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José Marchena
El estío
Del álamo frondoso
las verdes hojas ya se han marchitado;
el segador cansado
en mitad de la mies toma reposo.
Por aquí un arroyuelo bullicioso
con aguas cristalinas corrió antes,
ora un aire inflamado
y de la seca arena el polvo ardiente
enciende al fatigado pasajero.
Un delicioso otero
del Tormes rodeado
con su sombra suave nos convida,
do el aromado ambiente
del céfiro empapado
en olores fragantes
de millares de flores
su blando soplo espira a los amantes.
Todo respira amores;
las tiernas palomillas
con ardientes arrullos repetidos
muestran su amor; las tristes tortolillas
con profundos gemidos.
Allí, mi bella Emilia, viviremos
lejos del mundo, libres de cuidados;
las vacas por el día ordeñaremos;
ornaré yo tus sienes
de azucenas y rosas,
y en amantes delicias anegados
de la vida las sendas espinosas
sembraremos de bienes.
Emilia, bella Emilia, ¿qué tardamos?
Huye la vida, y vuela presurosa;
antes que nos sepulte eterno sueño
¡ay! ¿por qué los placeres no gustamos?
Olvidemos la ciencia fastidiosa,
depongamos el ceño,
a Amor sacrifiquemos
y sus dulces deleites ¡ay! gocemos.