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    José María Blanco White

    A Dorila

    Te engañas, mi Dorila,
    si juzgas que rendido
    de amar sin esperanza
    se verá el pecho mío;
    que no, no es tan tirano,
    cual dicen, el Dios niño,
    y sabe aun con las ansias
    dar premios exquisitos.
    Son necios los amantes
    que llaman su dominio
    cruel, y que maldicen
    sus cadenas y grillos.
    Dorila, yo te adoro;
    y el ardor en que vivo,
    es el premio y la gloria
    que el adorarte pido.
    Peno ¡ay triste! mas tengo
    en tu rostro divino
    de mis crueles ansias
    un dulce y cierto alivio:
    pues aun cuando mi pecho
    más agitado miro,
    volviendo a ti los ojos
    ledo que da y tranquilo.
    Y si del rostro amable
    el influjo benigno
    me es negado, y ausente
    mi fuego es más activo,
    tu dulce nombre entonces
    tiernamente repito,
    y un nuevo fuego enciendo,
    con que aplaco el antiguo.
    ¡Ay! de esta suave llama
    los amantes deliquios
    sólo es dado gozarlos
    a quien sabe sentirlos.
    Zagala, no te engañes,
    que aun el más afligido
    pagado está, si logra
    dar a tiempo un suspiro.




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