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    José Marchena

    La Revolución Francesa

    Suena tu blanda lira,
    Aristo, de las Ninfas tan amada,
    cuando a Filis suspira,
    y en la grata armonía embelesada
    la tropa de pastores
    escucha los suavísimos amores.

    Mientras mi bronco acento
    dice del despotismo derrocado
    de su sublime asiento,
    y con fuertes cadenas aherrojado
    el llanto doloroso
    al pueblo de la Francia tan gustoso.

    Cayeron quebrantados
    de calabozos hórridos y escuros
    cerrojos y candados;
    yacen por tierra los tremendos muros
    terror del ciudadano,
    horrible baluarte del tirano.

    La libertad del cielo
    desciende, y la virtud dura y severa;
    huye del francés suelo
    el lujo seductor, la lisonjera
    corrupción, el desorden;
    reinan las leyes con la paz y el orden.

    El fanatismo insano
    agitando sus sierpes ponzoñosas
    vencido clama en vano;
    húndese en las regiones espantosas,
    y con él es sumida
    la intolerancia atroz aborrecida.

    Dulce filosofía,
    tú los monstruos infames alanzaste;
    tu clara luz fue guía
    del divino Rousseau, y tú amaestraste
    el ingenio eminente
    por quien es libre la francesa gente.

    Excita al grande ejemplo
    tu esfuerzo, Hesperia: rompe los pesados
    grillos, y que en el templo
    de Libertad de hoy más muestren colgados
    del pueblo la vileza,
    y de los Reyes la brutal fiereza.




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