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    Manuel Reina

    El sueño de una noche de verano

    (EN EL CONCIERTO)

    Llueve; la tarde triste y nebulosa.
    Al beso de la lluvia fecundante
    su frente inclina la purpúrea rosa,
    como al ósculo fresco del amante
    la enamorada virgen ruborosa.
    El agua cristalina
    en las frondosas ramas centellea,
    cual joya de diamantes que campea
    en los bellos cabellos de una ondina
    el ruiseñor se oculta y enmudece,
    busca el nido la obscura golondrina,
    la floresta reluce y se estremece,
    y la lluvia, entretanto, gime y llora,
    y con sus hilos fúlgidos parece
    arpa gigante de cristal sonora.
    ..............................
    Con el alma tan triste como el cielo
    de este lluvioso día,
    entro, buscando a mi dolor consuelo,
    en el templo inmortal de la armonía.

    De pronto en la alta esfera
    brilló, como sonrisa placentera,
    la luz del sol, entre vapores rojos,
    que irradiando en los vidrios de colores
    del templo musical, mostró a mis ojos
    un agitado mar de resplandores.
    Allí el cuello de encaje, la lujosa
    seda y el raso espléndido, las flores
    entre los rizos negros o dorados,
    los seductores rostros de las bellas,
    los lindos arabescos esmaltados
    de la sala elegante y anchurosa,
    las joyas coronadas de centellas,
    el alegre abanico fulgurante,
    la mantilla de nieve, la lustrosa
    pechera de marfil, el chal brillante
    bordado de vistosos colorines,
    la luz artificial vertiendo estrellas
    sobre trompas, timbales y clarines,
    y dorando la lira melodiosa...
    Todo resplandecía,
    todo lanzaba rayos y fulgores,
    formando una grandiosa sinfonía
    de relámpagos, lumbres y colores.

    La orquesta abrió el concierto soberano
    con la maravillosa melodía
    El sueño de una noche de verano.
    Y en aquella cascada de armonía,
    como en un cosmorama, yo veía
    mi adolescencia, plácida alborada
    el blanco campanario de mi aldea,
    con su rota veleta cincelada,
    que en lo azul se destaca y centellea;
    mis primeros amores,
    las rejas llenas de olorosas flores
    y de besos ardientes,
    y aquellas noches puras y lucientes
    en que el alma volaba
    de astro en astro, y en lumbre se bañaba.
    Después, mi arrebatada fantasía
    se pobló de magníficos ensueños
    de luz y poesía,
    ora tristes, ya alegres y risueños.
    Vi entonces la serena y argentada
    noche del seco estío,
    y en la corriente del brillante río
    una barca poblada
    de bulliciosas jóvenes y hermosas,
    coronadas de rosas,
    que al viento daban risas y canciones;
    en tanto que en la orilla floreciente
    un mancebo de pálidas facciones,
    de tristes ojos y abatida frente,
    alejarse miraba en la corriente
    el esquife sonoro.
    Borrose luego esta visión de oro
    y apareció una noche tenebrosa,
    en cuyo fondo lúgubre y sombrío
    alzábase la imagen pavorosa
    de trágico y sangriento desafío,
    y semejaba en el oscuro cielo
    la amarillenta luna agonizante
    un cráneo de marfil sobre un gigante
    catafalco de negro terciopelo.
    Tras este cuadro fulguró radiante
    bello tropel de náyades y ondinas,
    bañándose en azul y terso lago,
    al cadencioso halago
    de canciones y músicas divinas
    que entonaban las ondas cristalinas.
    Luego una huerta apareció frondosa,
    con sus parras, su fuente rumorosa,
    sus rosales y arpados ruiseñores,
    y bajo de un granado, cuyas flores
    de púrpura y de fuego parecían
    labios abrasadores,
    dos amantes besábanse y reían.
    Desvanecida esta visión de amores,
    surgió un gótico templo iluminado,
    todo vestido de tisú de oro,
    con su altar de azucenas adornado
    y su esculpido coro,
    donde cantaba el órgano sonoro.
    Al pie del ara, una gentil doncella,
    de rubia cabellera reluciente,
    como el fleco dorado de una estrella,
    ceñida de azahar la casta frente,
    y la figura bella
    envuelta en blanco velo transparente,
    daba su mano fina y delicada
    a un gallardo mancebo, de mirada
    placentera y airoso continente.
    ..............................
    Mas, ¡ay!, enmudeciendo de repente
    la orquesta, desplomose el atrevido
    alcázar que elevó mi fantasía,
    volviendo yo, doliente y abatido,
    a la espantosa realidad sombría.
    ¡Entonces, comparando
    mi alborotada juventud serena
    con estos tiempos de cansancio y pena,
    toda la tarde la pasé llorando.




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