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Julián Romea
La muerte de Jesús
¿Lo veis? ¡En tropel fiero
al monte van del olivar furiosos!
¡Cada cual el primero
quiere llegar! ¿Lo veis? ¡Lobos rabiosos
contra el dulce amantísimo cordero!
Allí va el fiero bando,
con palabras á Dios muy ofensivas
los aires conturbando:
y sacerdotes van, y van escribas
su estúpido rencor acalorando.
Ya por el monte espeso
entran, haciendo de su infamia gala:
llegan y, ¡horrible exceso!
á su furor la víctima señala
del torpe Judas el infame beso.
Y la cercan sañudos,
y en su loco desman nada respetan,
y la maltratan rudos,
y las manos santísimas sujetan
con recias cuerdas y apretados nudos.
Ya con Jesus descienden
á la santa ciudad, que absorta mira
la que sus hijos en su rabia emprenden
maldad horrible, y de dolor suspira
al mirar quiénes son y á quién ofenden.
Y arrastran su trofeo
hasta Pilatos sin piedad ninguna,
y le apellidan reo,
y «crucifícale,» gritan á una
en ronco y destemplado clamoreo.
La soldadesca ruda,
con movimientos y ademan feroces,
mofando le saluda,
y entre algazara y descompuestas voces
con sacrílegas manos le desnuda.
¡Desnudo tú, Dios mio,
y por las manos de tu propia hechura!
¡Desnudo ante el impío,
tú, que al leon le diste la bravura,
su empuje al mar, su movimiento al rio!
¡Y al día sus albores,
y al limpio cielo su riqueza suma,
y al sol sus resplandores,
piel á los brutos y á las aves pluma,
al monte encinas y á los prados flores!
¡Y tu rostro escupieron,
y tu cuerpo santísimo azotaron,
y bárbaros te hirieron,
y tu frente de espinas coronaron,
y el manto de sus culpas te vistieron!
¡Llorad, llorad sin duelo,
oh de Jerusalen hijas hermosas:
llorad: el Dios del cielo
es ese que entre angustias horrorosas
marcha regando con su sangre el suelo!
Ese que hoy afrentado
va entre esos hombres, por su mal valientes,
abrió á su pueblo amado
entre las olas de la mar rugientes
fácil camino á Faraon cerrado.
Y vosotras le vísteis,
oh gentes de Israel, y le negásteis;
y su palabra oísteis,
y vuestros ojos á la luz cerrásteis;
predicó la verdad y no creísteis.
Vísteis, de asombro yertos,
limpios á su contacto milagroso
los de lepra cubiertos,
y alcanzar á su acento poderoso
los enfermos salud, vida los muertos.
¡Y le llamais falsario
mirándole pasar escarnecido!
¡Y envuelto en el sudario,
al rudo peso de la cruz rendido,
el Cordero inmortal sube al Calvario!
¡Y tú, escogida rosa,
estrella matinal, puerta del cielo,
dulce madre amorosa,
limpia fuente de gracia y de consuelo,
bendita del Señor, Vírgen hermosa:
Tú, celestial María,
siguiendo vas al hijo cariñoso
que en su horrible agonía
la ensangrentada faz vuelve amoroso
y sus miradas á la madre envía!
Su sangre el suelo riega...
hondos gemidos de cansancio exhala...
turbios los ojos pliega...
¡Ay! ¿Qué dolor á tu dolor iguala,
ni qué amargura á tu amargura llega?
¡En vano dulce asilo
te dieron á su sombra regalada
las palmeras del Nilo
cuando á tu hermosa prenda de la espada
amenazaba el sanguinario filo!
De Herodes iracundo
allí tu miedo maternal huía,
y en silencio profundo
bajo tu pobre manto se escondía
el Niño Dios, el Redentor del mundo.
Y en vano fué, Señora;
que de abrir el tesoro soberano
llegó la inmortal hora,
y está el decreto que escribió su mano
el hijo de tu amor cumpliendo ahora.
¡Ya con fuerza impelida
la Cruz sobre el Calvario se levanta!
¡triunfante palma erguida,
árbol de redencion, lámpara santa
delante de los siglos suspendida!
¡Señor, que así te empleas,
tu ilustre sangre por los hombres dando,
y aunque su crímen veas,
el lábaro de gracia tremolando
salvas la humanidad, bendito seas!!
¡De la alta Cruz pendiente
el hondo cáliz del dolor agotas:
tu noble sangre hirviente
revienta y salta de las venas rotas
de vida y de salud copiosa fuente!
Fuente que en ancho rio,
y luego en mar inmenso convertida,
ofrece aun al impío
fácil camino hácia la eterna vida...
¡gracias, Dios de bondad, gracias, Dios mio!
El infierno se aterra
del hombre ingrato á la maldad odiosa
y sus abismos cierra;
y al recibir tu sangre generosa
sus centros abre la espantada tierra.
Y el sol que limpio ardía
su luz apaga, y se oscurece el cielo;
y de la mar bravia
rugen las ondas, y se rasga el velo
que el santo tabernáculo cubría.
Tur propias criaturas
solo se muestran en tu daño fuertes;
y con entrañas duras,
en torno de la Cruz echando suertes,
se reparten tus santas vestiduras.
Y cuando tanto brio
despliegan en sus bárbaros agravios,
¿Qué dices tú, Dios mio?
¡Las últimas palabras de tus labios
demandan el perdon para el impío!
¡Señor, que así te empleas,
tu ilustre sangre por los hombres dando,
y aunque su crímen veas,
el lábaro de gracia tremolando
salvas la humanidad, bendito seas!!!