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    Jorge Manrique

    A la fortuna

    I

    Fortuna, no me amenaces,
    ni menos me muestres gesto
    mucho duro,
    que tus guerras y tus paces
    conozco bien, y por esto
    no me curo;
    antes tomo más denuedo,
    pues tanto almacén de males
    has gastado,
    aunque tú me pones miedo
    diciendo que los mortales
    has guardado.

    II

    Y ¿qué más puede pasar
    dolor mortal ni pasión
    de ningún arte,
    que herir y atravesar
    por medio mi corazón
    de cada parte?
    Pues una cosa diría,
    y entiendo que la jurase
    sin mentir:

    que ningún golpe vendría
    que por otro no acertase
    a me herir.

    III

    ¿Piensas tú que no soy muerto
    por no ser todas de muerte
    mis heridas?
    Pues sabe que puede, cierto,
    acabar lo menos fuerte
    muchas vidas;
    mas está en mi fe mi vida,
    y mi fe está en el vivir
    de quien me pena;
    así que de mi herida
    yo nunca puedo morir
    sino de ajena.

    IV

    Y pues esto visto tienes,
    que jamás podrás conmigo
    por herirme,
    torna ahora a darme bienes,
    por que tengas por amigo
    hombre tan firme;
    mas no es tal tu calidad
    para que hagas mi ruego,
    ni podrás,
    que hay muy gran contrariedad
    porque tú te mudas luego;
    yo, jamás.

    V

    Y pues ser buenos amigos
    por tu mala condición
    no podemos,
    tornemos como enemigos
    a esta nuestra cuestión,
    y porfiemos;
    en la cual, si no me vences,
    yo quedo por vencedor
    conocido;
    pues dígote que comiences
    y no debo haber temor,
    pues te convido.

    VI

    Que ya las armas probé
    para mejor defenderme
    y más guardarme,
    y la fe sola hallé
    que de ti puede valerme
    y defensarme;
    mas esta sola sabrás
    que no sólo me es defensa,
    mas victoria:
    así que tú llevarás
    de este debate la ofensa;
    yo, la gloria

    VII

    De los daños que me has hecho
    tanto tiempo guerreando3
    contra mí,
    me queda sólo un provecho,
    porque soy más esforzado
    contra ti;
    y conozco bien tus mañas,
    y en pensando tú la cosa,
    ya la entiendo,
    y veo cómo me engañas;
    mas mi fe es tan porfiosa.
    que lo atiendo.

    VIII

    Y entiendo bien tus maneras
    y tus halagos traidores,
    nunca buenos,
    que nunca son verdaderas
    y en este caso de amores,
    mucho menos;
    ni tampoco muy agudas
    ni de gran poder ni fuerza,
    pues sabemos
    que te vuelves y te mudas;
    mas Amor nos manda y fuerza
    que esperemos.

    IX

    Que tus engaños no engañan,
    sino al que amor desigual
    tiene y prende;
    que al mudable nunca dañan,
    porque toma el bien, y el mal
    no lo atiende.
    Estos me vengan de ti:
    pero no es para alegrarme
    tal venganza,
    que pues tú heriste a mí,
    yo tenía que vengarme
    por mi lanza.

    X

    Mas venganza que no puede
    -sin la firmeza quebrar-
    ser tomada,
    más contento soy que quede
    mi herida sin vengar
    que no vengada;
    mas, con todo, he gran placer
    porque tornan tus bonanzas
    y no esperan,
    ni duran en su querer
    a que vuelvan tus mudanzas
    y que mueran.

    XI

    CABO

    Desde aquí te desafío
    a fuego, sangre y a hierro,
    en esta guerra;
    pues en tus bienes no fío,
    no quiero esperar más yerro
    de quien yerra:
    que quien tantas veces miente,
    aunque ya diga verdad,
    no es de creer;
    pues airado ni placiente,
    tu gesto mi voluntad
    no quiere ver.




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