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    José María Gabriel y Galán

    A S. M. el Rey

    Señor: No soy un juglar;
    soy un sincero cantor
    del castellano solar.
    Canto el alma popular;
    no tengo nombre, señor.

    Por eso, porque un oscuro,
    porque un sincero es quien canta
    y no un cortesano impuro,
    oiréis el de mi garganta
    canto llano, pobre y duro.

    Más placerá a vuestro oído
    el débil trinar sentido
    del pájaro del erial
    que el resonante graznido
    del hueco pavo real.

    Señor: si en ese sagrado
    solar de español sentir
    han ante vos ocultado
    con luz de vivir dorado
    sombras de negro vivir,

    mintió la vieja embustera
    que llaman cortesanía...
    ¡Mejor a su rey sirviera
    si, en bien de la Patria mía,
    verdad a su rey dijera!

    No sé con reyes hablar;
    mas, bien podréis perdonar
    que yo platique con vos
    tal como en son de rezar
    platico de esto con Dios.

    Estáme la fe enseñando
    y estáme el amor diciendo
    que todo se toma blando
    a nuestro Dios invocando
    y a nuestro rey requiriendo.

    Que Dios corona a los reyes
    para que a mundos mejores
    lleven innúmeras greyes,
    mejor que atadas con leyes,
    sueltas en cursos de amores.

    Señor: en tierras hermanas
    de estas tierras castellanas,
    no viven vida de humanos
    nuestros míseros hermanos
    de las montañas jurdanas.

    Señor: no oigáis las canciones
    de las doradas sirenas,
    que solo cantan ficciones...
    ¡Los más grandes corazones
    son los que arrostran más penas!

    Dolor de cuantos los vieren,
    mentís de los que mintieren,
    aquí los parias están...
    De hambre del alma se mueren,
    se mueren de hambre de pan.

    Hasta este monte eminente
    donde rimo mis cantares
    sube famélica gente
    que mis modestos manjares
    devora violentamente...

    Tanta pena he contemplado
    que unas veces he llorado
    con llanto de compasión,
    y otras mi voz han velado
    gemidos de indignación.

    Porque infama la negrura
    de la siniestra figura
    de hombres que hundidos están
    en un sopor de incultura
    con fiebre de hambre de pan.

    Limosna de un rey cristiano
    es manantial soberano
    de grande consolación...
    Mas nunca llega la mano
    donde llega el corazón.

    La Patria es madre amorosa
    que hace milagros de amores...
    ¡Tienda una mano piadosa
    que disipe los horrores
    de esta visión afrentosa!

    Señor: no soy un juglar.
    Yo nunca rimo un cantar
    si no me lo pide amor.
    La Patria me hizo vibrar...
    ¡Patria sois también, señor!




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