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    Pedro Calderón de la Barca

    A Felipe IV

    ¡Oh tú, temprano sol que en el oriente
    de tus primeros años has nacido
    coronado de luz resplandeciente,

    salve! Y en tanto que a tu grato oído
    de mi voz, por cantarte, los acentos
    labios son de metal contra el olvido,

    con presagios de ilustres vencimientos
    escucha el fin que a tu principio encierra,
    rendidos a tus pies los elementos.

    La tierra te consagra el que a la tierra
    sujetó, cuando, próvida en su celo,
    los líquidos tesoros desencierra,

    y, lloviendo al revés, salpicó el cielo,
    desangrando a Neptuno en rica fuente
    por venas de cristal sangre de hielo.

    El mar te rinde aquel cuyo tridente
    tantas veces venció su orgullo fiero,
    segunda vez a límite obediente,

    aquel del mar Neptuno verdadero,
    que en varias partes no se distinguía
    cuándo segundo fue, cuándo primero.

    Del dulce viento la región vacía
    favorable te ofrece aquella ave
    que en éxtasis de amor vientos bebía.

    Ave amorosa, pues, que con suave
    pluma llegó hasta el sol, en su sosiego
    volando dulce y suspendiendo grave.

    El fuego te asegura el que del fuego
    nombre tomó, y el luminoso espacio
    arrebatado vio, turbado y ciego.

    Vive, ¡oh Felipe! en celestial palacio,
    pues a tu admiración el cielo atento,
    la tierra te da Isidro, el fuego Ignacio,
    Francisco el mar, cuando Teresa el viento.




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