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Productores se benefician de innovaciones en prácticas agrícolas
Nuevas tecnologías apuntan a control de emisiones de carbono y a ahorrar agua.
“Esto es justo porque nos anima a encontrar una manera de equilibrar las emisiones en el mundo. Es necesario que los agronegocios combinen los aspectos ambientales, sociales y económicos”, afirma Víctor Griesang, productor rural. “No tiene sentido tener una buena cosecha en un año y agotar el suelo al siguiente”, añade.
Griesang se refiere a una nueva tecnología que le permite analizar y cuantificar el carbono y otros elementos en sus suelos. “Antes no sabíamos las cantidades, en términos numéricos. La ventaja es que ahora empezaremos a monitorear cuánto carbono hay en el suelo y veremos qué da más o menos resultados”, añade.
Con 34 años, él dirige una empresa productora de semillas de soya, maíz y algodón en el estado de Mato Grosso, el principal productor de cereales en Brasil, y es uno de los 50 productores rurales brasileños que han adoptado una técnica diseñada originalmente por la NASA para evaluar el suelo de Marte.
Investigadores de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa) fueron los primeros en pensar en el uso agrícola de la tecnología LIBS (siglas en inglés de espectroscopía de plasma inducidos por láser).
“Pensamos lo siguiente: si esto se está usando para analizar los suelos en Marte, ¿por qué no utilizarla para analizar nuestros suelos?”, recuerda la física Débora Milori, coordinadora del Laboratorio Nacional de Agrofotónica (LANAF), de Embrapa Instrumentación.
La técnica es la misma, pero los métodos fueron calibrados para suelos brasileños, tomando en cuenta la agricultura tropical. El sistema dispara un láser de alta energía hacia la muestra, generando un plasma que emite luz a partir de los átomos presentes en el suelo, lo que permite determinar su composición química.
La plataforma de inteligencia artificial, desarrollada por la empresa estatal brasileña en alianza con la fintech Agrorobótica, fue bautizada como AGLIBS.
“El sistema puede identificar quién es quién. Cada elemento químico tiene un conjunto específico de colores, como si fuera tu huella digital”, explica Milori.
El equipo puede medir rápidamente la cantidad de carbono y otros elementos del suelo –como fósforo, potasio, manganeso y magnesio– sin necesidad de una laboriosa preparación de muestras en el laboratorio.
Por ejemplo, un equipo convencional puede realizar 900 análisis de carbono por mes. AGLIBS determina 1200 muestras por día. Lo que el sistema hace en 20 segundos, demoraría hasta 40 días en laboratorio.
Esto permite hacer esas mediciones con menor costo ambiental en la agricultura de gran escala. La técnica tiene dos propósitos: la agricultura de precisión y los créditos de carbono.
Los ecosistemas terrestres actualmente se consideran los mayores sumideros de carbono. “Un tercio del carbono del planeta se almacena a un metro del suelo”, informa Angelis.
Las tomas de muestras se realizan a profundidades que oscilan entre los diez y 60 cm. Después de recogidas, se procesan y luego son analizadas en el sensor.
Los informes de cuantificación generan una recomendación agronómica de fertilizantes al agricultor, y otra recomendación de cuánto carbono tiene y qué puede hacer para vender y monetizar el producto en el mercado internacional. El monto a pagar es de US$ 45 por hectárea por año.
Además de la ventaja de medir el carbono, la técnica permite mejorar la productividad, al medir la carencia o exceso de otros elementos en el suelo. “Cuando hay exceso, un determinado elemento se puede volver contaminante. Esa información es importante para que el agricultor sepa qué debe aplicar”, resalta Milori.
En total se han mapeado más de 700.000 hectáreas en 18 estados brasileños, entre ellas ocho mil hectáreas de soya, cuatro mil de maíz y dos mil de algodón administradas por Victor Griesang. El agricultor ya ve resultados.
“La cantidad de carbono que secuestramos y fijamos en el suelo es mayor de la que emitimos. En promedio, secuestramos una tonelada por hectárea el año pasado”, comenta. “La motivación principal no está por el lado económico, ni cuánto vamos a recibir por eso, sino en adaptar prácticas más sostenibles”, añade.
Usando técnicas menos sofisticadas, otra innovación se propone hacer un uso eficiente del agua en la agricultura. Desarrollado por Embrapa y hoy fabricado por dos empresas privadas, el sensor IGstat se viene usando para controlar el riego. Una ventaja es que solo se activa cuando el suelo lo necesita.
“Mi consumo disminuyó cerca de 30 por ciento, lo que ha agregado valor a mi producción”, afirma el caficultor Mateus Castelani, de 34 años, que aplicó el sensor en cuatro puntos de su propiedad de 70 ha en Brotas, en el interior de São Paulo.
El agricultor familiar Flávio Marchesin, de 58 años, propietario de una parcela en la vecindad de São Carlos, probó el equipo en un invernadero, utilizando canalones suspendidos en su producción de fresas en la última cosecha. Destaca la ventaja para el ambiente del uso del sensor: “Hoy, con la falta de lluvias, es necesario regar solo lo necesario. Es importante que el sector tenga esta conciencia”, indica.
“Generalmente regamos en exceso, sin control. Aún es poco común el uso de sensores para controlar el riego. Queremos fomentar un uso más racional del agua, para que se desperdicie menos”, señala el físico Carlos Manoel Pedro Vaz, investigador de Embrapa Instrumentación.
El equipo funciona mediante un sistema neumático, utilizando la presión de un fluido de aire comprimido. Compuesto por una cápsula de alta presión, un núcleo de partículas de microesferas de vidrio y dos mangueras para la entrada y salida del aire, el sensor se coloca cerca de las raíces. Cuando el suelo se seca, la presión aumenta y comienza a regar por goteo.
El investigador destaca la importancia de los mecanismos de control del riego. “Las sequías frecuentes están mostrando cada vez más la necesidad de usar sensores de riego. Una agricultura que históricamente se ha desarrollado bien, podría volverse inviable con el cambio climático”, subraya Vaz.
Añade que además del ahorro de agua, esta práctica tiene un impacto también sobre la productividad. En un estudio controlado aún no publicado, en el cual se usó el sensor durante 60 días para cultivar lechuga crespa, Vaz y el equipo de Embrapa descubrieron que la cabeza de la verdura era más grande y producía más masa fresca. (SciDev.Net)