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    Miguel Hernández Gilabert

    Aceituneros

    Andaluces de Jaén,
    aceituneros altivos,
    decidme en el alma: ¿quién,
    quién levantó los olivos?

    No los levantó la nada,
    ni el dinero, ni el señor,
    sino la tierra callada,
    el trabajo y el sudor.

    Unidos al agua pura
    y a los planetas unidos,
    los tres dieron la hermosura
    de los troncos retorcidos.

    Levántate, olivo cano,
    dijeron al pie del viento.
    Y el olivo alzó una mano
    poderosa de cimiento.

    Andaluces de Jaén,
    aceituneros altivos,
    decidme en el alma, ¿quién
    amamantó los olivos?

    Vuestra sangre, vuestra vida,
    no la del explotador
    que se enriqueció en la herida
    generosa de sudor.

    No la del terrateniente
    que os sepultó en la pobreza,
    que os pisoteó la frente,
    que os redujo la cabeza.

    Árboles que vuestro afán
    consagró al centro del día
    eran principio de un pan
    que sólo el otro comía.

    ¡Cuántos siglos de aceituna,
    los pies y las manos presos,
    sol a sol y luna a luna,
    pesan sobre vuestros huesos!

    Andaluces de Jaén,
    aceituneros altivos,
    pregunta mi alma: ¿de quién,
    de quién son estos olivos?

    Jaén, levántate brava
    sobre tus piedras lunares,
    no vayas a ser esclava
    con todos tus olivares.

    Dentro de la claridad
    del aceite y sus aromas,
    indican tu libertad
    la libertad de las lomas.




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