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    Juan Valera

    El Padre Postas

    El Padre Postas fue un capuchino famoso por sus predicaciones.

    Las anécdotas y graciosos dichos que de él se refieren, son innumerables.

    Le apellidaban el Padre Postas porque, cuando se entusiasmaba en sus sermones y quería ponderar la violencia y rapidez con que los demonios se llevan al infierno a los pecadores empedernidos, decía, ya que entonces no había aún ferrocarriles, que se los llevan en postas, y para explicarlo mejor, montaba a caballo en la delantera del púlpito, agitaba el cordón que ceñía sus hábitos como si fuese un látigo y le crujía y daba golpes diciendo: «arre, arre.»

    Se cuenta que una vez, hablando contra los juegos de azar y envite, a los que en secreto era harto aficionado, se entusiasmó y manoteó con tanta furia, que se le escapó una baraja que llevaba escondida en la manga, y desparramados los naipes salieron volando y cayeron al suelo. Pero el Padre, no sólo salió del apuro, sino que se valió de aquel accidente para que fuese su plática más conmovedora, porque dijo con gran presencia de espíritu:

    -Ahí los tenéis; ellos son uno de los instrumentos más ingeniosos de que se vale Satanás para cautivar las almas, ellos son la perdición de las familias, etc.

    Predicando otro día en favor del ayuno y censurando a las damas remilgadas y melindrosas que no ayunan porque padecen del estómago y se ponen flacas, aseguró que él ayunaba de diario y que por la gracia de Dios estaba fuerte como un roble. Se remangó entonces la manga, enseñó desnudo el poderoso brazo derecho, digno del propio Hércules, y mostrándosele al auditorio, exclamó:

    ¿Qué os parece? Ya veis que no estoy delgado.

    Mil cosas más pudiera yo contar del Padre Postas, pero no quiero cansar ni escandalizar a los lectores, los cuales suelen tener la perversa costumbre y peor inclinación de suponer picardía o malicia hasta en las cosas más sencillas e inocentes. Me limitaré, pues, a citar aquí ciertas frases del Padre Postas, que son entre todas las suyas las que más impresión me han hecho.

    Predicaba en la iglesia de Santa María de Gracia y decía en el exordio:

    -Pedir gracia en casa de María de Gracia es albarda sobre albarda. De ella necesito. Ave María.

    Claro está que el de ella se refiere a la gracia y no a la albarda, y quien entienda lo contrario pecará de malicioso.




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