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Romualdo Nogués
Los hermanos gemelos
Un padre quería que sus dos hijos gemelos se dedicasen al estudio; como eran calaveras, valientes y de genio, le pidieron para cada uno un caballo, un perro y una lanza, y prometieron se buscarían la vida como Dios les diese a entender. Visitaron a una maga, la cual les ofreció que si uno de ellos se hallaba en grave peligro, al otro se le volvería sangre el agua que fuera a beber.
Un dragón espantoso tenía atemorizada a una nación entera. Cada mes, para evitar que devorase a sus habitantes, le echaban para que se tragara a una hermosa doncella, sorteada entre todas las del país. Le tocó a la hija del Rey, la vistieron magníficamente, y la llevaron desmayada a un gran palacio situado fuera de la ciudad, para que el monstruo la devorase. Cuando la conducían al sacrificio, llegó a la población por casualidad uno de los referidos hermanos; preguntó por qué lloraban hombres y mujeres, grandes y chicos. Le dijeron la causa, se colocó a caballo en el patio del palacio, entró el dragón dando rugidos espantosos, y lo atravesó con su lanza. Un lago donde podían navegar barcos se formó con la sangre que derramó la horrenda fiera. Como sucede siempre, el valeroso paladín se casó enseguida con la Infanta, hermosísima muchacha.
Al día siguiente de la boda estaban los novios en los miradores de palacio; preguntó el caballero a su mujer qué eran unas murallas que se divisaban en el horizonte, y contestó:
-El castillo llamado No entrar, si la vida quieres conservar.
Por más esfuerzos que hizo la Infanta, no pudo detener a su marido. El espíritu aventurero lo dominaba; quería llevar a cabo las más peligrosas hazañas; y aunque le aseguraron que de cuantos iban ninguno volvía, montó a caballo y se dirigió a la referida fortaleza. Una vieja que encontró en la puerta, con voz temblorosa dijo al caballero:
-Tengo miedo que me muerda el perro que lleváis; haced el favor de atarlo con esta cuerda.
En cuanto el aventurero la tocó, quedaron encantados jinete, caballo y perro.
Al instante al otro hermano, que estaba a miles de leguas, se le volvió sangre el agua que iba a beber. Emprendió la marcha, y arribó a la capital donde acababan de suceder hechos tan estupendos. Se alojó en palacio; como era igual a su hermano el encantado, la Infanta, loca de alegría, lo equivocó con él, lo abrazó, y le dijo:
-¡Ay, mi querido esposo! Desde que te fuiste no he cesado de mirar hacia aquel maldito castillo. -y señaló con su rosado dedo índice las lejanas murallas.
Lo oyó el nuevo caballero, calculó que allí estaba su hermano, y para libertarle, sin pensar en los peligros que le amenazaban, montó, y veloz como paja arrastrada por el viento, se halló delante de la puerta que guardaba la vieja encantadora, la cual le pidió que atase el perro, pretextando que podría morderla, y alargándole la cuerda. Pero el caballero la amarró con una correa ala cola de su caballo, y la amenazó con llevarla de pueblo en pueblo para que los muchachos se divirtiesen en apedrear a una bruja, si no reducía a cenizas el castillo de No entrar, si la vida quieres conservar, desencantando antes a su hermano. A éste, convertido en estatua de mármol negro, juntamente con el caballo y el perro, formando artístico grupo, le sopló la vieja en el oído, y los tres volvieron a la vida. El castillo fue pasto de las llamas; el hermano libertador se casó, como era consiguiente, con otra hermosísima infanta, y de la vieja no se ha vuelto a saber más. De seguro el diablo cargaría con ella.
A los hermanos que se quieren y protegen, Dios les ayuda.
Cuentos para gente menuda