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    José Marchena

    A Meléndez Valdés

    Desciende, del sagrado
    monte, Calíope santa, y las loores
    de Batilo me inspira; dí cuál fuera
    de los brazos de Baco y los amores
    por Temis arrancado;
    cuál la Diosa severa
    blandir le enseña la amenazadora
    espada del delito vengadora.

    La espada que tajante
    en tu mano, Batilo, al poderoso
    opresor amenaza herida y muerte.
    Ya pálido el malvado poderoso
    vacilar su constante
    potencia de tu fuerte
    brazo impelida mira, y ya caído
    asombro es del tirano aborrecido.

    Temis torna a la tierra
    y en Celtiberia pone su morada;
    por ti, justo Batilo, desde el cielo
    a los mortales otra vez bajada;
    la codicia, la guerra
    sangrienta, ya del suelo
    celtíbero huyen lejos, y vencidos
    al cielo alzan los monstruos sus bramidos.

    Otro tiempo el Tonante
    sus rayos encendidos fulminaba
    contra el tirano duro y ambicioso;
    su fuego abrasador aniquilaba
    las puertas de diamante,
    y el déspota orgulloso
    mientras fiado en la lealtad dormía
    de sus guardas, con ellos junto ardía.

    Tal el desapiadado
    Lycaón, y tal el suegro de Linceo
    sufren pena y tormentos inmortales;
    que no borran del pálido Leteo
    las aguas el pecado,
    ni se acaban los males,
    antes Alecto del azote armada
    cruda castiga la nación malvada.

    Mas ora el inocente
    opaco bosque, y la floresta amena
    de Júpiter airado los rigores
    siente, y burla el perverso de la pena
    debida a sus horrores,
    y el cielo le consiente;
    Huyamos ¡ay! las tierras habitadas
    de iniquidad y vicios infectadas.




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