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Juan Meléndez Valdés
De un convite
Ved, amigos, cuál llega
ya delicioso el mayo,
en las plácidas alas
del Céfiro llevado.
Grata Flora en su obsequio
le engalana los campos,
mil flores por doquiera
desparciendo su mano.
Cojamos las más lindas;
y alegres emulando
las risas y banquetes
que libre canta Horacio,
de hiedra coronadme,
yo en torno haré otro tanto,
y ornad copas y mesa
de pimpollos y ramos.
La rosa esté en los pechos
del dulce Amor esclavos,
¿y quién de sus arpones
escapa en nuestros años?,
la rosa que a Citeres
su seno purpurado,
y del hijo a los besos
su aroma debió grato.
Llevemos todos rosas,
pues que todos amamos;
y quien cuidados llore
por hoy les dé de mano.
Que yo, al ver cuál incauta
Dorila a cada paso
me muestra que me adora,
perdido la idolatro.
Aun niña y simplecilla,
un día con mis labios
comuniqué a los suyos
el fuego en que me abraso.
De entonces al mirarme
de un vivo sonrosado
anímase, y su seno
se eleva palpitando.
Aquí, pues, a la sombra
del álamo copado,
donde mil pajaritos
cruzan de ramo en ramo
y acarícianse tiernos
y gozan y a otros lazos
para nuevas delicias
escápanse voltarios,
do entre guijas y trébol
con sus trémulos pasos
murmullante el arroyo
nos aduerme saltando,
la fiesta celebremos:
del néctar perfumado
que Jerez nos regala
brindemos y bebamos.
Misterioso el silencio
cubriéndonos, despacio
gocemos los manjares
que el lujo ha preparado.
Paladéese el gusto,
delicioso el olfato
regálese, y los ojos
se ceben en mirarlos.
Bebamos otra copa;
empiécela Menalio,
y a un tiempo clamad todos:
«¡Honor, honor a Baco!»
A cada nueva copla,
los vivas y el aplauso
subiendo a las estrellas,
responda un dulce trago;
y otro y otros en torno
tocándonos los vasos,
del viejo Valdepeñas
se sigan apiñados.
Así hasta media noche
los brindis renovando,
del sabroso banquete
prolonguemos el plazo,
de do medio beodos
a sumirnos corramos
del tranquilo Morfeo
en el muelle regazo.
Que las horas escapan
fugaces y callando,
y en pos nos precipita
del tiempo el rudo brazo.
Ved, si no, cuál las rosas
dan su vez al verano,
y al enero aterido
el otoño templado.
Nuestro cabello de oro
de nieve harán los años,
y nuestra alegre vida
de duelos y quebrantos.
Entonces ni los bailes,
ni el vino más preciado,
ni el rostro más travieso
podrán regocijarnos.
Del día que nos ríe
gocemos, pues en vano
será inquirir si un otro
nos lucirá más claro.