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José Marchena
El amor rendido
Las pesadas cadenas
del despotismo atroz ufano hollando,
cantemos, lira mía,
el acordado tono al cielo alzando,
la presente alegría
y las pasadas penas;
libertad sacrosanta, tú me inspira;
que sólo libertad suene mi lira.
Mientras fue mi morada
la esclava Hesperia, del rapaz Cupido
la flecha penetrante
de aguda llaga el corazón ha herido;
hoy peto de diamante
a su punta acerada
oponer quiero, y, de firmeza armado,
sus amenazas arrostrar osado.
¡Oh deidad inclemente!
¡Oh Cupido implacable! ¡Oh santo cielo!
¿Qué beldad peregrina
Viene a las Galias del hesperio suelo?
¡Oh belleza divina!
A tus pies reverente
me postro humilde, y ante ti rendido,
Amor, confieso a voces, me ha vencido.
Al duro yugo atado
la cerviz humillada, al fiero en vano
perdón ¡ay Dios! le pido;
que en mis lloros se ceba el inhumano,
y al carro en triunfo uncido,
con el dedo mostrado,
el quebrantado cuerpo puede apenas
arrastrar las gravísimas cadenas.
De mis ojos cansados
huyó por siempre el apacible sueño,
y en perenes raudales
de amargo llanto el porfiado empeño
de mis penosos males
en mi daño obstinados
¡ay! los ha para siempre convertido,
y en quebranto inmortal ¡ay! me ha sumido.
Deidades sacrosantas
que en Olimpo subido hacéis manida,
muévaos mi humilde ruego;
apagad en mi pecho la encendida
llama de amante fuego;
postrado a vuestras plantas,
de vos aguarda un triste este consuelo;
mas ¡ay! que al desdichado es sordo el cielo.
¡Oh deidad sobrehumana!
A ti fue dado, hermosa, solamente
la pasada alegría
tornar ¡ay triste! al corazón doliente;
ablanda, diosa mía,
tu condición tirana;
mira cuál a tus pies ruego amoroso;
di una sola palabra, y soy dichoso.