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Juan Meléndez Valdés
La humilde reconvención
Dame, traidor Aminta, y jamás sea
tu cándida Amarili desdeñosa,
la guirnalda de flores olorosa
que a mis sienes ciñó la tierra Alcea.
¡Ay!, dámela, cruel; y si aún desea
tomar venganza tu pasión celosa,
he aquí de mi manada una amorosa
cordera; en torno fenecer la vea.
¡Ay!, dámela, no tardes, que el precioso
cabello ornó de la pastora mía,
muy más que el oro del Ofir luciente,
cuando cantando en ademán gracioso
y halagüeño mirar, merecí un día
ceñir con ella su serena frente.