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Luis de Góngora y Argote
Angélica y Medoro
En un pastoral albergue
que la guerra entre unos robles
lo dexó por escondido
o lo perdonó por pobre;
do la paz viste pellico
y conduce entre pastores
ovejas del monte al llano
y cabras del llano al monte,
mal herido y bien curado,
se alberga un dichoso joven
que sin clavarle amor flecha
le coronó de favores.
Las venas con poca sangre,
los ojos con mucha noche,
lo halló en el campo aquella
vida y muerte de los hombres.
Del palafrén se derriba,
no porque al moro conoce,
sino por ver que la yerba
tanta sangre paga en flores.
Límpiale el rostro, y la mano
siente al Amor que se esconde
tras las rosas, que la muerte
va violando sus colores.
Escondióse tras las rosas,
porque labren sus arpones
el diamante del Catay
con aquella sangre noble.
Ya le regala los ojos,
ya le entra, sin ver por dónde,
una piedad mal nacida
entre dulces escorpiones.
Ya es herido el pedernal,
ya despide el primer golpe
centellas de agua, ¡oh piedad!,
hija de padres traidores.
Yerbas le aplica a sus llagas,
que si no sanan entonces
en virtud de tales manos
lisonjean los dolores.
Amor le ofrece su venda,
mas ella sus velos rompe
para ligar sus heridas;
los rayos del sol perdonen.
Los últimos nudos daba
cuando el cielo la socorre
de un villano en una yegua
que iba penetrando el bosque.
Enfrénanle de la bella
las tristes piadosas voces,
que los firmes troncos mueven
y las sordas piedras oyen;
y la que mejor se halla
en las selvas que en la corte,
simple bondad, al pío ruego
cortésmente corresponde.
Humilde se apea el villano
y sobre la yegua pone
un cuerpo con poca sangre,
pero con dos corazones.
A su cabaña los guía,
que el sol deja su horizonte
y el humo de su cabaña
le va sirviendo de norte.
Llegaron temprano a ella
do una labradora acoge
un mal vivo con dos almas,
una ciega con dos soles.
Blando heno en vez de pluma
para lecho les compone,
que será tálamo luego
do el garzón sus dichas logre.
Las manos, pues, cuyos dedos
desta vida fueron dioses,
restituyen a Medoro
salud nueva, fuerzas dobles,
y le entregan, cuando menos,
su beldad y un reino en dote,
segunda envidia de Marte,
primera dicha de Adonis.
Corona un lascivo enjambre
de cupidillos menores
la choza; bien como abejas,
hueco tronco de alcornoque.
¡Qué de nudos le está dando
a un áspid la envidia torpe,
contando de las palomas
los arrullos gemidores!
¡Qué bien la destierra Amor,
haciendo la cuerda zote,
porque el caso no se infame
y el lugar no se inficione!
Todo es gala el africano,
su vestido espira olores,
el lunado arco suspende
y el corvo alfange depone.
Tórtolas enamoradas
son sus roncos atambores
y los volantes de Venus
sus bien seguidos pendones.
Desnuda el pecho anda ella;
vuela el cabello sin orden;
si lo abrocha, es con claveles,
con jazmines si lo coge.
El pie calza en lazos de oro
porque la nieve se goce,
y no se vaya por pies
la hermosura del orbe.
Todo sirve a los amantes,
plumas les baten veloces,
airecillos lisonjeros,
si no son murmuradores.
Los campos les dan alfombras,
los árboles pabellones,
la apacible fuente sueño,
música los ruiseñores.
Los troncos les dan cortezas
en que se guarden sus nombres
mejor que en tablas de mármol
o que en láminas de bronce.
No hay verde fresno sin letra,
ni blanco chopo sin mote;
si un valle Angélica suena,
otro Angélica responde.
Cuevas do el silencio apenas
deja que sombras las moren,
profanan con sus abrazos
a pesar de sus horrores.
Choza, pues, tálamo y lecho,
contestes destos amores,
el cielo os guarde, si puede,
de las locuras del conde.