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    Mercedes Valdés Mendoza

    A la luna

    Salve, lumbrera bella de la callada noche,
    henchido de entusiasmo te mira el corazón,
    vertiendo placentera desde tu excelso coche
    consuelos al que gime y al bardo inspiración.

    El pecho palpitando de gozo y alegría
    te ofrece enardecido sus cánticos de amor,
    que a mí me cansa, ¡oh luna!, la claridad del día,
    me oprime su hermosura, me mata su esplendor.

    Yo anhelo de la noche la plácida frescura
    sobre mi joven frente sentirla resbalar,
    y ver cómo vagando la brisa en la espesura
    las blancas hojas besa del nítido azahar.

    Y ver cómo cuajadas las gotas del rocío
    le roban a las perlas su diáfano color,
    y ver la tortolilla bañándose en el río
    exenta de los tiros del duro cazador.

    Yo quiero esos acentos sublimes y armoniosos
    brotados de los senos del gigantesco mar,
    sentirlos acercarse, y luego vagarosos
    de súbito perderse, de súbito sonar.

    Yo quiero reclinada bajo un rosal de Cuba,
    ceñida la cabeza de cándido jazmín,
    que mi canción se eleve, que hasta los cielos suba,
    y allí la guarde tierno de Dios un querubín.

    ¡Cuántos hechizos, cuántos de un gozo indefinible
    le brindas, blanca luna, al mísero mortal,
    cuando entre nubes bellas le muestras apacible
    y ostentas esplendente tu rostro celestial!

    ¿Y quién serás? ¡oh reina del claro firmamento!
    Tu fúlgida existencia no puede comprender,
    que siempre se confunde y muere el pensamiento
    cual ola desgraciada al punto de nacer.

    ¿Será tal vez la maga que escucha cariñosa
    de los amantes fieles el triste suspirar,
    y de sus almas puras la pena congojosa
    sensible y compasiva te place consolar?

    ¿O acaso del eterno un ángel destinado
    para pesar del hombre la criminal acción,
    y al verlo de maldades y vicios circundado
    te ocultas abatida en tu alto pabellón?

    Por eso muchas veces he visto tristemente
    cubrirse tu semblante de pálido capuz,
    por eso muchas veces te nublas de repente
    y ocultas los reflejos de tu admirable luz.

    Mas son delirios vanos, ensueños ardorosos,
    lanzados, al mirarte, del vivo corazón,
    fantasmas altaneros que vienen engañosos
    a oscurecer la antorcha feliz de la razón.

    Jamás, hermosa reina del claro firmamento,
    jamás podré un instante tu vida comprender,
    que siempre se confunde y muere el pensamiento
    cual ola desgraciada al punto de nacer.

    Esconde en tu albo seno los fúlgidos arcanos,
    Velados a los ojos del mundo terrenal.
    La ciencia de la tierra, los cálculos humanos,
    se estrellan en tu trono de límpido cristal.

    Mas yo quiero sentada bajo un rosal de Cuba,
    ceñida la cabeza de cándido jazmín,
    que mi canción se eleve, que hasta tu solio suba,
    bien seas preciosa hada, o tierno querubín.




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