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Manuel José Quintana
A Licoris
Consolándola de una ingratitud. Endechas
¿Por qué de tus penas
Ir siempre seguida?
El duelo importuno
¿Por qué no mitigas?
¿No ves que cebadas
Así las desdichas,
Estragan, Licoris,
La flor d e la vida?
Ya un año ha corrido,
Y el mal que te agita
Pintado con llanto
Se ve en tus mejillas.
Tus ojos hermoso,
Están todavía
Mirando el camino
Que lleva a Castilla;
Y al amado ausente,
Que cruel te olvida,
En alas del viento
Mil quejas envías.
Gustando memorias,
Soñando delicias,
Que luego despierta
Se tornan acíbar,
Engañas las noches,
Consumes los días,
Y el dardo en tu pecho
Más hondo se fija.
¡Ay que los ingratos
No valen, amiga,
Los crudos pesares
Que da su perfidia!
Ya del año ríe
La estación florida
Y vuelve a los campos
La antigua alegría.
Vuelve tú a la tuya,
Y las auras mismas
Que el lóbrego luto
De invierno disipan,
También desvanezcan
Con ala benigna
Tus negros cuidados,
Tus penas esquivas.
Torne a tu semblante
Tu apacible risa;
Las galas te adornen,
Los gustos te sigan.
Que en honda tristeza
No quiere que giman
La Diosa de Gnido,
Las Gracias festivas.
Tan amable aseo,
Discreción tan fina,
Y un pecho en que reinan
Verdad y justicia,
Son prendas, zagala,
Que siempre cautivan,
Y es bien ciego el hombre
Que infiel las olvida.
Tú de sus mudanzas
La venganza fía,
Que el cielo a los tales
Con ellas castiga.
Llegará, no dudes,
Tiempo en que se rinda
A quien su cariño
Le pague en delicias.
Y desesperado
Volverá la vista
Lanzando suspiros
A la Andalucía.
Así abandonada
Del mar en la orilla
La suerte lloraba
De Minos la hija.
¿Qué fue del ingrato
Que así la afligía
Y ejemplo dio al orbe
De tanta perfidia?
Abrazos helados
Y falsas caricias
Le daba tan sólo
Su cómplice indigna;
Que adúltera luego,
Furiosa, perdida,
Llenó sus penates
De eterna ignominia.
Ariadna entre tanto
Gozaba en su isla
Consuelos de Dioses
Regalos de Ninfas:
Y esposa de un Numen,
Al cielo subida,
En trono de estrellas
Espléndida brilla.
Marzo 18 de 1825.