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    José Ortega Munilla

    Las armas de la victoria

    En verdad que la espada con que el soldado defiende su patria, humilla al enemigo malo y le derrota, es merecedora del aplauso y del amor. Pero hay otras herramientas, hay otros útiles con que los hombres ganan victorias imperecederas.

    ¿Dónde están? ¿En qué consisten?

    Muchos siglos hace, muchos, que el empeño furioso del hombre le hizo descubrir entre las piedras con que topaba en su camino cierto mineral negruzco y brillante. En su ignorancia, el hombre en aquellas edades lontanas, no sabía que había dado con el tesoro de la riqueza. Porque ese pedrusco negro y brillante no tenía, cierto es, el refulgir del oro, ni el iluminar de la plata, ni el centellear de los diamantes. De apariencia humilde, constituía sin embargo la mayor riqueza a que puede aspirar el hijo de Adán y Eva.

    El hombre había dado con la mina de hierro. Y luego, andando los tiempos, el hombre aprendió a manejar el metal negro, y construyó el martillo y el clavo, y la sierra y la lima, y la tenaza y el tornillo y el yunque.

    Estas son las armas con que he dicho se consiguen las máximas victorias.

    Bajo el golpe del martillo los peñascos se despedazaron. El morder de la sierra echó abajo a los árboles más corpulentos y los taraceó en largas tablas y en listones. El clavo sujetó esas tablas en ordenadas filas para albergue de la humanidad y para su defensa contra las fieras.

    La tenaza, mano férrea, ayudó en la labor. La lima suavizó las asperezas de la madera. El tornillo sujetó para siempre las piezas varias del utensilio doméstico...

    Y cuando el hombre construyó el primer yunque, y sobre él golpeó fieramente, no sólo había dominado a la madera, sino que había dominado también al hierro.

    Ved la figura del laborioso que se yergue delante de la grande y luciente pieza de hierro. En su mano derecha actúa el martillo. Y ese hombre mira en torno con el orgullo y la alegría de un rey por derecho propio, señor del mundo.




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