a detener el crecimiento de la maleza y después de cinco o seis semanas el grano ya está maduro”, describe.
Graterol Matute considera que una tarea pendiente de la región es respaldar ese tipo de prácticas con evidencia científica.
La importancia del arroz para la seguridad alimentaria regional está fuera de discusión. “Es el alimento primordial de quienes menos recursos tienen, ya que con menos de un dólar al día puedes dar de comer a cuatro personas”, precisa Graterol Matute.
Hoy en día, entre el 12 y el 75 por ciento de las calorías que ingieren las personas en América Latina y el Caribe provienen del arroz, asegura la alianza Bioversity International & CIAT. Esta gramínea es, pues, insustituible en esta región, donde 70 millones de habitantes no disponen de los ingresos para cubrir una canasta básica alimentaria.
El latinoamericano promedio consume 45 kilogramos al año, aunque en algunos países –como Panamá y los Estados caribeños– asciende hasta 70 kilogramos anuales por persona. Esa demanda no se compara con los 230 kilogramos per cápita anuales del sur de Asia –la región que más arroz consume– pero aumenta continuamente.
Jesús Solís admite que su cultivo cada vez es más difícil. Cuando se hizo arrocero, hace 45 años, el agua alcanzaba para sembrar 3.000 hectáreas. Hoy no llegan ni a una tercera parte de eso.
“Hemos devastado la flora, la mancha urbana ha ido creciendo, las temperaturas que eran de 38 o 40 grados ahora son de 45, y llueve menos”, dice.
La investigación que dirigió Sandra Loaiza –de la alianza Bioversity International & CIAT– en Tolima deriva de un método que “consiste en inundar los lotes 15 a 20 días después de que germinan las semillas, con una lámina de agua de entre 3 y 5 centímetros. Luego se deja evaporar hasta que el nivel queda 15 centímetros por debajo de la superficie del suelo y entonces se vuelve a regar”, explica.
Esa técnica, conocida como AWD (siglas en inglés de alternate wetting and drying), fue desarrollada en Asia por el Instituto Internacional de Investigación del Arroz durante la década de los 70. En su versión original, disminuye la liberación de metano pero promueve la formación de óxido nitroso. El gran reto de Sandra Loaiza y sus colaboradores era inhibir ambos gases al mismo tiempo.
Las pruebas se realizaron con la variedad colombiana Fedearroz 67 en el Centro Experimental Las Lagunas. “Adecuamos el AWD, permitiendo que el agua descendiera 5 y 10 centímetros por debajo de la tierra”, cuenta Loaiza.
Además, tras analizar las características del suelo, descubrieron que el mejor momento para fertilizarlo era cuando se encontraba bastante húmedo mas no inundado ni saturado. De esa manera se inhibe la formación de óxido nitroso.
En comparación con un sistema completamente inundado, estas innovaciones redujeron el consumo de agua hasta en un 56 por ciento, el metano hasta en un 100 por ciento y el óxido nitroso hasta en un 70 por ciento. La disminución se mantuvo durante los dos años del experimento, y en ese lapso los investigadores también observaron que el aporte del cultivo al calentamiento global bajó hasta en un 73 por ciento.
Sumado a la experiencia previa, confirma que no es necesario tener el arroz inundado todo el tiempo y que “podríamos reservar el agua para las etapas más críticas del cultivo”. (SciDevNet)