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    Jacinto de Salas y Quiroga

    El soldado

    Caballito, caballito,
    el de la cola rizada,
    hoy me dijo el capitán
    que me puedo ir a mi casa.
    Hace ya más de ocho años
    que no duermo en buena cama,
    que vivo sin padre y madre,
    sin hermanos, sin hermanas,
    que no tengo quien me cosa,
    ni quien me diga: ¿qué extrañas?
    Ya se acaban mis trabajos...
    a Dios, caballo del alma;
    cuando mi madre me abrace
    le diré: «Sólo me falta
    mi caballo para ser
    dichoso, madre adorada».

    Así decía el Soldado,
    luego con dolor y calma
    fue a casa del Capitán
    Y recibió sin tardanza
    su licencia. ¡Pobrecillo!
    Quiso volver a la cuadra
    a dar el último abrazo
    al de la cola rizada.
    Ve al caballo, y sin querer
    una lágrima se escapa
    de sus ojos... «Caballito,
    caballito de mi alma,
    no veré más a mi madre,
    dormiré sobre unas tablas,
    llevaré palos del cabo,
    más cuidaré tu cebada.
    No, no te puedo dejar...
    Vales tú más que mi casa».

    Dijo, y rompió la licencia.
    ¡Pobre! Volvió a sentar plaza.




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