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Muerte prenatal: cuando la pérdida llega demasiado pronto
El nacimiento de un mortinato –feto que muere después de 28 semanas de embarazo o durante el parto– no solo deja huella en una familia, sino que puede resultar una experiencia traumática. Sus efectos psicológicos incluyen ansiedad, depresión, trastorno de estrés postraumático y trastorno obsesivo-compulsivo, sin olvidar las repercusiones sociales y económicas.
Los estudios revelan que el apoyo profesional facilita la adaptación de la familia a esta situación. Es importante, pues, que el personal de enfermería y matronería cuente con una buena preparación, ya que son quienes experimentan más de cerca estos acontecimientos.
Cada año nacen casi 2 millones de fetos muertos, lo que supone un porcentaje de 13,9 por cada 1 000 nacimientos. No obstante, existen enormes diferencias en el mundo: el país con la tasa de mortinatalidad más alta presenta un riesgo 20 veces mayor en comparación con el que tiene la incidencia más baja.
Según los datos de UNICEF, India, Pakistán, Nigeria, la República Democrática del Congo, Etiopía y Bangladesh suman casi la mitad de todos los nacimientos de mortinatos a nivel global.
Los factores de riesgo son de índole materna, familiar, comunitaria, estructural y achacables al sistema sanitario. Estos factores pueden interactuar entre sí de forma compleja, amplificando potencialmente las probabilidades de que el fatal evento ocurra.
Y aunque casi todas las maternidades cuentan con recomendaciones sobre la mortinatalidad, los estudios no se han centrado en la experiencia de los profesionales que la atienden.
En primer lugar, debemos tener en cuenta que el personal sanitario que maneja estos casos –en especial, los profesionales de enfermería y matronería– también puede experimentar un impacto emocional y psicológico, manifestándose en forma de agotamiento y estrés postraumático. Para evitarlo, los sistemas sanitarios deberían priorizar la salud y el bienestar de ese personal.
En los casos de mortinatos, es importante contar con profesionales competentes y que muestren seguridad. La falta de reconocimiento del duelo tras el nacimiento de un feto muerto por parte del personal sanitario exacerba las experiencias de estigmatización, culpa, incomprensión y dolor que sufren las familias.
Por lo tanto, es básico aplicar protocolos relacionados con la pérdida prenatal y garantizar que los profesionales estén adecuadamente formados y equipados para atender a los padres durante esta experiencia.
Concretamente, es el personal de matronería el que puede brindar la mejor ayuda. Así lo indican las investigaciones realizadas hasta la fecha, que han demostrado el impacto de la labor de las matronas para reducir la mortalidad materna y neonatal y la eficacia de la atención que prestan a las familias afectadas por la pérdida de un hijo.
Por ello, es necesario proporcionarles el apoyo organizativo y el tiempo suficiente para que procesen los casos de muerte prenatal antes de atender a otras mujeres que vayan a dar a luz.
Las percepciones y necesidades del personal sanitario durante la atención a las familias en duelo no se empezaron a conocer hasta 1999, cuando la investigadora Judith M. Gardner estudió por primera vez cómo se enfrentaban a ello las matronas y enfermeras.
Cada gesto, cada palabra o cada silencio puede ser trascendental para no contribuir a aumentar el sufrimiento de la familia. Porque esta pérdida genera un duelo muy doloroso, independientemente de la semana de gestación en la que se produzca.
Es de suma importancia proporcionar a las madres y los padres el tiempo necesario para asimilar la noticia antes de darles información sobre todo el proceso, así como animarles y permitirles expresar sus emociones.
En muchos hospitales del mundo, la ausencia de una sala independiente para las mujeres que tienen que parir un feto muerto, que proporcione intimidad a las familias afectadas, supone una grave carencia.
Cuando ocurre uno de estos casos, se pone de manifiesto la falta de preparación de esos centros hospitalarios para ofrecer los cuidados y la atención necesarios.
Además, nunca hay una sola matrona o matrón que pueda atender por completo a la familia afligida por el nacimiento de un mortinato. Actualmente, estos profesionales deben asistir tanto a las mujeres que tienen un parto normal como a las que dan a luz a un feto muerto, al mismo tiempo y en salas de parto contiguas.
Finalmente, no se incluye, durante o después de la estancia hospitalaria, una adecuada asistencia psicológica, limitándola a aquellos casos en los que muestran signos o síntomas de depresión o duelo patológico tras la pérdida. Y tampoco existe ningún recurso que proporcione atención psicológica al personal de matronería, que busca el apoyo emocional de sus compañeras y compañeros para compartir la experiencia. (Universidad de Granada)