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    Juan Meléndez Valdés

    El consejo del Amor

    Pensativo y lloroso,
    contemplando cuán tibia
    Dorila mi amor oye
    por hermosa y por niña,

    al margen de una fuente
    me asenté cristalina,
    que un rosal adornaba
    con su pompa florida.

    El voluble murmullo
    de sus plácidas linfas,
    de mis penas agudas
    amainaba las iras;

    y en sus ondas rientes
    encantada la vista,
    invisibles cual ellas
    mis cuidados se huían,

    cuando en torno una rosa
    que besar solicita,
    volar vi a un cefirillo
    con ala fugitiva,

    y entre blandos susurros,
    en voz dulce y sumisa,
    entendí que a la bella
    cariñoso decía:

    «¿Dó, insensible, te vuelves?
    ¿Por qué, injusta, te privas
    en mis juegos vivaces
    de mil tiernas caricias?

    Mírame que rendido,
    cuando humillar podría
    con soplo despeñado
    tu presunción esquiva,

    que te tornes te ruego,
    y a mis labios permitas
    que los ámbares gocen
    que en tus hojas abrigas.

    No temas, no, que ofendan
    con culpable osadía
    su rosicler hermoso,
    aunque blanda te rindas.

    Aun más fino que ardiente,
    a nada más aspiran
    que a un inocente beso
    las esperanzas mías.

    Por ti dejé en el valle,
    por ti, beldad altiva,
    con vuelo desdeñoso,
    mil lindas florecitas.

    Tú sola me embebeces,
    tú sola», repetía
    el céfiro, y más suelto
    en torno de ella gira,

    cuando súbito noto
    que la rosa rendida
    le presenta su seno,
    y él cien besos le liba,

    con los cuales mimosa
    de aquí y de allá se agita,
    otros y otros buscando
    que muy más la mecían.

    Y en aquel mismo punto
    escuché que benigna
    nueva voz me alentaba,
    nuncio fiel de mis dichas:

    «No de tímido ceses;
    insta, anhela, suplica,
    cefirillo incesante
    de tu rosa Dorila;

    y en sus dulces canciones
    delicada tu lira
    su tibieza y sus miedos
    cual la nieve derritan.

    Verás como a tus ansias
    cede al fin y propicia
    las finezas atiende,
    por ti ciega suspira,

    apurando en mi copa
    las inmensas delicias
    que a mis más fieles guardo,
    que mi afecto le brinda».

    Del Amor fue el consejo;
    y así luego entre risas
    vi a la esquiva en mis brazos
    como mil rosas fina.




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