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Julián Romea
A un arroyo
Cansado vengo y sediento
Por esos picos desnudos,
Y entre las quiebras del monte
Tus limpias corrientes busco.
Sirviéndome van de guia
Estos tarayes y juncos;
Verdes y lozanos crecen;
Que tú estás cerca es seguro,
¡Ah, sí; ya veo tus chopos
Con su apacible susurro,
Y dulce suena en mi oido
Tu consolador murmullo!
¡Salve, cristalino arroyo,
Que cayendo en son confuso
A regar el prado bajas
Desde ese peñasco rudo:
Y no sobre negro cieno
Ni sobre guijarros duros,
Mas sobre limpias arenas
Sigues alegre tu rumbo!
No temas, no; aunque abrasado
Por mi ardiente sed acudo,
Verás que no te detengo
Ni tus corrientes enturbio.
¡Qué dulce sombra! ¡qué fresco
Corre el ambiente, y qué puro,
Robando al monte el aroma
De sus tomillos menudos!
¡Qué bello es ese remanso
Donde sosegado y mudo
Entre azucenas y mirtos
Vas deteniendo tu curso!
¡Y ese tapiz en que lucen
Los caprichosos dibujos
De las blancas manzanillas
Sobre el verdinegro musgo!
Y mas allá, en la ladera,
De amapolas un diluvio,
Que del agua llovediza
Guarnece los anchos surcos.
De tronco en tronco se extienden
Y forman pomposos muros
Las verdes hiedras que escalan
Esos álamos robustos.
Y esos castaños valientes,
Y esos nogales caducos
Hacen, juntando amorosos
Sus ramas, hojas y frutos,
Magníficos pabellones
Que con su sombrage oscuro
Cariñosos te defienden
De los ardores de Julio.
Lucha el sol por sorprenderte
En tus solitarios gustos,
Mas te protegen las ramas
Y es de ellas al fin el triunfo.
Y las flores de tu orilla,
Inclinando sus capullos,
Mirándose están ufanas
En esos cristales puros.
No envidies del mar salado
El ronco bramar sañudo,
Ni de sus hinchadas olas
El atronador tumulto:
Ni la furia del torrente
Que hasta su lecho profundo,
Desde la escarpada sierra
Baja entre revueltos tumbos.
¿Cuánto es mas bello en tu márgen
Ir contando uno por uno,
Ora tus blancos almendros,
Ora tus lindos arbustos?
¡Y oir cómo dan al aire,
Sin temores importunos,
Sus trinos los ruiseñores,
La tórtola sus arrullos!
¡Y con la mente apartada
De los hombres y del mundo,
Sentir que vuelan las horas
Como ligeros minutos!
¡Ah! ¡Dios te salve, arroyuelo,
Del triste Diciembre y crudo,
Con sus hielos apretados
Y sus vientos iracundos!
A Dios, arroyo apacible,
A quien amante saludo:
Yo guardaré tu memoria
Entre el cortesano lujo:
Y hablaré de tí á las gentes;
Y recordaré con gusto
Esas flores y esas aguas,
Y esta sombra que disfruto.
Yo te cantaré, arroyuelo:
Y no con semblante adusto
Oirán referir las galas
Que darte al cielo le plugo:
Y si hay alguno que extrañe
Este mi humilde tributo,
Ni el sol le abrasó en los llanos.
Ni sed en el monte tuvo.